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No está claro si dan risa o miedo: perfiles semanales con mala leche de los que nos mandan (tan mal) y de algunos que pretenden llegar al Gobierno, en España y en el resto del mundo.

Yanis Varoufakis, un motero para hacer frente a los persas en las Termópilas

Varufakis dice que en Berlín no ha hablado de una posible quita de la deuda

Ramón Lobo

Si el primer ministro griego Alexis Tsipras es inteligente –y lo parece– no sentirá envidia de la popularidad súbita y global de su ministro de Finanzas, elevado a la categoría de popstar e icono sexual en apenas dos semanas. En este tiempo se ha hablado más de él que del líder de Syriza. Existe una pauta extendida entre los jefes mediocres, y entre los presidentes mediocres: odiar la brillantez del otro. Es como si un director de orquesta tuviera celos del primer violín o de la soprano y decidiera que el sonido excelso de las cuerdas o de la voz representan una amenaza para la seguridad nacional (es decir, para su posición) y ordenara la salida inmediata de los músicos. ¡Qué se habrán creído! No parece el caso en Grecia, de momento.

Para el líder de Syriza, su escudero Yanis Varoufakis (Atenas, 1961) es, sobre todo, un cortafuegos, un protector que le preserva de la derrota a la primera de cambio, un émulo del rey espartano Leónidas enviado al paso de las Termópilas a luchar contra un enemigo superior en número y armas. Posiblemente se trata de una misión suicida. Su éxito no se medirá en una victoria sino en el tiempo que pueda resistir el empuje de los persas del BCE y el Bundesbank. El objetivo es doble: salvar a Grecia y a su joven líder.

Me cae bien este tipo inquietante rebautizado en las redes sociales como Varufucker. Pese al ingenio de la ocurrencia, y a que algún espabilado imprimió en camisetas junto a una foto del nuevo héroe heleno, es una exageración utópica porque aquí el único que jode, y a destajo, es su homólogo alemán, Wolfgang Schäuble, el guardián de la ortodoxia, la troika y los mercados, que unidos forman la Inquisición 2.0.

Este ya le lanzó un primer aviso –“las promesas electorales a costa de terceros no son realistas”– y una advertencia sobre el procedimiento a seguir: “las elecciones no cambian nada”. En esta Guerra Médica nos jugamos algo más que el futuro de Atenas, nos jugamos el diseño de Europa, que quede reducida a un territorio de mercaderes o que recupere el impulso de un sueño común. No es solo Grecia, son los Balcanes, es Ucrania, la posibilidad de tener una sola voz.

El Financial Times, la biblia de los orcos europeos (la de los estadounidenses es The Wall Street Journal), calificó a Varoufakis de enérgico y honesto. Tony Barber y Kerin Hope le tratan mejor que Emily Maitlis, conductora del programa Newsnight de la BBC, quien estuvo más cerca de la impertinencia que del periodismo en su primera entrevista tras el nombramiento. Barber y Hope se fijaron en la camisa azul eléctrica de Varoufakis (siempre por fuera), en la ausencia de corbata (las detesta) y en la larga chaqueta de cuero con la que fue a ver al Chancellor of the Exchequer (ministro británico de Finanzas), el estirado George Osborne. Sostienen los dos periodistas del FT que con su vestimenta informal y sus maneras han puesto patas arriba la idea de lo que debe ser un ministro de Finanzas (está claro que no conocen a Luis De Guindos).

En su perfil, titulado Un boxeador ateniense pelea una gran batalla financiera en favor de Grecia, Barber y Hope recogen críticas inamistosas que comparan al ministro griego con un portero de discoteca, algo que según los autores, convertiría automáticamente a Tsipras en el dueño del garito. Son amables cuando ven al primer ministro griego en el papel de Sean Connery (James Bond) en Doctor No y a Varoufakis en el personaje de Bruce Willis en Pulp Fiction. La inspiración les debió llegar al ver al ministro de Finanzas en su Yamaha de 1.300 centímetros cúbicos en la que llegó, y sin escolta, a la reunión con el jefe del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem. Una de las primeras medidas del Gobierno de Tsipras ha sido deshacerse de los BMW oficiales. ¡Populismo!, gritarán otros, eso sí sin bajar la ventanilla tintada de los suyos.

Los chicos del FT, para que veamos que en todas las partes cuecen frivolidades, destacan una frase de la diputada socialista portuguesa Isabel Moreira, colgada en su página de Facebook: “Maldita sea, el ministro de Finanzas griego es sexy”. Andamos aquí que si Pedro Sánchez es un cañón, que si Albert Rivera no está nada mal, y por ahí fuera se desviven por un motero de cazadora de cuero, cabeza rapada y cargado de deudas. Pese al magnetismo animal de Varufucker, este es un hombre de familia. Tiene una hija que vive en Australia, producto de su primer matrimonio, que es su gran debilidad. Se casó en segundas nupcias con Danae Stratou, artista con quien comparte varios proyectos. El más importante, un trabajo sobre los muros de la globalización, se desarrolló entre 2005 y 2006 realizaron. Fueron siete muros, siete líneas que separan personas en Chipre, Kosovo, Belfast, Palestina, Cachemira, Etiopía-Eritrea y la frontera entre EEUU y México.

Varoufakis tiene un gran sentido del humor, tal vez innato o aprendido en sus muchos años entre anglosajones. Tras su reciente reunión con Schäuble en Berlín, el alemán informó a la prensa de que solo estaban de acuerdo en no estar de acuerdo. Varoufakis le corrigió: “No estamos de acuerdo ni en estar en desacuerdo”.

El nuevo ministro de Finanzas griego asegura que fue un error la entrada de su país en el euro, pero que sería una grave equivocación salir de la moneda única. No busca un tercer rescate que perpetúe o la esclavitud económica de sus conciudadanos, solo desea renegociar las condiciones actuales con una posible quita de una parte de la deuda.

Las declaraciones maximalistas de ambas partes y sus consiguientes coros mediáticos son parte del proceso de negociación, como lo es el golpe del Mario Draghi y el BCE a los bancos griegos al dejar de aceptar los bonos emitidos o garantizados por Grecia en sus operaciones de refinanciación. Este dramático duelo de intenciones tiene fecha límite: el ultimo día de febrero. En marzo, Grecia carecerá de liquidez, no podrá pagar salarios ni pensiones ni intereses. No es un juego que se libre sobre un tablero, como el ajedrez, o sobre una mesa como el póker, sino la miseria de miles de personas.

Cuentan Barber y Hope en su magnífico perfil que Varoufakis es aficionado a la comida tailandesa y al poeta galés Dylan Thomas, que su padre estuvo en la prisión de la isla de Makronisos, llamada también de la vergüenza porque a ella se enviaba a los comunistas tras la guerra civil de Grecia, con el fin de reeducarlos. Con el padre obtuvieron algún éxito pues llegó a ser el presidente de la principal empresa de acero del país. La madre es una feminista relacionada con el PSOK cuando los socialistas eran socialistas y no la caricatura actual. Pese a los éxitos sociales de la familia, recibió en educación gran parte de los principios paternos que le convirtieron en un tipo de izquierdas y comprometido.

Su familia tenía buena situación económica, como la tiene él con una casa frente a la Acrópolis y otra en Egina, en el archipiélago Sarónico. Gracias a esta circunstancia le enviaron al Reino Unido a estudiar para alejarle de la tumultuosa Atenas de aquellos días. Allí cursó la carrera de Económicas en la Universidad de Essex, que debe ser un lugar altamente revolucionario pues tres altos cargos de Syriza pasaron por sus aulas: Varoufakis, la gobernadora de Atenas, Rena Dourou, y el diputado por Corgu Fotini Vaki. La persona que le influyó para decidirse por los estudios de Economía fue Andreas Papandreu, el creador del Pasok.

Varoufakis vivió en el Reino Unido entre 1982 y 1988, en los años duros de Margaret Thatcher, la dama de hierro. Sus políticas antimineras y desreguladoras –precursoras junto a las de Ronald Reagan en EEUU de la crisis financiera de 2008- le ofrecieron la oportunidad de aprender lo que no había que hacer. Después emigró a Australia, donde impartió clases en Sidney, tuvo su programa de televisión, se lanzó a explorar Internet y obtuvo la nacionalidad australiana, que aún conserva junto a la griega.

Volvió a Grecia en 2000 para dar clases en la Universidad de Atenas invitado por Yannis Stournaras, que ocupa el puesto de gobernador del Banco Central de Grecia desde junio de 2014. Fue también asesor del socialdemócrata Yorgos Papandreu, el hijo de Andreas, con quien trabajó entre 2004 y 2006, antes de que este fuese primer ministro. Después se distanció de él por aceptar el rescate a Grecia y sus condiciones draconianas.

Estuvo en EEUU en 2012, donde trabajó como economista en Valve Software, empresa puntera de juegos en Internet. Es un tipo activo en Twitter (@yanisvaroufakis) con mas de 235.000 seguidores (y subiendo) que mantiene un blog en inglés llamado Thoughts of the Post-2008 World, que ahora tendrá dificultades para alimentar. Habla un excelente inglés con acento griego. Su capacidad idiomática, la claridad y rotundidad de sus mensajes le convirtió en un habitual de las televisiones globales como BBC Today, CNN, Sky News, Bloomberg TV y Russia Today. Era una estrella antes de llegar a ministro.

Se considera un economista de segunda fila y un libertario marxista, que pese a ser un oxímoron queda bien en estos tiempos agitados y postmodernos. Su misión dentro del Gobierno de Syriza es casi imposible: levantar el peso asfixiante de los 315.000 millones de euros de deuda externa que arrastra el país. Su último libro se ha agotado en pocos días en las librerías españolas. Se llama El minotauro global (Capitán Swing, 2012).

Es un hombre que maneja a la perfección el nuevo lenguaje político nacido de las redes, de su inmediatez. Es una de las claves de Syriza, alejarse del leguaje burocratizado de la Gran Coalición. Acuñó un término certero para definir lo que hace la troika con Grecia: el waterboarding fiscal, una referencia a las torturas de Guantánamo.

Es cierto que muchas de las promesas realizadas por Syriza serán difíciles de cumplir, y que la mayoría de los griegos que les votaron saben que nada va a ser sencillo. Una señora que habló en televisión antes de las elecciones, y cuya intervención corrió por la Red, lo dijo sin rodeos: “Sé que el señor Tsipras no podrá cumplir la mayoría de lo que promete, pero al menos tiene una mirada limpia”. No hubo muestras de entusiasmo ante los colegios electorales, solo un poco de fiesta en la plaza Syntagma. Los griegos han aprendido la regla de oro balcánica: solo se acierta en el diagnóstico desde el pesimismo.

El tándem Tsipras-Varoufakis necesita que Alemania y la UE les ofrezcan alguna baza, un pequeño triunfo, como podría ser la disolución de la troika, para vender la sensación de estar cumpliendo sus promesas, generar una cierta ilusión colectiva con la esperanza de que sea el inicio de una verdadera recuperación. Necesitan de manera urgente subir el salario mínimo, atender los casos de exclusión social más graves, frenar la miseria.

No está en juego el pago de la deuda y el cumplimiento calvinista de la letra pequeña de los rescates, está en juego la política con mayúsculas. Si fracasara Syriza en su empeño, como muchos desean en Europa y más aún en España, no volverían los amigos de Nueva Democracia y el Pasok, si es que no se han disuelto, vendrá Amanecer Dorado, los nazis. El peligro está en Grecia, pero también en Francia con Le Pen y en Alemania con Pegida.

El Gobierno de Mariano Rajoy dice que no puede perdonar la mitad de los 25.000 millones de euros que Grecia debe a España, una cantidad que equivale a los recortes en Sanidad y Educación. Lo dice así para desacreditar a Syriza, y a Podemos, por eso obvia en su discurso que en Grecia no se rescataron personas, se rescató a bancos alemanes y franceses, cambiando sus deudas privadas por deuda pública. Algo parecido ha sucedido en España. Si rechazamos una condonación parcial a Grecia, ¿por qué debemos perdonar a la banca española el multimillonario rescate con el que fueron premiados sus excesos? ING-Holanda recibió de su Gobierno 10.000 millones de euros tras la crisis de 2008. Los terminó de devolver el año pasado y con intereses: 12.500. Eso es un país serio. ¿Cuándo empezamos?

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