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Opinión

Los verdaderos saboteadores son los defensores del Brexit que están destrozando la sanidad

La mitad de los doctores está considerando salir del país y una quinta parte ya ha hecho planes para hacerlo.

Owen Jones

¿Quiénes son los verdaderos saboteadores? ¿Son aquellos que quieren que el parlamento vigile el Brexit para impedir un acuerdo desastroso que podría arruinar la economía y destrozar las prestaciones sociales? Esos eran los saboteadores a los que había que machacar según the Daily Mail cuando Theresa May convocó sus desastrosas elecciones anticipadas. ¿O son los saboteadores aquellos que, a través de la intolerancia, el fanatismo ideológico retorcido y la completa estupidez, están dañando el tejido de servicios públicos del que todos dependemos?

El Servicio Nacional de Salud Británico está apoyado por 12.000 doctores de la Zona Económica Europea. Sin ellos, nuestra institución más preciada –que nos trae al mundo, nos cura cuando estamos enfermos o heridos y que nos cuida en nuestros últimos instantes de vida– se desmoronaría. Por tanto nos debería preocupar, por decirlo suavemente, que prácticamente la mitad de ellos esté considerando salir del país y una quinta parte ya haya hecho planes para hacerlo.

Que ironía tan retorcida. Los defensores del Brexit tomaron una decisión calculada para ganar el referéndum de la Unión Europea con una mezcla tóxica de mentiras y fanatismo. Una de las falsedades más llamativas fueron los supuestos 390 millones de euros extra a la semana que ingresaría el Sistema Nacional de Salud una vez se saliese de la UE. En su lugar, el sistema se está vaciando de médicos a los que necesitamos tremendamente.

¿Se les puede culpar por querer irse? Hemos pasado años utilizando de forma mordaz a los inmigrantes como chivo expiatorio para desviar la responsabilidad de los bancos, los evasores de impuestos, las empresas irresponsables, los que pagan salarios de pobreza, los estafadores, los políticos neoliberales y todos los demás intereses establecidos que han desatado la miseria y la inseguridad en Reino Unido. La aportación positiva de los inmigrantes fue prácticamente desterrada del debate público. Esta campaña alcanzó su punto álgido durante el referéndum, cuando se retrató a los inmigrantes como posibles criminales, violadores, asesinos y terroristas. Ello legitimó a los racistas en Reino Unido y resultó en un aumento en los crímenes de odio en las calles. Me pregunto por qué actualmente los doctores europeos no se sienten especialmente bienvenidos.

Es el peor momento posible para que se produzca una sangría de doctores. La sanidad está sufriendo la mayor restricción en su financiación como parte del PIB desde su creación; se está rompiendo por la mercantilización y la privatización; cada vez está bajo una mayor presión a causa de presupuestos sociales diezmados y de ciudadanos más longevos. El personal médico tiene la moral hundida –por la privatización, la falta de personal y los recortes–, independientemente de su lugar de nacimiento. Un estudio reciente señala que dos tercios está considerando irse. ¿La consecuencia? Vamos a tener que buscar más médicos en el extranjero. Esta es una ironía recurrente en el gobierno conservador. Tras los primeros cinco años del gobierno de coalición, drásticos recortes en las plazas de formación para enfermería han llevado al Sistema Nacional de Salud a buscar uno de cada cuatro enfermeros en el extranjero.

¿Cómo hemos permitido a los intolerantes y a los xenófobos de nuestra volátil élite de la política y el periodismo sensacionalista que hagan tanto daño? En lugar de transmitir a los doctores que nos salvan la vida que no son bienvenidos en Reino Unido, nos deberíamos centrar en cómo podemos gravar el auge de individuos ricos y grandes empresas para invertir más en sanidad. Debería estar muy claro quiénes son los verdaderos saboteadores. Ya han infligido un daño incalculable a nuestro tejido social, a nuestros servicios públicos, nuestra economía y a nuestra posición internacional. La pregunta es: ¿Cómo evitamos que sigan haciendo daño?

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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