Carta abierta a D. Fernando Suárez Bilbao, rector de la Universidad Rey Juan Carlos
Sr. Suárez Bilbao,
Empezaré diciéndole que leí con desazón y malestar la primera noticia sobre su primer plagio descubierto. Como persona que ha dedicado su vida a la investigación (y a la docencia universitaria) y, en consecuencia, ha publicado abundantes trabajos científicos, siempre me abochorna enterarme de que alguien comete una acción tan degradante y deplorable como el plagio. El desagrado del primer día alcanzó el grado de indignación con la noticia siguiente de que también había plagiado una tesis doctoral de una alumna de la Universidad Complutense. Sin embargo, aquello no era más que el principio de una historia continuada de plagios descarados, porque las noticias acerca de sus engaños plagiarios se amontonaban en la prensa diaria: “el rector de la universidad pública Rey Juan Carlos plagió el libro de un catedrático”, “… plagió un artículo publicado en 2002 del anuario que dirige”, “…también plagió a un presidente de la Real Academia de la Historia”, “…escribió un libro haciendo un ‘collage’ de trabajos de juristas reconocidos”, “…también copió 43 de las 45 páginas de un artículo académico” (que firma como autor y que copió de cinco artículos de otros autores). ‘Qué pesadilla, este señor ha plagiado todo lo que ha publicado’, era la convicción cada día más arraigada en mi mente acerca de sus publicaciones, señor Rector. Porque su engaño al parecer no tiene fin: “El rector de la Rey Juan Carlos también copió (párrafos de la Tesis Doctoral) a un cónsul de Portugal”, ha sido la última noticia con la que hemos desayunado el pasado lunes.
¿Qué pasó, entonces, con aquella indignación del segundo día? Aunque resulte obvia mi aclaración, se lo voy a contar. La indignación se convirtió en vergüenza ajena, la vergüenza ajena en rabia y la rabia en pesadumbre, desesperanza y tristeza. Porque Vd., Magnífico y Excelentísimo Sr. Rector de la universidad pública Rey Juan Carlos, no sólo se ha deshonrado a sí mismo, sino que ha deshonrado y sigue manchando el nombre de la universidad pública y de los universitarios. Porque usted, ante tamaño fraude, ha tenido la desfachatez y la desvergüenza de responder diciendo, primero, que todo se debe a “disfunciones porque soy humano”, para añadir que trabaja “con mucho material de aluvión y en equipos de investigación”, pero que ninguno de sus trabajos es un plagio porque no le han generado “ningún beneficio económico al autor”, y ha coronado su sarta de sandeces y falacias erigiéndose en víctima de un ataque a la universidad “de los de siempre”.
Que los plagios son fraudes, que los plagios son estafas, que los plagios son robos de la propiedad intelectual ajena, que los plagios son mentiras, que los plagios son usurpaciones, que los plagios son corrupción (como hace unos días declaró uno de sus muchos autores plagiados, el profesor Luis Barbastro) y que, por todo ello, los plagios son un delito tipificado por la ley, resulta incuestionable. No obstante, la existencia del plagio y de los plagiarios es algo asumido: inquietan, desagradan, indignan, pero se sobrellevan como cualquier otra fechoría de la condición humana. Lo que resulta difícil de aceptar, lo que resulta intolerable para cualquiera de sus semejantes, señor Rector, es que Vd. tenga la insolencia de culpar “a los de siempre” de estar atacando a la universidad.
Vamos a ver, podría responderle como Psicólogo, pero lo voy a hacer como Catedrático (en activo) de la Universidad Autónoma de Madrid con 42 años de servicio. Aquí el único protagonista responsable de este escándalo es Vd., mi querido rector. El ataque –y la deshonra y el deshonor y el desprestigio y la vergüenza– que está sufriendo estos días la Universidad al completo proviene exclusivamente de sus tropelías plagiarias y de sus bochornosas explicaciones. Usted está produciendo un daño inconmensurable a la institución universitaria. Usted está minando el ánimo y la búsqueda de la excelencia a través del trabajo serio, honesto y riguroso no sólo de los profesores sino, y esto me parece especialmente grave, de nuestros alumnos, a los que, por cierto, y esto lo sabe Vd. muy bien, les exigimos un respeto casi sagrado a la propiedad intelectual. Esa misma que Vd. ha pisoteado ad nauseam.
Porque, ¿hasta dónde ha llegado su felonía plagiaria? Se lo pregunto porque, a la vista de lo conocido, yo he llegado al convencimiento moral de que todas sus publicaciones están manchadas por el plagio. Me permito este juicio porque, como Vd. sabe muy bien, al igual que la excelencia académica de cualquier aspirante a docente universitario es evaluada por expertos (profesores Titulares y/o Catedráticos según proceda) y no por jueces civiles, la otra cara, esto es, el engaño y el fraude del trabajo académico también corresponde evaluarlo a los expertos, nunca a los jueces. Desde esa legitimidad, solicito de Vd. la valentía, no de demostrar que lo copiado y pegado es “una disfunción” (convénzase, es un plagio descarado), sino de presentar uno solo de sus trabajos publicados en el que demuestre que no está contaminado por el plagio. Debo decirle que su plagio masivo le coloca en la obligación moral, no solo de abandonar su cargo, sino de eliminar la sospecha generalizada de que todo su trabajo académico es un fraude.
Fraude que le ha valido, por un lado, para ir conquistando plazas de profesor numerario desde el inicio de su carrera académica: primero, de profesor Titular de Universidad y después, de Catedrático de Universidad. Categoría, ésta última, que le ha servido, por último, para ser elegido Rector de la Universidad Rey Juan Carlos. Y fraude que le ha servido, por otro lado, para conseguir “sexenios de investigación”: el complemento de productividad más importante en la universidad española, que tiene un reflejo inmediato en su nómina. Y aquí surge una nueva y necesaria pregunta: ¿Qué legitimidad subyace a toda su carrera académica si, como parece, está cimentada sobre el engaño y la corrupción? Creo que aquí es donde tienen competencia y deberían ejercerla las autoridades judiciales.
A lo largo de mi dilatada vida académica he conocido algunos otros casos de plagio, pero le aseguro que jamás pude imaginar que un profesor universitario pudiera llegar tan lejos como Vd. ha llegado en la comisión de un acto tan indigno. Nuestra universidad pública, tan maltratada durante los últimos años, no se merece un daño moral tan profundo como el que Vd. le ha infligido. Dimita como rector, se lo ruego, y desaparezca del ámbito académico. Haría un gran favor a toda la comunidad universitaria.
José María Ruiz-Vargas es catedrático de Psicología de la Memoria de la Universidad Autónoma de Madrid.