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Nuestra ganadería extensiva: una solución eficaz para la prevención y eliminación de incendios

Cabras de raza Blanca Celtibérica, una de nuestras razas autóctonas en peligro de extinción, en la Sierra de Segura, en Albacete.

María Sánchez

Aunque muchos la desconocen, la historia de nuestro país también surge de los montes y de la ganadería. Un conocimiento y una acción ancestral del terreno que, junto a actividades como la trashumancia, han constituido una herramienta clave y muy valiosa para la lucha y prevención de incendios forestales. Una forma de cuidar nuestros paisajes que se está perdiendo día a día y que, tristemente, no está siendo valorada de la forma que se merece por las nuevas políticas agrarias y forestales, que solo demuestran mirar a otro lado y no reconocen la trascendencia ecológica, cultural, social y económica que supone.

Los que se van: sin árboles y sin ganado

Lo cuenta muy bien Óscar Martín en su libro Las pardinas del río Asabón: “Poco a poco los vecinos se habían ido marchando, forzados por la falta de servicios y las limitaciones que imponía el Patrimonio Forestal del Estado, que estaba repoblando con pinos las inmensas superficies compradas en el entorno del pueblo. Sin cabras ni ovejas que sacar a pastar, muchas familias decidieron que era el momento de encontrar un mejor medio de vida.”

Mientras los habitantes de todos los pueblos de España comenzaban una especie de exilio obligado a las ciudades, un nuevo modelo de “bosque” comenzaba a surgir en el país. Un desierto verde lleno de pinos y eucaliptos que para tantos, desde la mirada urbanita, suponía y sigue suponiendo una maravillosa postal de naturaleza en su máximo esplendor donde desconectar de su día a día en la urbe y sentirse por unas horas como un auténtico Walden.

Pero en estas postales verdes ya no caben sus verdaderos protagonistas: robles, encinas, alcornoques, cabras, ovejas, perros pastores… Todos esos hombres y mujeres del campo a los que convencieron que les esperaba un futuro mejor abandonando lo que mejor sabían hacer: cuidar nuestro territorio y nuestras razas autóctonas.

¿Dónde está el problema?

Los incendios forestales son el problema ambiental que mayor atención e inversión recibe entre las actividades de gestión y conservación de nuestros montes. Las causas pueden ser muy variadas, aunque en la mayoría de las ocasiones interviene la mano del hombre (fuegos intencionados o debidos a negligencias). De cualquier forma, la existencia de grandes masas de vegetación junto a situaciones de sequía más o menos prolongadas, son circunstancias previas a la declaración de los mismos.

Precisamente por ello, y teniendo en cuenta que los periodos de sequía en nuestro país se repiten cada año, las labores de prevención deben centrarse fundamentalmente en el control de esas masas vegetales deshidratadas.

Tradicionalmente, en nuestras zonas rurales más desfavorecidas (que, en general, son las mejor conservadas desde el punto de vista medioambiental), han sido las actividades agrarias y, especialmente, las ganaderas, las que han servido para mantener bajo control esta vegetación.

La presencia de ganado en el monte constituye una forma sostenible y eficaz para la prevención de incendios forestales, ya que controla el crecimiento de la vegetación herbácea y arbustiva durante los meses de alto riesgo (de junio a octubre), y porque, al crear diferentes compartimentos en el paisaje, da lugar a saltos que dificultan la propagación del fuego en caso de la aparición de un incendio.

La ganadería extensiva, desde hace miles de años, está presente en nuestros montes. Este hecho ha dado forma a unos paisajes que dependen de ella para mantener sus valores, su cultura y su diversidad biológica. Los beneficios que aporta la presencia de ganado en nuestros montes son muy importantes: la fertilidad que proporciona al suelo el estiércol y el aporte de semillas garantizan la resiembra y la conservación y recuperación de especies, manteniendo la biodiversidad originada por la labor que implica el pastoreo. Todo ello, realizado siempre con manejo adecuado y un equilibrio entre los animales que pastan y los recursos que presenta cada zona, hecho que el ganadero ha ido aprendiendo y perfeccionando a lo largo de la historia, conocimiento que deberíamos mimar y preservar, y evitar a toda costa que se pierda.

Pero no solo el ganado es fundamental, siempre detrás de ellos, están los ganaderos y las ganaderas. Su presencia es vital en la prevención de incendios: conservan infraestructuras necesarias en la lucha contra el fuego, como pequeñas casetas o puntos de agua. Facilitan labores de vigilancia del monte, alejando a posibles causantes de incendios. Y no debemos olvidar que realizan dos funciones de extraordinaria importancia social: producen de forma sostenible alimentos de alta calidad para la población partiendo de los pastos, y bienes públicos directos para la sociedad, en forma de paisaje, biodiversidad, mantenimiento de ecosistemas o amortiguación del cambio climático. Y en un mundo donde nos empezamos a preocupar por lo que comemos y por las formas de producción, hay un hecho a destacar: la ganadería extensiva no compite por recursos alimenticios, como son cereales y legumbres, con la población humana.

¿Dónde están los pastores y sus animales?

No podemos negar que el mundo rural está hoy en día de moda. Pero, ¿dónde están sus habitantes? Hasta hace relativamente poco, pertenecer al mundo rural era sinónimo de cateto, pobre o ignorante. Lo mismo ha ocurrido, por ejemplo, con la cabra. A lo largo de la historia la presencia de este animal se ha asociado a la miseria. Curiosamente, son dos ejemplos de supervivencia y de adaptabilidad a los que deberíamos prestar más atención.

Queremos un campo vivo y verde, pero… ¿sabemos reconocer a sus pastores? ¿Conocemos nuestros árboles? ¿Sabemos nombrar las especies que lo habitan? ¿Conocemos realmente nuestros espacios protegidos y sabemos identificar la ganadería extensiva? ¿Valoramos a esas manos invisibles que cuidan y los alimentos de valor que producen?

Son muchas las cuestiones y largo el camino a recorrer para tener la fotografía completa de nuestro territorio: animal, paisaje y persona. Una manera única de cuidar nuestros bosques y evitar que sean pasto del fuego. Quizás está todo ahí camuflado entre nuestros montes, esperando, impaciente, que cambiemos nuestra forma de mirar.

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