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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

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“La oscuridad”: el templo de las más salvajes torturas de la CIA en Kabul

Un miembro de Amnistía Internacional (AI) sostiene un cartel en el que se lee: "La tortura es un crimen"

Larry Siems

Había 20 celdas en la prisión; cada una de ellas, una caja de zapatos de hormigón. En 16 de ellas los prisioneros estaban encadenados a una anilla de metal en la pared. Las cuatro restantes tenían como objetivo privar de sueño a sus ocupantes, de pie y encadenados por las muñecas a una barra por encima de sus cabezas. Los que estaban en las celdas “normales” tenían un cubo de plástico; los otros llevaban pañales. Cuando no había pañales los guardas improvisaban alternativas con cinta americana, o los encadenaban desnudos. Las celdas no tenían calefacción, permanecían oscuras como la boca de un lobo día y noche, con música a todo volumen 24 horas al día.

“El ambiente era muy bueno”, declaró John “Bruce” Jessen a un investigador de la CIA en enero del 2003, dos meses después de interrogar en las instalaciones a un prisionero llamado Gul Rahman. “Desagradable, pero seguro”.

En noviembre del 2002, Jessen, uno de los dos psicólogos asalariados que diseñaron las “Técnicas de Interrogatorio Mejoradas” de la CIA, pasó 10 días en la prisión secreta cerca de Kabul, Afganistán. Cinco días después de su partida encontraron muerto por hipotermia a Rahman, desnudo de la cintura para abajo y encadenado al frío suelo de cemento.

En agosto, la familia de Gul Rahman y las de Mohamed Ben Soud y Suleiman Abdullah Salim, dos supervivientes del centro clandestino de detención de la CIA en Afganistán, llegaron a un acuerdo extrajudicial con Jessen y James Mitchel. La demanda contra los psicólogos de la CIA buscaba una indemnización por tortura.

Al resolver la disputa, Mitchell y Jessen evitaron un juicio que hubiese llevado a la luz de un juzgado estadounidense qué ocurrió en la prisión “Cobalt”, su nombre en clave, pero conocida por sus prisioneros como “la oscuridad”.

Sin embargo, mucha información que los demandantes esperaban que fuese mostrada ante un jurado se ha hecho pública en 274 documentos que la CIA y el Pentágono se han visto obligados a desclasificar y publicar durante la entrega de pruebas anticipadas contemplada el derecho procesal americano, en el cual se puede exigir la presentación de pruebas antes de la celebración del juicio.

Estos documentos, la mayoría previstos para servir como pruebas en el juicio, aportan la mejor descripción hasta la fecha de las calamidades por las que pasaron los tres hombres en aquella mazmorra de la CIA, y de cómo tuvieron la mala suerte de que sus vidas se cruzaran con el apogeo y la caída de James Mitchell y Bruce Jessen, los hombres que diseñaron el régimen de tortura.

“Hicimos una lista”

El camino para lograr que un psicólogo admitiera haber trabajado para la CIA y haber sido quien desarrolló los mecanismos de interrogación comenzó un año antes, a principios del 2002, cuando Jessen y Mitchell escribieron un artículo titulado “Cómo responder a la resistencia de Al Qaeda a las técnicas de interrogación”.

El artículo vio la luz, con modificaciones, por primera vez durante el juicio y desarrollaba métodos para reconocer si los prisioneros estaban utilizando técnicas de resistencia y “estrategias para elaborar contramedidas”.

El artículo estaba basado en una lectura de ambos profesionales del Manual de Manchester, una guía para extremistas que incluye una sección sobre los brutales interrogatorios que los reclutas pueden experimentar en los centros de detención de los regímenes autoritarios. El manual combina consejos como “quedarse tranquilo tanto mental como psicológicamente y mantenerse alerta”, con instrucciones prácticas sobre cómo responder ante las torturas.

En su artículo de contramedidas, Mitchell y Jessen toman todos estos consejos como estrategias de resistencia. Repetir siempre la misma historia, pedir un abogado, quejarse por las condiciones de detención, pedir atención médica, denunciar las torturas: todo esto, según estos profesionales, “revela que los miembros de Al Qaeda de alta exposición tienen un nivel sofisticado de entrenamiento de resistencia”.

El hecho de que el artículo comenzara con la advertencia “No somos expertos en la cultura árabe ni en la organización de Al Qaeda” no afectó el entusiasmo con que fueron recibidas sus ideas.

Durante la primavera del 2002, ambos psicólogos intentaron vender sus técnicas para vencer la resistencia de los combatientes de Al Qaeda, Jessen al Pentágono de Estados Unidos y Mitchell a la CIA. Acompañaron sus presentaciones con ilustraciones en PowerPoint donde utilizaban lo que ellos llaman “la metáfora del círculo”, un diagrama que plantearon como “una forma efectiva de pensar el comportamiento de resistencia”.

En su declaración previa al juicio, Jessen insistió en que los métodos de interrogación que él y Mitchell presentaron para vencer las técnicas de resistencia no incluían tormentos físicos y que se ajustaban a la Convención de Ginebra. Sin embargo, en abril, Jessen diseñó un “boceto de explotación” que incluía meter a los prisioneros en celdas insonorizadas en centros de detención secretos que estaban fuera del alcance de la Cruz Roja, la prensa, los Estados Unidos y los observadores internacionales. Unos meses después, “Jim y yo entramos a un cubículo”, recordó Jessen en su declaración. “Él se sentó frente a una máquina de escribir y juntos hicimos una lista” que se convirtió en las técnicas avanzadas de interrogación de la CIA.

 

Abu Zubaydah

Los mensajes de la CIA que se presentaron durante el juicio establecen una crónica de la aplicación de estas técnicas durante los interrogatorios a los que la CIA sometió a Abu Zubaydah, que sufrió 83 veces la técnica de “waterboarding”, un ahogamiento simulado. Mitchell se unió a los interrogatorios unas semanas después de Zubaydah, que fue capturado en marzo en Pakistán, fuera llevado al primer centro de detención clandestino de la agencia en Tailandia, y muchos de los intercambios entre su equipo y las oficinas de la CIA hacen pensar que el caso fue una prueba piloto de las técnicas.

Una serie de intercambios sobre el diseño de las “cajas de aislamiento” tiene títulos como “comentarios sobre el posible impacto psicológico de la caja de aislamiento durante el procedimiento con AZ” y “Más comentarios sobre la construcción y otros detalles de la caja de aislamiento adicional que se utilizará durante el interrogatorio a Abu Zubaydah”.

Otros informes describen al detalle cómo estas técnicas se utilizaron en sesiones de interrogación, y su efecto demoledor y deshumanizante. En una parte de un informe de seis páginas se describe el “sexto día de la fase agresiva” del interrogatorio a Abu Zubaydah, que tuvo lugar el 9 de agosto de 2002. “Los interrogadores señalaron la pequeña caja y le dijeron ‘ya sabes qué hacer’”.

“A las 10 de la mañana, el sujeto se sentó en el suelo y se metió solo en la pequeña caja, sin protestar y sin requerir mayores instrucciones”, escribió el equipo de Mitchell. Durante las siguientes ocho horas, Abu Zubaydah pasó por diferentes cajas de aislamiento y fue arrojado contra la pared, una técnica conocida como “walling”. Cuando montaron la estructura para el “submarino”, otra vez el interrogador dijo ‘ya sabes qué hacer’. Al prisionero le dijeron que podía poner fin a las torturas si decía lo que los interrogadores querían saber, dice el informe, pero “el sujeto lloriqueó y dijo que no sabía nada”.

Ocho días después, un informe enviado desde el centro de detención clandestino en Tailandia celebraba el éxito de la “fase agresiva” de tres semanas en el interrogatorio a Abu Zubaydah, cuyo objetivo había sido “inducir al sujeto a la impotencia total, la sumisión y la cooperación” y “llegar al punto de haber quebrado cualquier tipo de voluntad o capacidad del sujeto a resistir o negarse a dar información”. Según escribió Mitchell en el cable, el proceso “puede utilizarse como modelo para futuros interrogatorios a prisioneros de importancia”.

Mientras Mitchell escribía esto, se estaba terminando de construir el centro de detención de Cobalt, cerca de Kabul.

Un mes después, cuando los primeros prisioneros pasaban por sus primeras 24 horas de oscuridad, una circular interna de la CIA describía el rol que los dos psicólogos tendrían en el programa avanzado de interrogatorios de la agencia. “Tanto Jim como Bruce podrán realizar la evaluación directa, llamada examen de estado mental, a los prisioneros en cuanto hayan sido capturados”, decía la circular. Esto permitía “determinar los mejores métodos de presión física y psicológica que lograr que este individuo entre en un estado de cooperación lo antes posible”.

Para cumplir con los requisitos de las técnicas avanzadas de interrogación, los interrogadores de la CIA y el Pentágono debían leer el artículo de contramedidas, mirar la presentación en PowerPoint y participar de jornadas de entrenamiento en estas técnicas.

“¡Hola, Jim! Me gustó mucho la conferencia,” comienza un correo electrónico que recibió Mitchell tras una reunión con “un bonito grupo” de interrogadores, psicólogos y psiquiatras de Guantánamo. La persona que escribió el correo se queja de Guantánamo, donde “los prisioneros manejan todo lo que ocurre en el campo y los interrogadores tienen poco o casi ningún control” y donde “no se puede aprovechar el shock de la captura, sorprender a nadie (excepto a los interrogadores) ni desarrollar el sentimiento de impotencia (excepto en los interrogadores). La persona le pide al psicólogo que mande copias del artículo a Guantánamo. ”Está claro que tú y Bruce se tienen que involucrar para las cosas se hagan bien“.

Mohamed Ben Soud

Seis meses después, en marzo y abril de 2003, Mohamed Ben Soud y Suleiman Abdullah Salim se convirtieron en dos de los 39 prisioneros víctimas de las técnicas avanzadas de interrogación desarrolladas por Mitchell y Jessen para los centros de detención secretos de la CIA.

El mes siguiente a la muerte de Gul Rahman, se incorporaron diez calentadores a gas en el pabellón de la prisión, pero poco cambió respecto de lo que Jessen llamó las “asquerosas” rutinas de Cobalt. Salim y Ben Soud permanecían en la oscuridad, encadenados todo el día a la pared o a una barra sobre su cabeza, a menudo desnudos, en celdas donde no se les permitía dormir. Durante las sesiones de interrogatorios también fueron sometidos a métodos como golpes, “walling”, sumersión en agua helada y fueron sometidos a horas de encierro en cajas de aislamiento.

Durante el juicio, Jessen y Mitchell argumentaron que, como ellos no interrogaron directamente a  Ben Soud y a Salim, no eran responsables del tratamiento que recibieron.

Sin embargo, Cobalt había sido diseñado siguiendo sus instrucciones para un centro de explotación ideal, y después de la muerte de Rahman todos los interrogadores debían recibir entrenamiento sobre las técnicas de Mitchell y Jessen. Las experiencias de Ben Soud y Salim parecen haber dado inicio a una época en que los “interrogatorios avanzados” se volvieron rutinarios.

Compensaciones económicas, sí; responsabilidad, no

En octubre de 2006, interrogadores de la CIA, psicólogos y responsables revisaron todas las Técnicas de Interrogación Mejoradas y prepararon una nueva lista para presentar al Congreso en relación con la recién promulgada Ley de Comisiones Militares. Uno de los documentos desclasificados registra que cuatro técnicas fueron eliminadas, entre ellas tres de las que Salim y Ben Soud sufrieron en Cobalto.

En su libro Interrogación Mejorada, Mitchell hace mención a esta revisión. “Casi de manera unánime, todos decidimos que para el proceso de condicionamiento tan sólo eran necesarias dos técnicas: el 'walling' y la privación del sueño”, escribe Mitchell. “El resto, aunque daban buenos resultados ocasionalmente, no eran esenciales. Bruce y yo también creemos que algunas, como la desnudez, las bofetadas, inmovilizar la cabeza, la manipulación de dieta y el aislamiento en espacio reducido, eran completamente innecesarias”.

Ninguna autoridad de la CIA o del gobierno de George W. Bush que aprobaron y promovieron los métodos de Mitchell y Jessen han admitido esto de manera alguna, y sus papeles en el apoyo a los programas de los Centros de Detención Clandestinos sigue siendo un enigma oscurecido por secciones omitidas en los documentos que se han hecho públicos.

Muchos de los oficiales de la CIA que participaron en el programa de tortura de los Centros de Detención Clandestinos fueron contratados después por Mitchell Jessen y Asociados, que siguieron facturando millones de dólares a la CIA por servicios de interrogación mucho después de que el programa llegase a su fin.

El acuerdo al que se llegó la semana pasada constituye el primer reconocimiento oficial de que se hirió a hombres durante las “interrogaciones mejoradas” en las instalaciones clandestinas de la CIA, además de la primera indemnización a víctimas del programa de torturas de la CIA posterior a los atentados del 11 de septiembre. En un comunicado publicado cuando tuvo lugar el acuerdo, Mitchell y Jessen dicen: “los abusos sufridos por el Sr. Rahman, el Sr. Salim y el Sr. Ben Soud son lamentables”, al mismo tiempo que niegan cualquier responsabilidad en relación con el maltrato a los hombres.

Sin embargo, 15 años después de que Gul Rahman muriese de frío en una oscura celda, las pruebas reunidas en el proceso previo al juicio han recalcado la brutalidad e inutilidad de las tácticas llevadas a cabo por Mitchell y Jessen, y que fueron negadas rotundamente por la CIA hace ya más de una década.

Traducido por Lucía Balducci y Marina Leiva

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