Periodistas en México: obligados a ser héroes o mártires
Javier Valdez escribió su propia necrológica. Tras el asesinato de la periodista Miroslava Breach, perpetrado el 23 de marzo en la ciudad de Chihuahua, situada en el norte del país, Valdez tuiteó: “Si esa es la sentencia de muerte por cubrir este infierno, que nos maten a todos. No al silencio”.
Valdez nunca permaneció callado, e informó incansablemente sobre las luchas intestinas del cartel de Sinaloa. También dio voz a las víctimas de la violencia mafiosa, esas que a menudo caen en el olvido.
Fue asesinado el lunes al mediodía, a tan solo una manzana de su oficina de Ríodoce, la revista que cofundó en 2003. Recibió, tal vez simbólicamente, doce disparos. Sus compañeros indican que sus verdugos sabían perfectamente contra quién disparaban.
“Siempre supimos que esto podía pasar. Éramos muy conscientes de esta posibilidad, nunca ocultamos que estábamos asustados”, indica Ismael Bohórquez, director de Ríodoce.
A diferencia de muchas otras publicaciones de México, que simplemente han claudicado y ya no publican noticias sobre una violencia que en la última década ha causado la muerte de 200.000 personas, ni Valdez ni Ríodoce han dejado de cubrir sucesos vinculados con el crimen y la corrupción. El periodista tenía buenas fuentes y tal vez pensó que al vivir en una región que está controlada por un solo cártel no podía quedar atrapado en el fuego cruzado.
Sin embargo, esto dejo de ser así cuando la detención y posterior extradición de El Chapo Guzmán generó una guerra de sucesión dentro del cártel y surgieron distintas facciones.
“Cruzamos la línea roja. No sé qué pasó”, indica Bohórquez en una entrevista que tuvo lugar en la modesta redacción de Ríodoce, situada en Culiacán. “En la calle estas líneas no son visibles, así que nunca sabes cuándo las estás cruzando”.
Periodistas más unidos que nunca
El martes, Sinaloa se despidió de Valdez, que tenía 50 años. Cientos de personas se reunieron frente a la capilla de una funeraria de Culiacán llena de ramos de flores. Sus compañeros lo recordaron como una persona alegre, que nunca salía a la calle sin su sombrero Panamá. El sombrero descansaba encima del ataúd.
“Javier era un tipo de trato fácil, alguien que te caía bien, con mucha empatía…y alguien que intentaba ver el aspecto positivo de cualquier situación”, explica Andrés Villarreal, un reportero de investigación de Ríodoce, mientras intenta contener las lágrimas.
El asesinato ha causado indignación en el país. En lo que va de año, seis periodistas han muerto en México. Esto no ha hecho más que consolidar la reputación de México como uno de los países más peligrosos de la región para los periodistas.
Algunos medios de comunicación independientes optaron por no publicar noticias en el marco de una protesta conocida como “un día sin periodismo”. Artículo 19, una organización que defiende la libertad de prensa, ha registrado 104 asesinatos de periodistas en el país desde el año 2000. Reporteros sin fronteras sitúa a México en el lugar 147 de su clasificación de países y libertad de prensa en el mundo; solo un puesto por delante de Rusia.
“Nunca había visto a los profesionales del sector tan indignados y tan unidos”, tuiteó Daniel Moreno Chávez, director del medio de comunicación Animal Político.
La oleada de asesinatos de este año ha conmocionado al país. Breach fue abatida a tiros cuando llevaba a su hijo a la escuela. El periódico que publica sus artículos, Norte, explicó que no podía garantizar la seguridad de sus periodistas y que optaba por cerrar.
Cecilio Pineda, fundador de una página web de noticias en la región de Tierra Caliente, situada en el estado de Guerrero, donde se cultiva opio, recibió diez disparos mientras estaba tumbado en una hamaca.
El fin de semana pasado siete periodistas que viajaban a lo largo y ancho de Guerrero para investigar la lucha entre bandas rivales fueron acorralados por un centenar de hombres armados, que los golpearon y les quitaron sus pertenencias.
Impunidad judicial
Sin embargo, como suele pasar en México, los autores de estos ataques quedan impunes. En 2006 se creó una fiscalía especial para alejar los expedientes de los asesinatos de periodistas de investigadores incompetentes o corruptos. Hasta la fecha, solo ha conseguido generar tres condenas.
“Es inútil”, se lamenta Javier Garza Ramos, exresponsable del periódico El Siglo de Torreón, cuya sede fue tiroteada en cinco ocasiones distintas entre 2009 y 2013. Cuatro trabajadores del periódico han sido secuestrados: “Los fiscales federales y estatales no investigan y tampoco hay un castigo”.
El presidente Enrique Peña Nieto ha lamentado el asesinato de Valdez y el miércoles anunció que impulsará nuevas medidas para proteger a los medios de comunicación. Sin embargo, el presidente ha recibido muchas críticas porque en ningún momento incluyó a ningún medio de comunicación en el proceso de elaboración de su plan ni tampoco cuando lo anunció.
El ministro del Interior, Miguel Ángel Osorio Chong, también ha prometido actuar y hacerlo conjuntamente con los gobernadores de los 31 estados de México.
Los defensores de la libertad de expresión señalan que el plan no es nada ambicioso y llega demasiado tarde, ya que algunos de los gobernadores que deberían ponerlo en práctica han sido incapaces de evitar ataques contra los medios de comunicación. Algunos incluso han pagado o han presionado a algunos periodistas locales para que hablen positivamente de ellos.
En Culiacán, la capital de Sinaloa, un grupo de periodistas locales se presentó el martes ante las oficinas del gobernador, Quirino Ordaz Coppel, y se negó a marchar hasta que este les recibiera.
“La impunidad mató a Javier y es lo que nos matará también a nosotros”, exclamó un periodista. “¿Por qué no me puedo ir a casa tranquilo? ¿Por qué tengo que vivir con miedo?”, lamentaba otro.
El gobernador Ordaz, que estuvo a punto de perder los nervios en varias ocasiones durante el encuentro, les prometió asignar la investigación a un fiscal especial: “Javier era mi amigo, estoy tan indignado como vosotros”.
“Tienes que asumir lo que significa ser periodista”
Valdez escribía artículos sobre el crimen en Sinaloa y sus consecuencias. Publicó tres libros y escribía una columna semanal en Ríodoce que se llamaba “malayerba”. Sus escritos reflejaban una inusual empatía hacia las víctimas de la violencia en un estado en el que el narcotráfico está muy arraigado y en el que a menudo la población percibe al gobierno como un aliado más de los criminales.
“Cuando sucedía algo, aunque nos mandaran información, él siempre hablaba con las víctimas”, explica Ismael Medina, un periodista de Culiacán que conocía a Valdez desde sus tiempos universitarios. “Se desplazaba hasta donde estuvieran e incluso los ayudaba”.
Sus compañeros indican que Valdez sabía que debía ser prudente pero que no estaba dispuesto a suavizar el mensaje cuando hablaba de los cárteles. No lo hizo ni en los momentos más sangrientos de la lucha entre narcos.
“Tienes que asumir lo que significa ser periodista. O lo haces o estás perdiendo el tiempo. No quiero que nadie me pregunte: ¿qué hacías tú mientras mataban a tantas personas?, ¿por qué no explicaste lo que realmente estaba pasando?”, aseguró Valdez en una entrevista que concedió a la cadena de televisión Rompeviento.
La situación empezó a cambiar el año pasado, cuando El Chapo Guzmán fue detenido por tercera vez. Esto propició una lucha intestina en el cartel de Sinaloa entre una facción leal a los hijos de El Chapo y otra leal al que había sido su mano derecha, Dámaso López.
Ríodoce publicó un reportaje sobre López, y varias bandas de hombres siguieron a los camiones que repartían los ejemplares y compraron toda la edición. Esta es una táctica que suelen utilizar los criminales o los políticos que no quieren que una noticia salga a la luz. López fue detenido a principios de este mes.
“La nueva generación de narcos es mucho más violenta. No se lo piensa dos veces”, indica un periodista de Ríodoce: “Que ataquen a un medio como el nuestro es muy significativo y cambia nuestra forma de trabajar”.
Los compañeros de Valdez creen que su asesinato está relacionado con las guerras internas del cartel de Sinaloa, pero nadie en la revista sabe quién está detrás de la muerte. “No sabemos qué facción lo hizo”, indica Bohórquez.
En cambio, lo que sí han querido dejar muy claro es que continuarán publicando artículos sobre los narcos y el crimen organizado. Incluso ahora que han perdido a su periodista más conocido.
“Es imposible hacer periodismo en Sinaloa sin hablar del narcotráfico”, indica Bohórquez. “Sabíamos que era importante informar sobre ello y lo seguiremos haciendo. Tenemos un compromiso con la gente”.
Traducción de Emma Reverter