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Los diseñadores inuit reivindican la caza y el mercado de piel de foca

Si bien a las comunidades inuit no se les prohibió cazar focas, lo cierto es que el mercado de la piel de foca desapareció. “Las comunidades perdieron el 90% de sus ingresos, en algunos casos”, asegura Arnaquq-Baril. / Victoria's Arctic Fashion

Ashifa Kassam

Iqaluit (Canadá) —

Lo primero que hizo fue buscar lo tradicional: se empapó de las costumbres inuit para fabricar parkas y guantes. Después, Victoria Kakuktinniq quiso aprender lo contemporáneo y viajó al sur a estudiar diseño de moda, para luego regresar a su Nunavut natal, el territorio canadiense más septentrional.

El resultado es una línea de indumentaria que combina un diseño moderno con la tradición: la primera colección de Kakuktinniq incluye cuatro abrigos de invierno hechos con piel de foca. Así, Kakuktinniq se ha ganado un lugar entre los diseñadores y costureros del norte de Canadá que piden que se vuelva a utilizar la piel de foca en la alta costura.

“Es parte de mi cultura”, explica Kakuktinniq, de 27 años, que lanzó “La moda ártica de Victoria” en 2013. “Los inuit estamos haciendo lo mejor que podemos para promover nuestra cultura y mostrar nuestra forma de vida y cómo vivían nuestros ancestros”, añade.

Es una forma de vida que en las últimas décadas ha sido muy atacada. En los años sesenta y setenta comenzó a cobrar fuerza la oposición a la caza de focas, con campañas gráficas que mostraban focas bebés siendo apaleadas por los cazadores. Pronto el movimiento creció a nivel mundial e incluso se ganó el apoyo de los famosos. Finalmente, tanto Estados Unidos como la Unión Europea prohibieron la importación de prácticamente cualquier producto hecho con focas.

Pero nunca se analizó qué impacto tendrían estas medidas en los inuit, asegura la directora de cine Alethea Arnaquq-Baril. “Si quitas a los inuit de la ecuación, puede parecer una cuestión sin matices”, señala. “Pero nosotros somos un pueblo tradicionalmente cazador de focas”.

En los años cincuenta, la Policía Montada de Canadá mató a cientos, si no miles, de perros de trineo, obligando a los inuit a abandonar el estilo de vida seminómada de sus ancestros y asentarse permanentemente.

Otros inuit fueron reubicados forzosamente más al norte, ya que el gobierno canadiense de ese momento buscaba reclamar la soberanía sobre el territorio ártico. Algunos niños inuit fueron enviados a internados, que una comisión de la verdad describió como una herramienta eclesiástica de genocidio cultural y denunció que estaban plagados de abusos.

Durante estos años turbulentos, la caza de focas funcionó como un ancla, proveyendo una fuente estable de comida e ingresos a los inuit que luchaban por adaptar su estilo de vida ancestral a la vida sedentaria en uno de los ecosistemas más hostiles del planeta.

Entonces llegó la prohibición. “El precio de la piel de foca se desplomó”, explica Arnaquq-Baril, cuya película Inuit Enfadado trata los devastadores efectos que tuvo el movimiento contra la caza de focas para los inuit.

Las comunidades perdieron el 90% de sus ingresos

Si bien a las comunidades inuit no se les prohibió cazar focas, lo cierto es que el mercado de la piel de foca desapareció. “Las comunidades perdieron el 90% de sus ingresos, en algunos casos”, asegura Arnaquq-Baril.

La pobreza se volvió normal en Nunavut, aumentando aún más la tasa de suicidio, que ya era alta, y haciendo que siete de cada diez niños inuit fuesen a la escuela con hambre.

Muchos inuit se sintieron demonizados por las campañas de los activistas de los derechos de los animales, que a menudo sugerían que las focas que cazaban los inuit estaban en peligro de extinción.

“No es solo un ataque a nuestra posibilidad de supervivencia, sino también un ataque a quienes somos y a nuestro valor como pueblo”, asegura Arnaquq-Baril. “Es muy frustrante ver que las organizaciones que nos ponen en esa posición están en algunas de las partes más ricas del planeta, con las tierras más fértiles del mundo y las temperaturas más agradables para vivir. Esa es la gente que arma una campaña para perjudicarnos”, añade.

En 1985, Greenpeace Canadá publicó una carta de disculpas a los inuit por su campaña mundial de 1976 contra la caza de focas. “Según algunos parámetros, fue una campaña exitosa,” escribió en su blog Joanna Kerr, directora ejecutiva de Greenpeace Canadá, en 2014. “Pero en otro aspecto, fue algo que salió muy, pero que muy mal”.

Kerr remarcó que la campaña “hizo mucho daño a muchas personas, tanto a nivel económico como cultural”. Desde entonces, la organización ha hecho esfuerzos para recomponer su relación con los pueblos indígenas, añadió Kerr.

Algunos que señalan el prolongado impacto cultual y económico de las campañas piden algo más que unas disculpas. “Considerando la cantidad de dinero que ha ingresado Greenpeace en estos años, deberían compensar a cada inuit con un millón de dólares”, le dijo Aaju Peter, una costurera de piel de foca de Iqaluit, a la Corporación de Radiodifusión Canadiense el año pasado.

Otros están haciendo todo lo que pueden para revivir el mercado. Hace varios años, la diseñadora Nicole Camphaug comenzó a experimentar con el uso de piel de foca en zapatos de tacón y de vestir, pensando esa combinación como otra forma de poner la cultura inuit en el candelero. “Siempre pienso que es importante poner la piel de foca en circulación”, añade.

Poco después, abrió un pequeño negocio cerca de su casa en Iqaluit, aprovechando las redes sociales para llegar a potenciales clientes en todo Canadá y hasta en Groenlandia.

Pareciera que el trabajo de base de los diseñadores está generando algunos cambios, dice Rannva Simonsen, una diseñadora de ropa de lujo de Iqaluit, la capital de Nunavut. “La actitud ha cambiado,” asegura, señalando el creciente número de pedidos que ha recibido en los últimos años desde Toronto. “Cada vez más, los canadienses están aceptando la piel de foca”.

Nacida en las Islas Feroe, Simonsen se mudó a Nunavut en 1997 y poco después abrió su negocio. No tardó en utilizar la piel de foca, que ella llama “la vaca local” y describe como una fuente de alimento e ingresos en una región con pocas opciones.

Desde entonces, ha visto cómo los inuit llevan adelante una batalla de tipo “David contra Goliat” contra los activistas de los derechos de los animales, en su intento de mantener viva a una industria agonizante, una batalla que no suele tener en cuenta la profunda veneración que tienen los inuit por su medio ambiente. “Creo que es acoso cultural, cuando personas de una sociedad más fuerte aplastan a una cultura pequeña”, afirma. “Deberían aprender sobre la conexión y el respeto que tienen los inuit por la naturaleza”.

Traducido por Lucía Balducci

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