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Leonardo Torres Quevedo, referente para la ingeniería y desconocido para el gran público

Leonardo Torres Quevedo

Juan Jesús Velasco

Sevilla —

Que un ordenador sea capaz de ganarnos en una partida de ajedrez o que un avión funcione sin piloto es algo que hoy entra en lo cotidiano. La tecnología avanza con paso de gigante y a veces podemos llegar a perder de vista el punto de partida o las bases sobre las que se apoyan dispositivos o servicios que forman parte del entorno que nos rodea.

Cuando hablamos hace varias semanas de los museos imprescindibles para amantes de la computación, hicimos una parada en España para hablar del Museo Torres Quevedo (situado en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos de la Universidad Politécnica de Madrid). El museo está dedicado a la figura de Leonardo Torres Quevedo, un ingeniero de caminos e inventor español que trabajó en el desarrollo de autómatas capaces de jugar al ajedrez contra un humano y sistemas de control remoto de vehículos.

Torres Quevedo fue una figura muy importante para la ingeniería, tanto a nivel de España como internacionalmente. En España hay un premio que lleva su nombre (el galardón más importante en el ámbito de la ingeniería en España) y, sin embargo, la figura de este ingeniero sigue siendo desconocida para el gran público.

Leonardo Torres Quevedo nació el 28 de diciembre de 1852 en Santa Cruz de Iguña (Cantabria) y, siguiendo los pasos de su padre, ingresó en la Escuela Oficial del Cuerpo de Ingenieros de Caminos en 1871, para graduarse, cuarto de su promoción, en 1876. Al terminar sus estudios, Torres Quevedo comenzó a trabajar para la empresa de ferrocarriles en la que trabajaba su padre pero al poco tiempo dejó su puesto para hacer algo que no era muy común en la época: viajar por Europa y conocer los avances tecnológicos y científicos que se estaban desarrollando fuera del país, es decir, hacer prospectiva tecnológica de primera mano.

Al regresar a España tras este viaje, Torres Quevedo se instaló en Santander y decidió enfocar su trabajo a la investigación. Uno de sus primeros trabajos fue en el ámbito de los transbordadores, plataformas suspendidas por cables para cruzar ríos o salvar un valle sin necesidad de construir un puente. Estos primeros trabajos (realizados entre 1887 y 1890) no tuvieron éxito; sin embargo, en 1913, Torres Quevedo diseñó una de sus obras clave: el Spanish Aerocar, el transbordador que cruza las cataratas del Niágara y que, desde 1916, sigue en activo.

En 1889, Torres Quevedo se trasladó a Madrid y se sumergió por completo en los círculos culturales y científicos de la capital. Allí arrancó también sus primeras incursiones en el campo de la computación y la inteligencia artificial. En la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales presentó su obra “Memoria sobre las máquinas algébricas” que junto a “Sur les machines algébriques”, presentado en Burdeos en 1895, y “Machines a calculer”, en la Academia de Ciencias de París en 1900, representaron la base de los trabajos de Torres Quevedo enfocados al mundo de la computación y el desarrollo de las primeras calculadoras digitales.

En 1902 presentó, tanto en la Academia de Ciencias de Madrid como en la Academia de Ciencias de París, uno de sus primeros trabajos en el mundo de los dirigibles, los que eran controlados a distancia y carecían de piloto. Gracias a estos trabajos, el Servicio de Aerostación Militar del Ejército de España construyó el primer dirigible del país, llamado España. Al año siguiente, se presentó el Telekino, uno de sus inventos más importantes y que le hizo pionero, junto a Nikola Tesla, en el desarrollo de sistemas de control remoto mediante ondas de radio.

Estos trabajos abrieron las puertas para el desarrollo de proyectos enfocados en la automática y la inteligencia artificial y, entre 1912 y 1914, se publicó “Ensayos sobre Automática” y desarrolló el autómata llamado “El Ajedrecista”, un sistema electromecánico que era capaz de jugar al ajedrez contra un humano y que hizo muy conocida la figura de Torres Quevedo a nivel internacional (“El Ajedrecista” era una máquina capaz de jugar al ajedrez de manera autónoma, un “abuelo” para sistemas como el famoso Deep Blue).

Torres Quevedo murió en Madrid el 18 de diciembre de 1936, diez días antes de cumplir 84 años; durante sus últimos años de carrera formó parte de la Real Academia Española (en el sillón que había dejado Benito Pérez Galdós), fue elegido Presidente de la Sociedad Matemática Española, se le otorgó el título de Doctor Honoris Causa por la Sorbona de París y fue nombrado Miembro Asociado de la Academia de Ciencias de París.

El Telekino: un autómata para controlar mecanismos a distancia

Reconocido en el año 2007 por el IEEE (Institute of Electrical and Electronics Engineers) como uno de los “grandes hitos de la ingeniería a nivel mundial”, el Telekino fue uno de los inventos más relevantes de Leonardo Torres Quevedo en el ámbito de los sistemas de control remoto. Gracias a este autómata, Torres Quevedo pretendía controlar a distancia un globo aerostático para poder hacer pruebas sin piloto (no siempre le era fácil encontrar “pilotos de prueba”) y planteó un sistema electromecánico que ejecutaba órdenes que se recibían codificadas en una onda de radio usando codificación digital.

El sistema se mostró en 1903 en la Academia de Ciencias de París y, a raíz de esta presentación con demostración funcional incluida, Torres Quevedo terminó patentando el sistema en España, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos bajo la definición de “sistema telegráfico, con o sin cables, cuyo receptor fija la posición de un interruptor que maneja un servomotor que acciona algún tipo de mecanismo”.

Tras esta presentación, el sistema siguió evolucionando para ser instalado en pequeñas barcas que terminarían siendo controladas a distancia. Tal fue el impacto del Telekino en la sociedad española de la época que, el 6 de septiembre de 1906, Leonardo Torres Quevedo organizó una demostración pública del manejo de una barcaza a distancia; un evento de gran repercusión al que también acudiría el rey Alfonso XIII y que pretendía introducir el Telekino en el control de torpedos y proyectiles (sin embargo, finalmente la idea no encontró financiación y el Telekino terminó en el olvido).

El Ajedrecista, antecesor de Deep Blue

Entre 1910 y 1912, Leonardo Torres Quevedo desarrolló otro de sus proyectos más emblemáticos: El Ajedrecista; un autómata que jugaba al ajedrez y que era capaz de ganarle a los humanos (un viejo ancestro del mítico Deep Blue de IBM). El Ajedrecista era un sistema analógico y planteaba un juego simplificado en el que la máquina jugaba con dos piezas (el rey y la torre de color blanco) y era capaz de ganar en 63 movimientos (en base a un algoritmo sobre el que estaba programada).

El Ajedrecista presentaba un tablero de ajedrez con sensores que detectaban la posición de las piezas; cada casilla estaba conectada a unos cables y las piezas cerraban el circuito cuando se colocaban sobre dicha casilla, detectándose así la posición de las piezas. Tomando las posiciones de las piezas, el autómata realizaba el cálculo del movimiento buscando el “jaque al rey” y, cuando lo conseguía, se activaba un fonógrafo que reproducía un disco con la frase “jaque mate”, indicando el fin de juego.

En el Museo Torres Quevedo se pueden ver prototipos del Ajedrecista; la versión final se presentó en 1914 en la Feria de París y, según las crónicas, causó bastante impacto entre el público. La revista Scientific American llegó a publicar un artículo sobre él en 1915: “Torres and His Remarkable Automatic Device”.

Aunque los inventos más notables de Torres Quevedo sean el Telekino y El Ajedrecista, este ingeniero desarrolló también máquinas electromecánicas para resolver ecuaciones algebraicas (capaces de resolver ecuaciones de ocho términos) y, fuera del ámbito de los autómatas, llegó a diseñar y patentar un puntero láser y un proyector para su uso en el campo de la docencia.

Imágenes: Campus Moncloa, Olea (Wikipedia), IEEE, Manel Capdevila (Wikipedia)

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