No, majestad
Con todos mis respetos, majestad, está usted muy mal asesorado. No es momento de aparentar sólo firmeza sino también comprensión. Ya sabemos que todos sus discursos tienen que ser revisados y consensuados por Moncloa, le ruego que llame a consulta a quienes le supervisan porque está usted perdiendo la oportunidad de hacer a Catalunya y a España entera menos republicana de lo que es. El humano, a nivel individual, y las colectividades, como tales, siempre, y en tiempos de crisis más, necesitan a alguien con espíritu democrático y con carisma, que unifique y calme situaciones, ese futbolista que, para el balón, piensa, se echa el equipo a la espalda y reparte sosiego y juego cuando peor le va el partido a los suyos.
Usted, majestad, con todos mis respetos de funcionario del Estado al que usted representa, por el que me parto las cervicales trabajando, ha hablado, en mi opinión, sobre todo, como si estuviera representando a la Casa Real que derrotó a los catalanes en 1714 para después obstruir sus señas de identidad. Le repito, con todo respeto: no es momento de tal postura, se lo están diciendo muchos desde fuera de su palacio, incluso la Iglesia, incluso Europa. Le ruego, majestad, que se libre usted de esos consejeros que aún se creen representantes del imperio donde no se ponía nunca el sol.
Ahora, majestad, como usted sabe mejor que yo porque lo han formado y educado mucho mejor que a mí -y aunque en todos los países cuezan habas-, España, que es un país del que me siento orgulloso -no soy de los que mitifican a otros para echar por tierra lo nuestro y por eso no rehúyo la realidad-, es una nación mediocre entre los países desarrollados, dividida, sin bandera ni himno asimilados y queridos por la inmensa y aplastante mayoría, somos un país por hacer, los paréntesis del siglo XIX y el gran paréntesis del franquismo han dejado ahí esa gran tarea de construir una nación que se deje de conflictos internos y afronte con solidez el siglo XXI que va a ser más terrible que el XX. Y, con su permiso, majestad, me atrevo a decirle que usted tiene ahora una oportunidad histórica para pasar a la Historia como el rey que llevó a cabo tal proeza.
No son una pandilla, majestad, son millones de personas en Catalunya y fuera de ella quienes desean un cambio profundo. Con su permiso, majestad, las leyes no están para obstaculizar a los seres humanos en sus aspiraciones sino para reconciliar, servir y adaptarse sus iniciativas. Como sin duda conoce usted, existe eso que llaman el espíritu de las leyes y las necesidades históricas, estas últimas tan bien interpretadas por Hegel en su filosofía. Si las leyes se han quedado atrasadas habrá que revisarlas. Comprendo la actitud de vuestra majestad como comprendo la del presidente Rajoy, pero no puedo compartirlas, 1978 quedó muy atrás, lo que le pido, majestad, es que no se deje llevar por mentalidades del pasado, sea usted mismo, y no se deje tentar por aquello de “la calle es mía”.
Majestad, tengo familia en Catalunya, uno de sus miembros –familia política, en este caso- lleva incluso su apellido. Una prima hermana a la que quiero especialmente –muy catalana pero no independentista- me envía esas imágenes de personas heridas el 1 de octubre por acciones policiales. Sí, ya sé que, siendo graves, se han sobredimensionado, me dedico, majestad, a estudiar, en la universidad pública, el comportamiento de la comunicación y comprendo el por el que han pasado las fuerzas del orden (por favor, que no lo pasen más, por el bien de los ciudadanos y de ellas mismas). Otro primo catalán me remite textos sobre la historia de Catalunya y su orgullo de ser catalán. ¿Por qué, majestad, se me está obligando a enfrentarme a mi familia? No lo voy a hacer jamás, ya se hizo en 1936, mi padre y mi madre crecieron entre bombas y fusilamientos cuando tenían 9 o 10 años. Yo dialogo con mi familia, pero jamás dejaré de quererla ni de comer con ella, sea o gazpacho.
Majestad, con mi máxima humildad le pido que reconsidere su posición, que mire dentro de vuestra majestad, que repase la Historia de toda esta historia, empezando por el propio pasado inmediato de su Casa Real, y que encabece una nueva España, la España de las Españas, la España de los pueblos de España, cada uno en su casa y usted en la de todos, más a gusto en unas que en otras, pero en la de todos, incluida Hispanoamérica, a la que, permítame decirle, majestad, la tenemos bastante olvidada. Me gusta una Commonwealth hispana, incluso ibérica. Y eso que, majestad, usted perdone, no soy monárquico, pero sí creo ser pragmático. No deseo que usted se vaya y menos ahora, estas líneas son sólo el consejo de un ciudadano que sirve al Estado que su majestad representa, desde el lugar más apasionante que existe: la universidad. Me he dado vela en este entierro para que no haya entierro, majestad, sino renacimiento español y europeo. Perdone vuestra majestad si le he incomodado, pero me parece que es más útil al poder quien cuestiona y disiente –dentro de la lealtad- que quien adula y tiene miedo a la libertad.