Está en Málaga y, gracias a sus figuras gigantes, murales y casitas pintadas de azul, fue declarado el primer pueblo pitufo del mundo

Vista general de la curiosa localidad azulada

Alberto Gómez

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Son varios los pueblos andaluces que, por una larga tradición y como medida para protegerse del sol, tienen la mayoría de sus casas encaladas de blanco, ofreciendo a quien los visite una visión uniforme y pintoresca. Sin embargo, una visión que tal vez resulte mucho más sorprendente que poner los pies en Ronda, Ubrique o Arcos, es llegar hasta una localidad de la provincia de Málaga en la que las fachadas de todas sus casas están pintadas… de azul.

De hecho, antiguamente las casas de Júzcar, a una hora aproximadamente de la capital malagueña o a 30 minutos de Ronda, era un pueblo con sus casitas pintadas de blanco. Como uno más de la geografía andaluza y sin llamar excesivamente la atención. Pero, en 2011, y a raíz de ser elegida por Sony Pictures para promocionar su película Los pitufos 3D creados por el dibujante Peyo, todos los vecinos se pusieron manos a la obra para teñir sus casas blancas y edificios de color azul, gesto original que provocó que fuera denominado el primer pueblo pitufo del mundo.

Ese curioso cambio generó miles de visitas, un éxito turístico que animó a los vecinos de la localidad a mantener el azul de sus casas más allá de la promoción de la película. De hecho incluso hubo una consulta y los habitantes de Júzcar, orgullosos de su nueva identidad cromática, decidieron que querían seguir con sus casas azules. Sus casas y todo lo demás, ya que además de la pintura azul, al pueblo llegaron figuras gigantes de algunos de los personajes de los míticos pitufos, murales, grafitis, etc.

El pueblo en sí tenía censados en 2024 en torno a 230 habitantes, pero en aquel entonces podía llegar a recibir hasta más de 40 mil visitas (el récord estuvo en 59 mil visitas en 2013), personas a las que llevó la curiosidad de ver tanto azul en medio, además, de un precioso entorno natural y que quedan sorprendidas desde el primer momento en que entran en la localidad, en la que aún es posible fotografiarse con figuras como algunos de los personajes o las setas tan características de los dibujos animados que formaron parte de varias generaciones.

Hoy por hoy, mayores y pequeños pueden sumergirse en el mundo de los pitufos gracias, también, a los grafitis que se exhiben en la localidad y que incluyen códigos QR que cuentan diferentes historias tanto de Júzcar como de aquellos simpáticos pitufos. Historias que siguen generando visitas, principalmente por parte de españoles (madrileños, vascos y catalanes, además de andaluces), portugueses, turcos o británicos.

9 mil kilos de pintura

Además de dejarse perder por las diferentes y azuladas callejuelas (nueve mil kilos de pintura hicieron falta para lograr cambiar la fisonomía de sus casi 200 casas), uno siempre puede ir sorprendiéndose al darse de bruces con esculturas de los queridos personajes, como el sabio y filósofo, el gruñón, el glotón, la encantadora Pitufina, el Papá Pitufo y, por supuesto, el malvado Gargamel. De diferentes tamaños pero aptos para inmortalizarse con cualquier agradecido y sorprendido visitante.

A una hora aproximadamente de la capital malagueña o a 30 minutos de Ronda, era un pueblo con sus casitas pintadas de blanco que ahora son azules

Eso sí, tras aquel teñido de azul a principios de siglo, la localidad tuvo que cambiar la denominación de primer pueblo pitufo del mundo por aldea azul. Y es que, en 2017 y por culpa de un problema de derechos de autor entre el consistorio y la compañía productora encargada de las películas de pitufos, Júzcar ya no puede hacer uso en si del término “pitufo”. Pero su atractivo y su uniforme color azul sigue presente como siempre.

Sea pitufo o sea aldea azul, lo cierto es que este pueblo de Andalucía ofrece también otros alicientes para visitarlo, que no decepcionarán a quienes decidan visitarlo, como la iglesia parroquial de Santa Catalina, del siglo XVI; la antigua Fábrica de Hojalata, hoy convertida en Bodega con una suculenta oferta de catas o degustaciones gastronómicas; o el museo Micológico, un punto de encuentro que reúne una amplia variedad de datos e información referente a las muestras locales.

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