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The Guardian en español

El feroz discurso de Trump rememora ecos del pasado que no se pueden ignorar

Donald Trump, durante el cierre de la Convención que lo ha formalizado como candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos.

David Smith

Cleveland —

Un niño estaba en el centro del huracán coincidiendo con una lluvia de confeti y de balones rojos, blancos y azules, mientras las pantallas gigantes mostraban fuegos artificiales. Barron Trump, de diez años, presenció junto a su padre, Donald, y su madre, Melania, el punto más álgido, teatral y ruidoso de la Convención Nacional Republicana que se celebró en Cleveland. Sus padres mantuvieron las manos en el hombro del niño para protegerlo del ensordecedor ruido de la música rock y de los gritos del público.

Está en juego el futuro de millones de niños como él; eso nadie lo pone en duda. Donald Trump acababa de pronunciar un discurso disparado y lleno de bilis que debería hacer sonar las alarmas de los estadounidenses más progresistas. Sí, el peligro es real. Estamos ante una encrucijada. La historia podría dar un giro peligroso y siniestro.

Las comparaciones con Hitler y Mussolini han sido tan frecuentes y simplistas que no resultan de utilidad; de hecho suelen confundir todavía más. Sin embargo, la facilidad con la que este demagogo seduce al público, con una ira intermitente que maneja a su antojo, guarda demasiadas similitudes con otros líderes del siglo pasado y resulta imposible ignorarlas.

Si lo comparamos con políticos de Estados Unidos, tal vez la referencia más cercana del discurso del jueves sea el presidente Richard Nixon, que en su discurso de toma de posesión del cargo en 1968 habló de “ciudades envueltas en llamas y humo” y de cómo oía “los gritos de angustia de millones de estadounidenses”.

Trump señaló que “nuestra convención se celebra en un contexto de crisis en el país. Los ataques contra nuestra policía y el terror en nuestras ciudades amenazan nuestro estilo de vida. Los políticos que no entiendan el peligro que representa esta situación no están preparados para gobernar”.

En efecto, en tiempos extraordinarios se necesitan medidas extraordinarias. ¿Cuándo hemos oído esto antes? Trump lanzó los típicos mensajes de la derecha tradicional: prometió frenar la inmigración ilegal con la construcción de un muro en la frontera con México, defendió el derecho a poseer y llevar armas, y contentó a los cristianos evangélicos. Tampoco faltaron los mensajes anticuados relativos a la necesidad de impulsar políticas de mano dura contra los delincuentes: “soy el candidato de la ley y el orden”.

Si bien en el pasado Trump, de setenta años, ya había expresado estas ideas de forma incoherente y confusa en sus mítines, en esta ocasión lo hizo de una forma mucho más disciplinada, precisa y comedida. Y, por esta razón, oírlas fue todavía más escalofriante.

Después de que su hija pronunciara un discurso impecable para darle paso, el arrogante multimillonario se plantó tras un atril negro situado en un escenario de color negro y brillante con un fondo de barras y estrellas, luciendo corbata roja, la preferida por los candidatos republicanos, y una gran cantidad de laca en el pelo. Las numerosas pantallas gigantes situadas en las instalaciones mostraban su rostro. Su voz tenía un ligero tono agresivo al más puro estilo “macho alfa”.

Demostró que puede controlar el ánimo de la multitud a su antojo. En algunos momentos de su discurso, se mostró enfurecido, desatando la locura entre el público. Con la afirmación “ya no nos podemos permitir ser tan políticamente correctos” consiguió que los delegados lo aclamaran, mientras que al mencionar por primera vez a los inmigrantes ilegales consiguió que los delegados los abuchearan.

Hostilidad contra Hillary Clinton

Cuando Trump mencionó a su rival, Hillary Clinton, se produjo una situación extraordinaria. Los delegados empezaron a corear: “Enciérrala, enciérrala”. Ya habían estado coreando este mensaje toda la semana. Probablemente los espectadores esperaban que Trump los animara a seguir, como han hecho otros oradores de la Convención del Partido Republicano en Cleveland. En cambio, optó por retroceder durante unos instantes, hacer un gesto con la mano para pedir a los delegados que se callaran y exclamar: “Ganémosla en noviembre”.

No se volvió a oír esta consigna. Habían llevado las cosas demasiado lejos, incluso para Trump. El mensaje que transmitieron a los votantes republicanos moderados y a los independientes fue: ¿Veis que es un tipo razonable? Pero el incidente también sirvió para ver qué podría pasar si Trump pierde el control sobre ciertos estados de ánimo que él ha propiciado.

Cuando hace más de un año el famoso multimillonario, que todavía no había saltado a la política, bajó por las escaleras de la Torre Trump en Nueva York y afirmó que los mexicanos “traen droga a Estados Unidos, cometen delitos, son unos violadores, y algunos, supongo, son buena gente”, inyectó veneno en el sistema. También descubrió que si repetía una y otra vez afirmaciones ultrajantes, a la décima vez el público las vería como normales y comunes.

Esta semana, el veneno consiguió colarse en las venas de Cleveland. La nominación de Trump como el candidato presidencial del Partido Republicano se ha presentado como una “adquisición hostil” y lo cierto es que hubo hostilidad en abundancia. Fue un festival de intolerancia, rencor y odio racial.

De hecho, resultó ser un espectáculo muy apropiado para Trump, que en Estados Unidos lideró el reality El Aprendiz, ya que los oradores se esforzaron por superarse unos a otros con un comportamiento ultrajante con el que parecían querer ocupar las portadas de los tabloides del día siguiente.

Un excandidato republicano intentó mostrar la conexión entre Clinton y Lucifer. Otro indicó que “si Clinton permaneciera más en espacios interiores, estaría en la cárcel”. Un candidato al Senado se burló de ella y exclamó que “le encanta llevar traje pantalón” pero que “se merece llevar mono naranja (de los prisioneros)”. Un asesor de Trump pidió que la ejecutaran.

Fuera de la zona de alta seguridad, se vivió una grosera y misógina caza de brujas. Unos comerciantes vendían chapas y camisetas con eslóganes virulentos que se burlaban de la candidata demócrata. Una camiseta mostraba a Trump golpeando a Clinton, evocando la famosa imagen de Mohamed Ali.

¿Cómo se ha llegado a este punto? En parte, porque el Partido Republicano, profundamente dividido, necesitaba una figura que los volviera a unir. El nombre de Clinton sonó más veces que el de Trump.

Jeff Roe, el responsable de la campaña de Ted Cruz, dio este jueves otra explicación posible. Señaló que los votantes de centro representan el 6% del total y que a los candidatos no les compensa lanzar mensajes moderados para captarlos. Es por este motivo que los partidos apuestan por encender los ánimos de sus simpatizantes. Si esto es cierto, supone un alejamiento de los planteamientos centristas de Bill Clinton en Estados Unidos y de Tony Blair en el Reino Unido y un giro hacia el extremismo. Probablemente las redes sociales solo sirvan para aumentar la polarización.

Cualquier simpatizante de Bernie Sanders, el candidato demócrata que competía con Hillary Clinton en las primarias, que se esté planteando apoyar a Trump debería haber descartado esa disparatada idea tras el espectáculo republicano en Cleveland. Trump está convencido de que la historia le reserva un lugar especial pero tal vez los historiadores del futuro lleguen a la conclusión de que su discurso anunció la muerte del Partido Republicano. Otra posibilidad es que el sector más progresista de Estados Unidos no consiga pararlo y que el mundo entero se estremezca.

Traducción de Emma Reverter

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