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De qué hablamos cuando hablamos de unidad

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Isa Serra

Hace apenas unos días que comenzó la campaña para renovar el Consejo Ciudadano de Podemos Madrid y, desde el primer minuto, una de las candidaturas en liza no ha cesado de repetir “unidad, unidad, unidad” como consigna auto-afirmativa, pero también con evidente tono acusatorio contra quienes supuestamente nos hemos desmarcado del que presentan como único consenso de Vistalegre 2.

Sinceramente, me llama la atención tanto esa memoria selectiva como la interpretación sesgada de esa consigna. En primer lugar, porque también recuerdo a Pablo Iglesias cerrando aquella Asamblea Ciudadana haciendo suyas las palabras de Teresa Rodríguez de “unidad y humildad, compañeras”. Humildad para no creerse dueño de la verdad absoluta ni de la única fórmula ganadora. Humildad para comprender que uno no siempre tiene la razón, que la diversidad nos hace fuertes y que la pluralidad no es solo un principio político, sino también una garantía de que nuestra organización se parezca a la sociedad plural que queremos representar y transformar. Humildad para que no se nos olvide que, ante todo y por encima de cualquier proceso interno, somos compañeras y que, como suele decir Tere, “en esta marea de cambio no sobra ningún barco”.

Pero, como decía, también me preocupa que por “unidad” entendamos uniformidad, pensamiento único, dejar de lado las diferencias, la opiniones alternativas y el necesario debate de ideas en aras de un consenso monolítico y silenciador que se presenta como necesario en un momento como el actual. Jamás compartiré esa acepción del término “unidad” con forma de sábana tras la que saldar sin debate ni explicación alguna las diferencias que no siempre con las mejores formas se pusieron encima de la mesa hace solo unos meses. La unidad en la que yo creo no rima con acuerdos en despachos a puerta cerrada ni con reparto de puestos en una lista. Tiene que ver más con ese otro consenso al que me refería antes: sólo con debate político sano se construye una organización política a la altura de los retos que tenemos.

Algunas de quienes hoy integramos Podemos en Movimiento formamos parte hace un año de la lista de Juntas Podemos en el marco de la Asamblea Ciudadana autonómica. Esta vez nos presentamos como Podemos en Movimiento porque, como entonces, así lo han decidido quienes, en una asamblea abierta, no solo lo discutieron, argumentaron y votaron, sino que además tuvieron la oportunidad de presentar su candidatura a una lista que luego ordenaron y aprobaron. Y todo ello sin movernos ni un ápice de las ideas, propuestas y principios que teníamos hace un año y con las que decidimos integrarnos entonces en aquella otra lista conjunta.

Allí apostamos por un Podemos no subalterno al PSOE, que construyese y cuidase el ámbito autonómico y apostase por la descentralización de la organización. Hoy, dadas las opciones presentes sobre la mesa, esas mismas personas han (hemos) considerado que hay debates sobre el proyecto para Madrid que conviene debatirlas con quienes construyen día a día Podemos y con los inscritos e inscritas, y no únicamente entre unos cuantos cargos. Lo hemos hecho debatiéndolo fraternal y humildemente, asumiendo como consigna inquebrantable la imprescindible unidad que, antes y después de estas primarias, deberá seguir guiando el día a día de todas quienes formamos parte de Podemos dentro y fuera de Madrid.

Debatir de política nunca puede ser algo negativo. Nunca. El debate político abierto a la sociedad fue una de las principales características de la apuesta con la que Podemos sorprendió y pateó el tablero hace ya casi cuatro años. Entonces, pero también todavía ahora, resultó un planteamiento inaudito y de enorme contraste con unos partidos tradicionales acostumbrados a debatir de puertas adentro y presentar luego una cara artificial como escaparate público. ¿Acaso hay algo que ilustre mejor la “vieja política” que esa odiosa línea que delimita un “dentro” y un “fuera”, separando las peleas por cuotas de poder que tenían lugar en despachos del mundo de las apariencias y las falsas complicidades que luego veíamos en las pantallas?

Frente a ese modelo clásico, cuyo máximo exponente ha sido el Partido Popular madrileño, en Podemos apostamos por situarnos en las antípodas. El nuestro es un partido abierto a la participación y atravesado por el debate permanente. Un debate orgullosamente abierto, honesto, humilde y sin miedo. Debates donde mostrar diferentes puntos de vista, donde reflejar la pluralidad interna y desde los que conformar órganos pluralistas. Debates en clave estratégica que enriquecen orgánica y programáticamente al conjunto de la organización. Ese debe seguir siendo nuestro modelo, nuestra seña de identidad y la garantía de que contaremos con el mejor programa y la mejor estrategia para transformar Madrid en una ciudad del cambio y a sus gentes en una ciudadanía del cambio que lo haga posible.

Por todo ello, no podemos permitirnos que tras el mantra de la “unidad” se justifique tintar los orgullosos cristales transparentes con los que Podemos se presentó en sociedad y se convirtió en una herramienta con la que construir poder popular. Una asamblea ciudadana como la madrileña es un momento privilegiado para lucir procesos abiertos y participativos, guiados por el debate de ideas y propuestas, desde el respeto entre compañeros. Acusar de deslealtad a quienes queremos huir de viejos modelos verticales y cerrados no solo es deshonesto, sino también incongruente con el ADN de Podemos e incoherente con aquel mandato de Vistalegre de enterrar la “máquina de guerra electoral” para construir un Podemos con raíces en los territorios y en las luchas, que pivote en torno a sus círculos y personas inscritas, y que se parezca a ese otro mundo que llevamos dentro de nuestros corazones y que queremos para nuestra ciudad.

Yo apuesto por una organización cuya cultura política prime siempre el debate honesto y de ideas por encima del reparto de sillones. Un Podemos que entienda la unidad desde la diversidad interna, como fruto de procesos de debate que contribuyan a enriquecernos estratégicamente y a generar confianzas mutuas.

Exactamente lo mismo que llevamos defendiendo desde aquella presentación en el Teatro del Barrio en una fría mañana de enero hace cuatro años. Sin duda sería más fácil apostar por el modelo de unidad de los partidos tradicionales. Pero eso no va con nosotras. Ni por principios, ni por miedo a las dificultades ni por efectividad: ya conocemos las patas cortas y las consecuencias de ese otro modelo. Si salimos a ganar, que no se nos olvide entonces que ganar es no parecerse a los partidos del Régimen ni en los andares. En nada. Ni siquiera en lo que que respecta a la unidad.

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