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Bienvenidos al noroeste

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Ibán García del Blanco

Durante estas fechas he pasado unos días en mi tierra, con la familia. Es un gusto caminar por las calles, frío “del de verdad” mediante, viéndolas llenas de gente como siempre que son fechas de celebración. De un tiempo a esta parte no es lo habitual. Aún en la ciudad de León, como centro administrativo provincial, el languidecimiento sigue siendo lentamente progresivo, pero en otras zonas de la provincia el derrumbe ha sido espectacular. De pocos años para acá, fuera de fechas como estas, dar por ejemplo un paseo por las calles de la Ponferrada otrora conocida como “la ciudad del dólar”, parte el alma.

Con algún matiz, no es una estampa que no se pueda trasladar a todo el noroeste de España, sobre todo en zonas de interior. Las provincias de León, Ourense, Lugo, Asturias, Zamora… año tras año están a la cabeza de las cifras de envejecimiento, emigración, pérdida de población y son las últimas en tasa de actividad. En esta región peninsular ya existía un debate previo a la última crisis económica, en cuanto a la necesidad de inversiones públicas ante el agotamiento de sus tradicionales fuentes de riqueza.

Los partidos políticos de forma sucesiva se presentaban a las elecciones en esas zonas comprometiendo planes de desarrollo y estímulo. El último gran esfuerzo inversor data del último gobierno socialista, con grandes programas como lo fue el “Plan Oeste”, vinculado a las provincias de León, Zamora y Salamanca. El volumen de inversión, con aciertos y errores, fue más que notable; lamentablemente el advenimiento de la crisis económica truncó algunos de estos proyectos justo antes de culminarse. La llegada del PP al gobierno de España además, supuso un freno político también, no ya abandonando el ritmo inversor, sino incluso deshaciendo iniciativas que estaban en marcha. No se escapa el que, a parte de un descreimiento absoluto acerca de la necesidad de políticas de reequilibrio territorial, en lo que se refiere a León hubiera además un indisimulado ánimo de revancha con el presidente del Gobierno anterior.

Hay características que comparte todo el Noroeste peninsular. El envejecimiento, la emigración de la savia nueva, la pérdida de materia crítica en suma, produce el efecto de la pescadilla que se muerde la cola. A medida que la situación se va deteriorando, la resistencia al cambio en esas zonas se eleva progresivamente. Hablamos de una sociedad formada por gente mayor, clases pasivas, funcionariado, con una razonable calidad de vida (que disfruta quien se ha podido quedar), que tiende a minimizar el riesgo a corto plazo. Uno de los efectos más desalentadores que pude observar en León durante la última etapa de gobierno socialista en el Estado, fue cómo desde alguna administración local se ponían piedras en el camino de inversiones absolutamente necesarias para asegurar un futuro. No creo que los políticos que las dirigían fueran unos malvados que venían de Marte, sino que eran votados por sus conciudadanos.

De cuando en cuando se cuela en el debate general la situación de la España interior. Hay reflexiones interesantes y notable obra literaria acerca de ello. Un país no es sostenible medioambientalmente si desocupa la mayor parte del terreno y concentra su población solo en grandes áreas urbanas (el 70% de la población española vive en ellas), generalmente en la costa. Hay países que hace tiempo que se han dado cuenta de ello y han tenida abundante producción legislativa destinada a su corrección. En nuestra vecina Francia existe hasta una ley sobre municipios de alta montaña, que compromete inversión destinada a fijar población en esos enclaves.

Aquí nos echamos las manos a la cabeza si una infraestructura como el AVE, que va a pasar sí o sí por allí camino de la costa gallega, tiene una pequeña estación en Sanabria (Zamora) para dar una pequeña oportunidad de desarrollo a esa zona. O seguimos haciendo reflexiones sobre la ley electoral, sin tener en cuenta lo que significaría en términos políticos para las zonas más despobladas la circunscripción única.

La España interior de la España interior es hoy en día el noroeste peninsular. Si no corregimos la deriva, en unas décadas acabará siendo un parque temático para el turismo ocasional –eso sí, precioso-. Hasta que se degrade o se incendie. En un país con tantos problemas con los incendios forestales como España, deberíamos haber tomado nota de que a medida que desaparece la población en el medio rural, el riesgo se multiplica. Por no hablar del empobrecimiento cultural y emocional, la desaparición de patrimonio inmaterial que supone el abandono poblacional en grandes espacios de nuestro país.

Como escribe Julio Llamazares, España es “un país que, partido en dos, cada vez sabe menos uno del otro porque están a miles de kilómetros, si no geográficos sí existenciales, porque esta España que hemos construido entre todos lo ha sido sobre las ruinas de una, la más auténtica, la de verdad, la del interior, la que ya a nadie le importa porque no da votos ni es negocio para las multinacionales”.

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