La costa del Alentejo en furgoneta: recorriendo el secreto mejor guardado de Portugal

Ilha do Pessegeiro.

Jara B. Gavín

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Basta con poner un pie en cualquiera de las playas del litoral que se extiende entre Setúbal y el Algarve para darse cuenta de que, en la costa alentejana, el tiempo ha encontrado una curiosa manera de detenerse.

Aunque sea la primera vez que se visita, todo parece seguir igual que siempre en este paraíso para los amantes de la naturaleza virgen y el turismo activo, de las playas salvajes y poco concurridas, y de los pueblos con alma marinera que invitan, sobre todo, a dejar la prisa a un lado. Recorrer la costa del Alentejo es un regalo para la memoria.

A las ochenta mil hectáreas de costa salvaje que forman el último litoral virgen de Europa todavía no ha llegado el turismo de masas ni parece estar previsto que lo haga.

Ni siquiera se le acerca en los meses de verano, cuando los pequeños y luminosos pueblos que salpican sus accidentado relieve reciben la mayor llegada de visitantes de el año, en su mayoría, de procedencia nacional.

La ausencia de complejos vacacionales, grandes hoteles o infraestructuras, y las tres horas de carretera que lo separan de los aeropuertos internacionales más próximos –Lisboa y Sevilla– han permitido conservar prácticamente intacta esta zona remota de Portugal, injustamente eclipsada por la vecina costa del Algarve y la hipnótica melancolía de Lisboa y sus alrededores.

Esta especie de anclaje en el momento perfecto, aquel en el que los viajes de verano todavía eran un anhelo de descanso y quietud, hacen de la costa alentejana el lugar ideal para perderse en furgoneta cámper y volver a reencontrarse con lo esencial.

Desde la Reserva Natural de las Lagunas de Santo André hasta Sines

Aunque este road trip por el Portugal más auténtico puede arrancar en cualquier punto al sur de Setúbal, nuestra propuesta comienza en la Reserva Natural de las Lagunas de Santo André y da Sancha.

Un curioso lugar con cierto aire destartalado en el que la propia laguna y el océano se unen en una misma playa; un inmenso arenal de fácil acceso, en el que hasta el murmullo más ensordecedor de la vida cotidiana tiene todas las papeletas de terminar ahogado en el rugido del Atlántico.

Si se prefiere disfrutar de aguas más calmadas, uno puede perderse entre los juncos de la laguna de Santo André e ir en busca de las colonias de aves que pueblan la zona, especialmente al final del verano, o practicar windsurf y piragüismo en un entorno natural inigualable.

Un pequeño y coqueto chiringuito a pie de duna, en el que se pueden encontrar pescados a la brasa, cerveza fría y una buena selección musical, aporta a la playa de Santo André la comodidad justa para no estropear su aura de playa casi desierta y poder disfrutar de la primera puesta de sol inolvidable de este viaje.

Siguiendo la pequeña carretera regional R261-5 hasta su encuentro con la A26-1, en poco más de 20 minutos llegaremos a Sines, cuna de Vasco de Gama y la última ciudad costera de esta ruta hacia el gran sur portugués.

Su puerto pesquero y el Castelo de Sines, ubicado en lo alto de un cerro con vistas a la bahía, bien merecen una visita. En el interior del Castelo se puede visitar la casa-museo de Vasco de Gama, un repaso a la importancia de sus descubrimientos en el desarrollo de la historia de la Humanidad.

El mercado municipal de Sines, con una gran oferta de productos frescos y regionales, es un buen lugar para el abastecimiento de víveres antes de poner rumbo hacia el Parque Natural del Suroeste Alentejano y la Ruta Vicentina.

Este paraje natural, protegido desde 1988, comienza unos pocos kilómetros al sur, en la Praia de Sao Torpes, donde encontraremos un pequeño camping cuya ubicación es perfecta para hacer noche.

Calas de ensueño en el pueblo azul de Porto Covo

Los 15 kilómetros de carretera que separan Sao Torpes de Porto Covo, por la M1109, son una sucesión de pequeñas calas azulísimas, abrigadas por rocas de formas imposibles a través de las cuales el océano ha encontrado la manera de abrirse paso, dibujando pequeños arenales que se refugian del viento atlántico.

Al otro lado de la estrecha carretera se abren los campos de cereal en los que el ganado pasta plácidamente y, desbordando las cunetas, surge una exuberante y colorida vegetación atlántica. La costa alentejana es aquí un cuadro impresionista.

Cualquiera de las calas que encontraremos a nuestro paso, cuyos accesos están equipados con escalinatas de madera que se funden con el paisaje, puede ser un buen lugar para disfrutar de una plácida mañana de playa pero, si hay que elegir una, la Praia da Samoqueira es la más espectacular.

Cascadas, piscinas naturales en marea baja e incluso una gruta convierten a esa pequeña joya en una de las mejores playas de esta zona del sur de Portugal que, en sus tramos de arenales más abiertos, es también un paraíso para los amantes del surf.

La otra playa que no hay que perderse en los alrededores de Porto Covo es la Praia da Ilha do Pessegueiro, justo en frente de esta misteriosa y deshabitada isla.

Aunque hay un acceso por carretera, existe un sendero que comunica Porto Covo con esta playa y que, a su vez, forma parte de la Ruta do Trilho dos Pescadores, la variante litoral de la Ruta Vicentina, un precioso trekking de unos 125 kilómetros que recorre el Alentejo de Norte a Sur.

Porto Covo, la última parada obligatoria en la zona, es un pequeño pueblo de pescadores formado por casitas de fachadas inmaculadas, con ventanas y zócalos pintados de azul.

Un azul vibrante que se confunde con el del cielo y el océano, a donde va a parar la calle principal que nace unos metros más arriba, en una plaza cuadrada tan sencilla como bonita, en la que destaca su pequeña iglesia blanca y azul.

El centro del pueblo es pequeño pero su visita es imprescindible, sobre todo si se acompaña de unos petiscos (tapas) alentejanos en alguna de sus terrazas.

Porto Covo, con sus tejados de arcilla, sus ventanas a pie de calle y una tranquilidad de la que cuesta alejarse, es una oda a la belleza de lo simple.

Para no desviarnos de esta ruta por lo esencial, recomendamos hacer noche en la Quinta do Rossi, a unos 10 minutos del pueblo: una finca privada en mitad de la naturaleza en la que, además de los servicios básicos –electricidad, baños y carga y descarga de aguas–, ofrecen la posibilidad de practicar yoga, recibir un masaje al aire libre, tomar prestada una de sus bicicletas para pasear al amanecer o comprar aceite alentejano.

Zambujeira do Mar y el refugio de Amalia Rodrigues

Es probable que la zona de Porto Covo nos obligue a pagar el pequeño peaje, en forma de saudade, que se siente al abandonar cualquier lugarespecialmente si hablamos de Portugal– en el que todo está perfectamente bien.

Pero hay más vida al sur de esta ruta que, siguiendo la N393, nos dejará (en unos 40 minutos) en otro bonito y pintoresco pueblo marinero: Zambujeira do Mar.

A media distancia entre ambos pueblos, un corto desvío de apenas cinco minutos nos llevará hasta Cabo Sardao, donde unos enormes y abruptos acantilados son hogar de la única colonia de cigüeñas blancas del mundo que anida sobre el mar. Contemplarlas recortándose sobre el océano es, sin duda, una de las postales más indelebles de este viaje.

Como en Porto Covo, las callejuelas de Zambujeira también están salpicadas por restaurantes de pescado, pequeñas tiendecitas de aire hippie y un ambiente pausado que solo desaparece cada mes de agosto con la celebración del MEO Sudeste, uno de los festivales de música electrónica más populares entre la juventud portuguesa.

La playa de Zambujeira es un caos indescriptible de rocas y aguas turquesa sobre las que la caída del sol resulta un espectáculo admirable, como lo es disfrutar de las vistas desde la Capela de Nossa Senhora do Mar, una pequeña iglesia que domina los acantilados de la playa.

No demasiado lejos de aquí, en la localidad de Brejao, está la Praia da Amalia, llamada así por ser el lugar en el que Amalia Rodrigues construyó su casa de veraneo a la que, dicen, acudía en busca de inspiración y tranquilidad cuando ya era la artista más famosa de Portugal.

Para llegar a esta playa salvaje y rodeada de cascadas, donde ni siquiera hay cobertura móvil, habrá que atravesar un riachuelo, seguir un sendero serpenteante rodeado de hiedras y malvas silvestres y cruzar un túnel natural de juncos. 

Una vez que la vegetación da paso a las vistas sobre la playa, resulta todavía más sencillo comprender por qué fue este el lugar elegido por la reina del fado portugués para levantar su refugio.

En Zambujeira do Mar hay un camping que se ha reformado recientemente, con parcelas sombreadas y todos los servicios imaginables que, además, está a un paseo –a pie o en bici– del centro del pueblo.

Todo empieza y termina en Odeceixe

En los años 70, Odeceixe fue el epicentro de la movida hippie que ocupó gran parte de la Costa Alentejana.

Aunque técnicamente pertenece ya al distrito de Faro, en el Algarve, es considerado el último pueblo del Alentejo, probablemente por haber sabido conservar su autenticidad y huir de la masificación turística.

De su época más bohemia todavía quedan algunos vestigios en forma de arte urbano, más o menos efímero. Se intercalan con los restaurantes familiares y los alojamientos para los caminantes de la Ruta Vicentina presentes en cada callejuela de este pueblo marinero que se extiende colina arriba, junto al río Seixe, a tres kilómetros de la costa.

El río, además de funcionar como muga natural entre el Alentejo y el Algarve, desemboca en la impresionante playa de Odeceixe, considerada una de las siete maravillas de Portugal.

La última parada de esta ruta en cámper por uno de los litorales más vírgenes de Europa permite elegir entre un último chapuzón en la playa de Odeceixe o en la vecina y naturista playa de Adegas, o sacudirse el salitre alentejano en las aguas del Seixe.

Y aquí, como en cada centímetro de la costa del Alentejo, la mejor opción será siempre dejarse llevar hasta encontrar aquello que se buscaba.

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