El feminismo de la televisión ha dejado de ser ficción sobre mujeres
Los temas que salieron a la palestra en la última gala de los Emmy tienen poco de ficticios. Basta una panorámica de las ganadoras para entender que la televisión pedía a gritos más historias de mujeres. El cuento de la criada, Big Little Lies, Veep o San Junípero forman los cuatro vértices de una fotografía que ha recorrido las redes: las grandes vencedoras de la noche. Todas son series que se sustentan sobre el talento femenino delante de las cámaras, pero lo más interesante es lo que han querido contar detrás de ellas.
El maltrato, la gestación subrogada, el techo de cristal o la representación masculina del amor lésbico no suelen ser el argumento central de una ficción. Tenemos la idea errónea de que compromiso y entretenimiento son conceptos antagónicos, algo para lo que Nicole Kidman tiene una respuesta.
“Hemos puesto el foco en la violencia doméstica. Es una enfermedad complicada e insidiosa. Está mucho más presente de lo que nos permitimos creer. Está llena de vergüenza y secretismo”, advirtió la actriz al recoger su premio como protagonista de Big Little Lies. Ella produce la serie junto a Reese Witherspoon, y ambas son el cerebro de uno de los guiones más brillantes y feministas de esta temporada.
La ficción suele repetir un patrón peligroso respecto al maltrato: hombre inestable contra mujer florero, débil y acomplejada. Kidman y Witherspoon no escatiman en escenas explícitas, ataques y actos de violación dentro del matrimonio, pero a la vez bucean en la compleja situación psicológica de una víctima de violencia machista. Gracias al personaje de Celeste, la televisión salda su deuda con la representación morbosa y distorsionada de la mujer dentro de esas tóxicas dinámicas de poder.
En un mundo en el que el 70% de las mujeres han experimentado violencia física o sexual por parte de su compañero sentimental, Big Little Lies ha tardado demasiado en llegar. Quizá sea porque, como recordó Witherspoon en el atril, hay que traer “a las mujeres al frente de sus propias historias y convertirlas en sus propias heroínas”. Ellas lo hicieron en prime time, en una cadena tradicionalmente masculina como es HBO, y se llevaron a casa una ovación mundial y cinco Emmys.
Todo apuntaba a que Westworld iba a ser el caballo ganador de Home Box Office en drama, pero fue ahí donde El cuento de la criada dio una segunda estocada a la serie de Jonathan Nolan.
Ocho Emmys para un futuro aterrador
Si Big Little Lies elige el presente para tratar un asunto escandaloso y de rabiosa actualidad, El cuento de la criada se disfraza de futuro plausible para hablar de lo mismo. Margaret Atwood escribió su novela de ciencia ficción hace cuarenta años, y quizá por eso resulta tan aterrador reconocer sus elementos vigentes. Tanto la serie como el libro se sitúan en la República de Gilead, un estado teocrático donde las mujeres se dividen en esposas sumisas, cocineras, tías o entrenadoras, y doncellas fértiles que ponen sus úteros al servicio de los poderosos.
Ser homosexual es un delito en Gilead, y conlleva una pena especialmente dura contra las mujeres traidoras de género. Por supuesto, el aborto o los métodos anticonceptivos resultan una abominación. El fanatismo religioso, la nulidad de los derechos de la mujer, la persecución de médicos y curas, o los polarizados debates alrededor de la gestación subrogada son temas que no nos resultan ajenos. Tampoco lo eran para Atwood cuando escribió la novela.
Sin embargo, El cuento de la criada no quería hacer memoria sobre los errores del pasado, sino sobre las lecciones no aprendidas que pueden repercutir en nuestro futuro. “En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar”, puntualiza Atwood en el prólogo de la última reedición. No es una advertencia, es la constatación de alguien que ha vivido el renacer de su cuento de terror y el triunfo de un político misógino que presume de querer recortar más derechos a las mujeres.
Su presencia en los Emmy por encima de favoritas como Westworld es un pequeño acto de revolución. Justo como el que orquestaron las mujeres en Gilead cuando empezaron a echarlas de sus trabajos, de sus pisos y de sus comunidades. Aunque, como explica el texto original de Atwood, “las manifestaciones fueron más insuficientes de lo que cabría esperar”. Y esto sí que es una advertencia.
Un oasis lésbico
Al lado de Big Little Lies y El cuento de la criada, San Junípero y Veep dan un respiro con un visionado más amable, pero sus lecciones son tan poderosas como las de los dos dramas anteriores. San Junípero se alzó como el mejor episodio de la televisión por una historia de amor dentro de una serie de fantasías terroríficas. Black Mirror se caracteriza por darle un ritmo, unos colores y un corte dramático distinto a cada uno de sus capítulos, pero ninguno se sale tanto de los moldes como el que se hizo con el Emmy.
Esta vez, su director no se basó en tecnologías provocadoras ni en hipérboles de la generación conectada. Charlie Brooker quería analizar el concepto de nostalgia y, a diferencia de sus compañeros, sentar la acción en una época pasada sin recurrir a máquinas del tiempo. San Junípero es un pedazo de paraíso en la mente, donde cada persona puede ser lo que siempre quiso ser, amar sin miedo a represalias y saciar sus deseos carnales sin ser tachado de pervertido. Esta tecnología permite a los usuarios vivir la eternidad en la época que elijan: Yorkie y Kelly han decidido conocerse en 1987, al ritmo de los Smiths y el tintineo de las máquinas recreativas.
Su historia marca la diferencia porque se centra en una pareja interracial de dos mujeres. La primera es introvertida, naíf y con pocas vivencias a sus espaldas, mientras que Kelly representa todo lo contrario: explosiva, experimentada y brillante como sus chaquetas de lentejuelas. San Junípero es un oasis para la representación del romance lésbico en la pantalla, lejos de las fantasías masculinas que reducen a sus protagonistas a un par de trozos de carne.
También es un canto a la vejez, donde dos ancianas despiertan su apetito sexual a través de unos avatares capaces de sentir y de amar. En definitiva, un homenaje a esa diversidad que tanto se echa de menos en las salas de guion, frente a la cámara y en los atriles. “Cada día, cuando salgas por la puerta, ponte tu capa imaginaria y conquista el mundo. Porque el mundo no sería tan hermoso si nosotros no estuviéramos en él”, dijo la guionista Lena Waithe (de Master of None), dedicando sus aplaudidas palabras a la comunidad LGTBI.
Pero no se puede hablar de una sana variedad de mujeres en la ficción sin la antiheroína, título que encaja como un guante con Selina Meyer. Veep está lejos de ser una ficción feminista, ya que su protagonista inspira tanto respeto por las mujeres como el mismo Trump. Sin embargo, su showrunner David Mandel apela a esa falta de escrúpulos y al feminismo interesado de Selina para recalcar alguna de las situaciones que se dan cada día en la vida de una mujer política.
Reírse de los peores aspectos de la sociedad, como el machismo enquistado en ciertas cúpulas de poder o la existencia del techo de cristal, forma parte de la misma crítica. Mandel se inspiró en incómodos episodios que ha tenido que soportar su actriz principal para dar forma a un rol interesante y lleno de matices. “Por ejemplo, siempre que ofrecemos entrevistas, Julia [Louis-Dreyfus] sigue recibiendo preguntas como mujer. Me parece increíble”, alegó el productor. Por eso, explicaba, Selina está obsesionada en ser reconocida como política antes que como mujer.
Como Mandel, los productores de las series han decidido dejar la imaginación a un lado y poner un pie en la calle. Todavía hay muchas realidades que necesitan un narrador, una voz que ayude a teñir de compromiso político una fiesta de la televisión. Los Emmy entendieron que, sin contar con la mitad de la población, la ficción está coja, medio sorda y tuerta. Esperemos que este diverso palmarés sea el primero de muchos y no pase únicamente a la historia como una bonita fotografía.