No está claro si dan risa o miedo: perfiles semanales con mala leche de los que nos mandan (tan mal) y de algunos que pretenden llegar al Gobierno, en España y en el resto del mundo.
Raif Badawi, un bloguero saudí que nunca trabajó en ‘Charlie Hebdo’
Ahora, cuando aún suena La Marsellesa en nuestros oídos entonada a capela por cientos de miles de personas, ahora, cuando aún permanecen vivos los gritos de #JeSuisCharlie deberíamos pensar en todos los que no lo son, en las víctimas sin nombre de la misma barbarie intolerante, religiosa o política, a las que otorga o se niega –según sean amigos, iconos pop o negocio– el sello de “dictadura”. Lo que más inquieta es la ceguera de los que no quieren ver, no desean escuchar.
El domingo durante la gigantesca marcha, tal vez la mayor que ha vivido París desde la liberación de los nazis, pensé en una de esas víctimas invisibles: Raif Badawi (nacido en 1984; el año elegido por Orwell para su novela). Se trata de un bloguero saudí, creador del foro digital Arabia Red Liberal, que ha comenzado a recibir un castigo inhumano: mil latigazos que le serán aplicados durante 20 semanas, además de diez años de cárcel y el pago de una multa de 225.000 euros. ¿Su delito? Expresar opiniones políticas en las redes sociales. El tribunal lo llamó insultos al islam a través de canales electrónicos.
La primera vez que lo detuvieron fue en 2008. Le acusaron de apóstata, un cargo grave en Arabia Saudí que conlleva la pena de muerte. En Arabia Saudí está prohibido ejercer el cristianismo y más aún el agnosticismo o el ateísmo. Tuvo suerte porque fue puesto en libertad al día siguiente.
El Gobierno lo volvió a intentar un año después: le congelaron la cuenta bancaria y le prohibieron salir del país. Como aún revoloteaba el asunto de la apostasía, la familia de la esposa presentó la petición de divorcio ante el tribunal. Su objetivo era evitar la caída en desgracia colectiva, algo que no sabemos si logró.
En 2012 volvieron a detener a nuestro tipo inquietante. Esta vez Badawi había pisado un callo mayor al acusar a la Universidad Islámica Imam Mohammad ibn Saud de Riad de ser un nido de terroristas. El 17 de diciembre, un tribunal de Jeda le acusó de “crear una página web que ponía en peligro la seguridad general y ridiculizaba a diversas figuras religiosas”. Durante ese año, Arabia Saudí ocupó un puesto en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, algo que no se debe conseguir por méritos en la materia ya que ese año fue en Arabia Saudí un periodo especialmente represor, según Amnistía Internacional.
En esta tercera detención volvió a aparecer la apostasía. Le acusaron de decir que todo el mundo tiene derecho a elegir sus creencia. Amnistía le declaró preso de conciencia y lanzó una campaña internacional para lograr su libertad. La web Arabia Red Liberal, que fue clausurada, solo trataba de crear un espacio de debate. Otro cargo consistía en “intentar introducir ideas occidentales en el país”. Como Joseph K., el célebre personaje de Franz Kafka, Badawi quedó atrapado en un laberinto judicial que le consumió todo el año. El julio de 2013 fue condenado a siete años de prisión y 600 latigazos. El asunto de la apostasía se había vuelto a enfriar. Es lo bueno de las dictaduras: pueden dictar lo que les dé la gana y cuándo les dé la gana. Todos obedecen.
Su esposa, Ensaf Haidar, y sus tres hijos se marcharon ese año a Quebec, donde les concedieron el asilo político. Lo del divorcio debió ser una pantomima, una fachada ante las autoridades. Su esposa reveló en una entrevista en la CNN los manejos turbios del tribunal. Era diciembre de 2013. Seis meses después los jueces revisaron la condena al alza: pasó de 600 a 1.000 latigazos, a diez años de prisión y a la multa antes referida.
El 9 de enero de 2015, dos días después de la matanza en la sede de Charlie Hebdo, las autoridades iniciaron la aplicación de los primeros 50 latigazos sobre la espalda y las piernas con una fina vara de madera, como manda la ley. El público asistente escuchó la sentencia, observó los golpes como quien va a un cine y gritó al terminar la tanda “Alá es grande”. La segunda sesión está prevista para esta semana.
De nada ha servido que Amnistía Internacional, Human Rights Watch (HRW) y Reporteros Sin Fronteras hayan pedido la suspensión de la sentencia. Tampoco ha hecho efecto la supuesta presión de EEUU. Los principios siempre están por debajo de los intereses, excepto cuando se encienden las cámaras y los focos; entonces llega el disimulo como el domingo en París.
Arabia Saudí posee el 16% de las reservas petroleras conocidas; también es el primer exportador mundial; controla un tercio del petróleo que mueve la OPEP. Es decir, no estamos hablando de Yemen o Siria, dos pedregales. Riad tiene la sartén por el mango. Es cierto que esto no fue una garantía para Sadam Husein, que también andaba colmado en petróleo, pero fue poco espabilado en la lectura de los cambios de humor de la política internacional.
Los saudíes además de exportar a sus amigos nunca se meten en líos visibles, juegan al ajedrez sentados en nuestro lado y se saben las reglas de cortesía, al menos eso es lo que parece. Según los expertos en la zona, Riad desarrolla un juego paralelo y discreto. El reino tiene una estrategia definida: la expansión del wahabismo, su versión rigorista del islam, que no es inocente en la deriva de algunos grupos en Mali, Nigeria y Níger.
Para Occidente eso no es un problema por dos razones: porque a grandes trazos no sabe lo que es wahabismo, cree que se trata de un asunto religioso local, y porque más allá del petróleo y el gas no hay plan alguno. Solo ganar dinero. Así se entiende que EEUU y la UE no presten más atención a la financiación saudí de grupos integristas para comprar su inmunidad, además de expandir su influencia político-religiosa. Riad controla la mezquita de la M-30 en Madrid.
El castigo a Badawi está en la misma frecuencia de lo ocurrido en Charlie Hebdo; el debate de fondo es el derecho a la libertad de expresión, algo inexistente en un país que condena a las mujeres que osan conducir un automóvil, algo prohibido. Que los tribunales especiales para terrorismo juzguen estos casos da una idea del respeto a la mujer. Se considera que conducir es un símbolo de independencia, además de un desafío intolerable a las leyes (machistas).
El rey de Arabia Saudí, Abdalá bin Abdelaziz al-Saud, que cumplió los 90 y anda enfermo, es el custodio de los Santos Lugares, la Meca y Medina. Su palabra es inapelable: él decide qué es contrario y qué es favorable a la religión. Así eran los Papas en tiempos de la Inquisición. Lo más sarcástico es que los saudiólogos consideran que Abdalá es un aperturista pese a que dos de sus hijas se quejaron en You Tube de estar secuestradas en palacio. La mujer saudí tiene los mismos derechos que la mujer afgana con los talibanes: ninguno.
El abogado de Raif Badawi, llamado Waleed Abulkhair, tampoco ha tenido suerte; además de no evitar la condena de su cliente él mismo ha sido sentenciado a 15 años por un tribunal que juzga asuntos terroristas. Le acusaron de crear una organización para la vigilancia del respeto de los derechos humanos.
El cineasta Michael Moore ha tratado la compleja relación de EEUU con Arabia Saudí, sobre todo en su documental Fahrenheit 9/11. No solo es petróleo, del que EEUU ya no depende porque ha diversificado sus compras a África, son armas: las que Washington vende al por mayor a Riad, un negocio que genera miles de millones de dólares de beneficio. La estrategia de la guerra es rentable.
El caso de este bloguero no es una rareza en la zona. Se trata de una práctica muy común en Arabia Saudí y en otras monarquías del Golfo: la represión sin piedad del disidente. Está en juego el control de la caja, un festín que incluye miles de propiedades y bienes raíces en Occidente. El barril es el caballo de Troya.
Que estos depredadores de los derechos enviaran a París representantes para marchar en favor de la libertad de expresión y contra el terrorismo yihadista es un insulto a la memoria de los muertos. Los principales financiadores del Estado Islámico y otros grupos radicales que luchan en Siria están en esos países. Sean privados o públicos nada se mueve sin el permiso del poder.
EEUU utilizó a Arabia Saudí y Qatar para intentar derribar a Bachar el Asad, el dictador sirio. Pero se le olvidó un detalle: en Siria se libra también una guerra entre suníes y chiíes, y en ella Riad tiene planes propios.
Sarah Leah Whitson, directora de HRW para Oriente Próximo y el norte de África, dice que este tipo de castigos físicos, los latigazos públicos, no son nuevos en un país en el que una forma de ejecución es la decapitación. Los castigos corporales están prohibidos en el Derecho Internacional. También están prohibidas las guerras ilegales como la de Irak en 2003, y el uso de la fuerza contra poblaciones civiles (campaña de drones en Pakistán y Yemen).
Arabia Saudí participó con policías especiales en la represión de la primavera árabe de Bahréin, de población mayoritariamente chií. Pocos se quejaron en Washington de los desmanes, tal vez porque en ese diminuto país basado en el petróleo tiene su base la V Flota de EEUU y porque se cree que Irán, el gran rival político y religioso de Arabia Saudí e Israel en la zona, era la mano que movía la cuna. Eso sí, estos días todos somos Charlie Hebdo. ¡Qué cinismo!