Los hipsters y los artistas, esos soldados del capitalismo
“El hipster es un capitalista”. Así lo definió Matt Hancock, el secretario de Cultura y Economía Digital en el gobierno de Theresa May, que reemplazó a Ed Vaizey en julio. La frase de Hancock formó parte de su discurso de apertura cargado de palabras de moda en el encuentro de la Federación de Industrias Creativas en el Instituto de Cine Británico, donde se dieron cita la flor y nata de la cultura británica.
Muchos de los “líderes” de las industrias creativas acogieron con entusiasmo el discurso en el que, además de elogiar a los microemprendedores hipster, Hancock habló de un James Bond entregando “tarjetas telefónicas globales” post-Brexit (el Reino Unido siempre capital cultural) desde su Aston Martin, extrañamente llamado “rey Canuto”, y proclamando “tarifas variables al estilo Uber”.
El capital cultural siempre ha sido el arma predilecta del poder blando del Reino Unido. Dicho de una manera delicada, es el acompañamiento perfecto para el “orgullosamente robusto” legado de patrioterismo desenfrenado que, durante mucho tiempo, nos ha servido como excusa para justificar nuestras ansias de colonialismo e imperialismo en cualquiera de sus formas. Hancock reconoce todo esto, y también el hecho de que el hipster encarna tanto lo nuevo como lo viejo. Una visión perfectamente romántica del conservadurismo del siglo XXI.
Tal vez, el hipster sea capitalista, pero ¿acaso no lo somos todos hoy? Además, el hipster tiene ética, es autosustentable y de gran movilidad. Se maneja con sus fieles corceles: bicicletas retro de piñón fijo hermosamente reacondicionadas, con ruedas Aero de última generación y cuadros de acero como en los setenta. De barba cuidadosamente arreglada y peinado retro, el hipster divide su tiempo entre antros de cerveza artesanal, tiendas pop up, salones de tatuajes y restaurantes de cereales. El hipster evalúa todo cuidadosamente: todo tiene que ser estilizado, todo tiene que ser pensado.
La última visita a mi recientemente establecido “peluquero tradicional” me dio una idea sobre el mundo hipster. El dueño, de unos treinta y tantos, “confeccionaba” cada peinado como una “experiencia única”. Navajas e implementos de peluquería reciclados colgaban de una tira magnética bajo unas vigas compradas en un mercadillo; luces ambientales inalámbricas iluminaban los paneles tipo 'cabaña de cazador'; los clientes se sentaban sobre sillones de peluquería de los años 20 “rediseñados”; y por unos altavoces de última generación ocultos se escuchaba música tech-house proveniente de lo que parecía una base dock para iPhone (con un diseño vintage).
Le pregunté al dueño y a su cliente de barba cuidada (un tatuador de la zona), ambos hipsters, cómo se describirían. “Socialistas”, respondieron, y rápidamente agregaron que no pretendían “construir imperios”, solo “ganarse la vida”. Ambos habían dejado sus trabajos estables en el Estado y en la municipalidad. Me hicieron pensar en esa teoría de que el movimiento hipster podría ser una suerte de reencarnación de los colonizadores o de los/las pioneros/pioneras. En muchos aspectos, es así. Sin duda, el estilo que tienen se remonta a mitad del siglo XIX; a los colonizadores británicos y a las fronteras del oeste. Quieren ganar lo suficiente para tener una vida decente, de forma independiente, “creando” y “haciendo”. Igual que los primeros pioneros, son exploradores y artistas y, además, son capitalistas.
Pero a diferencia de los antiguos pioneros, el hipster es posmodernista, postindustrial y postfordista. No es extraño que Hancock lo vea como el personaje ideal en su fantasía de industrias creativas post-Brexit y como un modelo de micro-empresa a pequeña escala: un capitalista. En un artículo publicado por el periódico The Evening Standard, se sugería que los comentarios de Hancock podrían sorprender a muchos hipsters que se enorgullecen de “distanciarse de la economía de tendencia mayoritaria con ideas de tinte independiente y con ideas y prácticas laborales éticas”. Pero, ¿esta no es una descripción exacta del tipo de “innovación” capitalista a pequeña escala que Hancock imagina como el motor de su tan esperada revolución de las industrias creativas británicas? ¿No es en sí mismo una forma solapada de imperialismo cultural?
El problema es que este modelo en que el arte funciona como civilizador cultural, como empuje económico y como catalizador de la cohesión social, es muy complicado. Hancock piensa que hacer a toda velocidad más “distritos culturales” con fachadas de cristal generará beneficios para todos: “La tarea es simple: crea una zona interesante y atraerás a gente interesante para que trabaje allí”.
Verán, para Hancock, “el renacimiento cultural, la conectividad, y el resurgimiento económico van de la mano”. Y, por supuesto, el hipster parece la personificación de estas ideas neoliberales. Pero el secretario también dijo que estaba dispuesto a evitar que el Estado adopte un “enfoque prescriptivo” y “vertical”, y sin embargo eso es exactamente lo que está haciendo, ayudado por organizaciones capitalistas, con la Federación de Industrias Creativas, un nombre que parece salido de la imaginación de Orwell.
Ahora es el establishment el que ve al hipster como la encarnación del expansionismo capitalista a pequeña escala y autónomo. Pero no solo se encasilla al hipster en este papel. Los artistas son las tropas de los estados neoliberales porque son los primeros en adentrarse en los páramos urbanos postindustriales y post-Estado de bienestar: zonas industriales abandonadas y zonas de viviendas sociales. También son los primeros en sembrar las semillas del capital cultural. Los artistas atraen a los hipsters antes de que, con el tiempo, los hipsters y sus nuevos vecinos de clase media los terminan desplazando. Tanto el artista como algunos hipsters (los que todavía no se han “acomodado”) seguirán su viaje, explorarán, se distanciarán de todo (otra vez) y desarrollarán otros sitios con posibilidades de conseguir “inversión” de capitales. Y, así, el ciclo de la gentrificación comienza una vez más.
Hancock lo sabe. Los inversores lo saben. Las industrias creativas (en todas sus formas, cada vez más homogéneas) lo saben. Todos ellos creen en los milagros porque los crean. Los hipsters son tan solo la estilización más novedosa que encaja perfectamente con el redescubrimiento del valor económico de determinado lugar.
De la misma manera que el eslogan gentrificador, “los cupcakes son magdalenas que creían en milagros”, para Hancock los hipsters son personas que creen en milagros. Al menos, por ahora.
Traducción de Francisco de Zárate