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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Un diálogo abierto, necesario y urgente para Madrid

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Yayo Herrero

En 2012, el huracán Sandy dejaba a oscuras Manhattan. Solo permanecía completamente iluminada la torre de Goldman Sachs.

El suceso no pasaría de la pura anécdota si no fuese por dos cuestiones básicas. Es una buena metáfora de la vulnerabilidad de las ciudades ante los riesgos que comporta la combinación de cambio climático, declive de energía y materiales y desigualdad creciente. En segundo lugar, es la prueba material de que el poder económico se está adaptando y blinda sus intereses ante un contexto incierto, mientras asistimos a una exasperante y lenta reacción por parte de quienes tienen la obligación de proteger el interés común.

Los datos que proporciona la mejor información científica disponible nos hablan de escenarios de futuro sombríos, a no ser que acometamos procesos urgentes de transformación económica, social, política y cultural que se orienten a la sostenibilidad y a la protección de las personas, sobre todo las más empobrecidas y vulnerabilizadas.

Las ciudades tienen hoy importantes problemas estructurales que las hacen especialmente vulnerables. Son importantísimos sumideros de recursos y bienes que proceden de la desposesión del medio rural o de los países de la periferia. A la vez, son absolutamente dependientes del exterior en el plano material -alimentos, agua, energía y materiales– , generadoras de cantidades ingentes de residuos y constituyen la parte del león de las emisiones de gases de efecto invernadero.

También son territorios vulnerables en el plano humano. El urbanismo, con frecuencia, está orientado a la acumulación de capital y a mantener sueños de crecimiento y dinamismo económico que, en las últimas décadas -y hoy también-, han estado marcados por la especulación y la corrupción.

Esa concepción de lo urbano organiza el territorio según los deseos de inversores que no tiene como prioridad el bienestar de las personas y termina agudizando las desigualdades en términos de clase, de género, de procedencia o de edad, además de envenenar el aire que respiramos, crear puestos de trabajo precarios que engrosan las cifras de personas con empleo pero pobres, expulsan a los márgenes a partes de la población que algunos agentes del poder económico no dudan en calificar de “población sobrante”, e invisibiliza y desvaloriza la biodiversidad urbana y la vida de otros seres, vegetales y animales, que tienen valor en sí mismos por ser vida, pero que además son esenciales para conseguir la adaptación ante el cambio climático.

Pero las ciudades son también espacios de una creatividad y generación de alternativas muy potente. Hemos conocido un fuerte ciclo de movilizaciones que, no solo se plasmaron en protesta y en iniciativas políticas y/ electorales, sino que han fortalecido las redes de economía social y solidaria y de huertos urbanos, los espacios de cuidados compartidos y de solidaridad con las más precarias y expulsadas… Estamos viviendo la emergencia de reflexiones y propuestas que nos muestran que, si bien la ciudad es una parte importante del problema, también sabe generar soluciones.

Sería necesario abrir un importante debate en torno a la ciudad, sus problemas y sus salidas, en la línea de lo planteado en el manifiesto “Madrid, la apuesta municipalista continúa”. Hace falta un diálogo amplio en el que se contraste el conocimiento que ha proporcionado más de dos años y medio de gobierno, sus indudables logros pero también los límites. Es preciso celebrar lo mucho que salió bien. Pero también es preciso hablar del desencanto; de lo prometido que no se cumplió; de los cambios no explicados e inexplicables en los programas que fueron construidos por tanta gente; de la desmovilización inducida, de la falta de creatividad e inteligencia colectiva en momentos críticos; de las dificultades para mirar más allá de los proyectos especulativos de siempre; de la ausencia de una cultura de cuidados y la emergencia, en algunos momentos, de la vieja, viejísima, política de bloques y etiquetas; de la falta de transparencia hacia los núcleos de activismo, movimientos sociales y bases de los partidos que conformaron la candidatura que sostuvieron una campaña electoral vibrante y bellísima, sin precedentes en esta ciudad.

Es por ello, que resulta inquietante y triste ver cómo, en ocasiones, se encaran los momentos relevantes de las agendas políticas en las ciudades del cambio sin compartir, sin debatir los retos que tenemos, los que afectan más de lleno a la vida de las personas, y sin establecer las líneas básicas de proyectos municipalistas que los encaren de forma decidida.

Por más que respetemos y admiremos a quien nos representa, es muy pobre políticamente afrontar procesos de primarias sin debatir los proyectos políticos, sin compartir los diagnósticos que los justifican, ni los propósitos que los inspiran. Es pobre señalar como principal compromiso político el que no se va a no poner trabas u obstáculos a las personas que encabezan esos proyectos. Mantener los gobiernos municipalistas me parece una cuestión capital, pero hay que ayudar a que no queden despojados de la voluntad de cambio radical en los dos sentidos que los hicieron nacer: la rebeldía contra un proyecto neoliberal que considera que una ciudad y la gente que vive en ella solo son importantes si generan valor económico, y la voluntad de construir vidas buenas en común en este entorno de crisis económica, translimitación e incertidumbre, en este Antropoceno.

Esos fueron los planteamientos llevaron a Ahora Madrid a la alcaldía. Si las iniciativas políticas, los órganos de dirección y coordinación de los grupos y partidos que la componen pierden ese latido, se corre el riesgo de evolucionar hacia una opción amable, progre y multicolor (verde, violeta, arco iris…) que, al eludir y no afrontar los problemas estructurales, termine siendo parte de esos neoliberalismos progresistas a los que alude Nancy Fraser y se convierta en la autodemostrada evidencia de que, después del “sí se puede”, en realidad, “no se podía”.

Cuidar, alentar la diversidad y no expulsar de las listas o los órganos a las personas que evidencian la contradicción es un seguro de vida para la supervivencia política. Arrinconar o invisibilizar a quienes molestan o tensionan es un error enorme que podemos pagar muy caro. En ese sentido, cualquier propuesta centrada en sumar, reconocer la diferencia y el conflicto, no para depurar, sino para incorporarlo y construir análisis y caminos acordes con los problemas que afrontamos, me parece una inmejorable opción. Reconstruir el diálogo es una tarea urgente en la que todas las partes tendrán que hacer importantes esfuerzos. Mientras lo hacemos, que nadie ponga en duda, que los goldman sachs de turno están preparándose muy bien ante lo que a nosotras todavía nos cuesta reconocer.

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