Cuando baja la marea (rosa)
Durante el pasado mes de octubre las actividades dedicadas al cáncer de mama me parecen sobreactuadas. La ciudadanía necesita exteriorizar sus buenas acciones para sentirse responsable y comprometida. Para muchas personas, inconscientemente, participar en estas mareas rosas y consumir mercadotecnia es una forma fácil de visibilizar públicamente cómo ya han aportado su granito de arena. Después siguen con sus vidas de confort como si ya hubiesen hecho lo que debían y quizá todo lo que pueden, pensarán la mayoría, por esta “buena causa”.
Hay una certeza: a las buenas personas les afectan las injusticias y el dolor inmerecido que sufren otras personas. Algunas van más allá y realizan buenas acciones y hay quienes, tal vez las menos, necesitan exteriorizarlas ya que sólo de ese modo pueden sentirse responsables y comprometidas, ignorando que la responsabilidad y el compromiso genuinos dejan atrás la propia satisfacción. Se trata de una sobreactuación que no está pensada ni da apoyo a las enfermas que sienten y padecen una dura realidad social y laboral más allá del rosa. La gran mayoría de las personas participantes en estas mareas rosas desconocen el largo proceso de la enfermedad.
Para todas las que la hemos vivido también nos fue ajena en el pasado y mucho menos podríamos imaginar que en ese duro trance pasaríamos del confort de una vida saludable a la exclusión social en y por la enfermedad. Desde el ámbito de la salud pública se habla de que esta enfermedad es la mayor epidemia de la era moderna. Aun así reconozco que siento escalofríos cuando escucho la palabra “C” . Me da vértigo pensar en esta palabra porque cuando la padeces ya nada volverá a ser como antes: lavidanosigueigual.
Entiendo que las personas quieran vivir tranquilas y no darle más importancia de la que tienen a esos pequeños detalles de la vida cotidiana: tener un techo bajo el que vivir, alimentos que llevarse a la boca, prendas que les abriguen. Mujeres todavía enfermas y, otras muchas, supervivientes de cáncer de mama dan gran valor a lo que antes tenían: las necesidades más básicas del ser humano suficientemente cubiertas.
En estos años miles de estas mujeres me han escrito testimonios tan dramáticos como valientes por atreverse a ir contracorriente del imperante y tiránico pensamiento positivo vinculado al rosa al que estamos obligadas las mujeres que hemos padecido cáncer de mama. Eso no quiere decir rendirse, todo lo contrario. Preservar la vida es lo primero y no seré yo quien niegue que no podemos escatimar esfuerzos para vencer al cáncer sin perder en ningún momento la esperanza. Reivindicar nuestros derechos con responsabilidad en un Estado Social no es ser pesimistas sino realistas cuando las perspectivas científicas indican que la realidad de la lucha contra esta enfermedad requiere una protección especial en el ámbito social y laboral.
El 19 de octubre se celebró el Día Mundial del Cáncer de Mama y es motivo de satisfacción colectiva el incremento de mujeres que lo superan. Lo que me molesta es de lo que nunca se habla. Ni la enfermedad ni la supervivencia es un camino de rosas, ni de color rosa. Nosotras hemos librado un pulso a vida o muerte. Sin embargo, el tan desgastado Estado de Bienestar, mientras o después no tiene cubiertas las necesidades más básicas. Nos abandona a nuestra “buena suerte” de haber sobrevivido, sin darnos recursos para hacer frente a las secuelas psicosociales, la incomprensión de las físicas porque “ya estás curada” y a la realidad de la discriminación social .
El ambiente festivo de las coloridas carreras teñidas de color rosa oculta la cara cruel del cáncer, que en demasiadas ocasiones me pregunto por otra parte sí le importa a alguien. Los muros de Facebook, las fotos de perfil de WhatsApp, los tertulianos de la televisión, políticos de todas las ideologías muestran un lazo rosa para decirle al mundo que se solidarizan con el cáncer de mama. Como paciente agradezco el gesto. Yo también lo hice cuando confiaba que ante esta fatalidad no me quedaría totalmente desprotegida. El cáncer me dejó desnuda, al igual que a miles de enfermas, sin ninguno de los derechos que la Constitución Española, últimamente en la boca de todos, me garantizaba: una protección social suficiente en caso de necesidad. Me cuesta ver la “suficiencia” en 426 € para, además de pagar el 40% de mis muchos medicamentos, satisfacer las necesidades básicas de vivienda, alimentación y vestido cuando estás privada del bien más preciado: la salud.
Del día 19 es para mi imposible olvidar el lazo rosa que lucían en su solapa políticos que nos representan en el Congreso. Son los mismos diputados de las Comisiones de Sanidad y Empleo y Seguridad Social que no contestaron al correo que les envíe en junio hablándoles de esas mujeres que se sienten desahuciadas después de sobrevivir a un cáncer de mama. Con su falta de respuesta, esos políticos deslucieron su gesto de ponerse un lazo rosa porque ignoraron a más 640.000 ciudadanos que firmaron para un cambio de ley de la Seguridad Social. Esos políticos me han negado la oportunidad de estar en el Congreso ese día como voz de mujeres, con o sin lazo rosa, que mientras o después de curarnos de un cáncer no queremos que se nos mate de hambre.
El cáncer no tiene preaviso, tampoco compasión y la mayor parte de las veces nos encuentra con la ardua tarea de vivir inconclusa. Si lo vencemos deberíamos poder continuar esa tarea de vivir con mucha más intensidad. En cambio, el actual sistema no va más allá de la salud, privando a las personas enfermas de la dignidad por falta de recursos económicos.
Como los niños, ancianos y animales son pasto fácil de las llamas que sin clemencia ha arrasado miña querida terra galega, enfermas de cáncer de mama y las que ya hemos recibido el alta médica quedamos excluidas del mismo sistema que irónicamente nos salvó la vida. El cáncer nos ha dado otra oportunidad, la misma que después nos niega el sistema y la sociedad.
Ustedes este mes de octubre ya han cumplido con su compromiso rosa anual. Hasta el próximo 19 de octubre sigan con su día a día y disfruten de esas pequeñas cosas tan cotidianas como subestimadas. Muchas de nosotras no podemos a pesar de haber matado al “bicho”.