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The Guardian en español

No culpen a China de la turbulencia de los mercados

Pantalla electrónica que muestra el valor alcanzado por el índice Hang Seng en una calle del centro de Hong Kong.

Ha-Joon Chang

Este inicio de año ha sido el peor en la historia de la bolsa de Estados Unidos. Los mercados de Europa y Japón han perdido casi un 10% y un 15% de su valor respectivamente; la bolsa de China ha reanudado su descenso en picado; y el precio del crudo está en su nivel más bajo de los últimos 12 años, reflejando (y anticipando) una desaceleración económica a nivel mundial.

De acuerdo con el relato económico que predominó en los últimos tiempos, 2016 iba a ser el año en que la economía mundial se recuperaría por completo de la crisis iniciada en 2008, y en el que EEUU sería el abanderado de la recuperación, generando crecimiento y trabajo mediante conservadurismo fiscal y políticas en favor de los empresarios.

Como reflejo del crecimiento sólido de la economía en 2015 y aunque se vieron parcialmente afectados por los problemas del verano en la bolsa de China, los mercados estadounidenses llegaron el año pasado a muy buenos niveles. El desempleo en EEUU había pasado del máximo de 10% tras la crisis de 2008 a un 5% en 2015, el porcentaje de antes de la crisis. En una demostración de confianza y por primera vez en nueve años, la Reserva Federal de EEUU llegó a aumentar el mes pasado la tasa de interés.

Incluso en Alemania la tasa de crecimiento del ingreso per cápita fue solo de 0,8% anual entre su último pico (2008) y 2015. Comparemos eso con el 1% anual de la tasa de crecimiento que consiguió Japón durante sus presuntas "dos décadas perdidas", entre 1990 y 2010.

Según ese relato, no muy lejos de EEUU se encontraban Irlanda y Gran Bretaña. Si bien la crisis les había pegado más duro, se decía que su recuperación había sido admirable porque no titubearon a la hora de mantener las políticas adecuadas, por mucha antipatía que generaran entre sus ciudadanos: recortar el gasto público, especialmente el dinero derrochado en gasto social, era visto como una forma de generar empleo porque hacía más difícil que algunos vivieran a costa del contribuyente. Irlanda y Gran Bretaña habían tenido además la sensatez de no ceder ante los que piensan que todo es culpa de los bancos y tampoco se pasaron regulando al sector financiero.

Se decía que incluso las economías de Europa continental se estaban recuperando poco a poco después de aceptar la necesidad de la disciplina fiscal, reformar el mercado laboral y reducir la regulación a las empresas. Por fin, el mundo, al menos el mundo desarrollado, estaba listo para recuperarse plenamente.

¿Qué fue entonces lo que salió mal?

Los que siguen empeñados con ese relato tratan de culpar por adelantado a China de todos los males económicos que se avecinan. El ministro de Hacienda de Reino Unido, George Osborne, está entre los que advierten del “peligroso cóctel de nuevas amenazas”, en el que ocupan un lugar destacado la devaluación de la moneda china y el desplome del precio del crudo (ambas situaciones originadas en gran medida por el lento crecimiento económico de China). Si nuestra recuperación descarrilaba, quiso decir, sería porque China no controló bien su economía.

Claramente, China es un actor importante en la economía mundial. En 1978, al comenzar su proceso de reformas económicas, la economía china sólo representaba el 2,5% de la economía mundial. Ahora significa un 13%. Pero no debe exagerarse su importancia. Hasta 2014, EEUU (22,5%), la Eurozona (17%) y Japón (7%) representaban juntos casi la mitad de la economía mundial. La importancia del mundo rico es ampliamente superior a la de China. A menos que la acusación la formule un país en desarrollo cuya suerte dependa de la exportación hacia China, el resto no puede responsabilizar de sus males económicos al lento crecimiento de esa nación.

Lo que verdaderamente ocurrió es que Norteamérica y Europa occidental nunca se recuperaron de verdad de la crisis de 2008. De acuerdo con el FMI, a finales de 2015, el ingreso per cápita ajustado a la inflación (en moneda nacional) era menor que antes de la crisis en 11 de estos países (sobre un total de 20). En cinco de ellos (Austria, Islandia, Irlanda, Suiza y el Reino Unido), fue superior en muy poco: un 0,05% en Austria y un 0,3% en Irlanda. Solo en cuatro países, Alemania, Canadá, EEUU y Suecia, el ingreso per cápita fue considerablemente mayor que antes de la crisis.

Independientemente de que las actuales turbulencias del mercado lleven o no a una caída continuada o a un derrumbe, son una señal de que hemos desperdiciado los últimos siete años apuntalando un modelo económico en bancarrota.

Incluso en Alemania, el país con mejores números de entre esos cuatro, la tasa de crecimiento del ingreso per cápita fue solo de 0,8% anual entre su último pico (2008) y 2015. La tasa de crecimiento de EEUU, la mitad: 0,4% anual. Comparemos eso con el 1% anual de la tasa de crecimiento que consiguió Japón durante sus presuntas “dos décadas perdidas”, entre 1990 y 2010.

Por si eso no bastara, gran parte de la recuperación se ha debido a burbujas financieras, infladas por compras de deuda pública (expansión cuantitativa) que se convierten en inyecciones de efectivo al sector financiero.

La magnitud de estas burbujas ha sido aún mayor en EEUU y Reino Unido. Ya estaban en niveles sin precedentes en 2013 y 2014 pero en 2015 llegaron aún más lejos: el mercado de valores estadounidense llegó en mayo de ese año a un máximo histórico. Bajó en verano pero ya en diciembre volvió a tener más o menos el mismo nivel. En Reino Unido, el mercado de valores no está tan inflado, tras retroceder casi un 25% después de su máximo de abril, pero la burbuja está en otro lugar: el mercado inmobiliario. Los precios de las propiedades ya sobrepasan en un 7% su máximo de 2007.

Parece entonces que las principales causas de la actual tormenta económica se encuentran en las naciones más ricas, especialmente en las economías dirigidas por el mercado financiero de Estados Unidos y Reino Unido.

Después de 2008, tras rechazar una reestructuración profunda de sus economías, la única forma en la que podían lograr una mejora era creando otra serie de burbujas financieras. En su discurso, los gobiernos y los sectores financieros transformaron una recuperación agónica en una recuperación espectacular. Propagaron así el mito de que las grandes burbujas son signo de economías saludables.

Independientemente de que las actuales turbulencias del mercado lleven o no a una caída continuada o a un derrumbe, son una señal de que hemos desperdiciado los últimos siete años apuntalando un modelo económico en bancarrota. Antes de que todo empeore, debemos reemplazarlo por otro en el que el sector financiero sea menos complejo y tenga mayor paciencia, en el que se estimule la inversión en la economía real con incentivos fiscales y tecnológicos, y en el que se implementen las medidas para reducir la desigualdad para, de este modo, mantener la demanda sin crear más deuda.

Ninguna de estas ideas será fácil de implementar pero sabemos cuál es la alternativa: poco crecimiento, inestabilidad y caída del nivel de vida para la gran mayoría.

Ha-Joon Chang es profesor de Economía en la universidad de Cambridge y autor de '23 Things They Don't Tell You About Capitalism, and Economics'

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