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Adolfo Suárez, un arribista que se dignificó como presidente

Adolfo Suárez, el político que se construyó a sí mismo.

Javier García Fernández

La vida y la obra de Suárez ofrecen un conjunto de claroscuros que dificultan su valoración. Se dirá que los claroscuros son una característica de todos los seres humanos pero en el caso de Suárez es un rasgo muy característico: los primeros 44 años de su existencia muestran a un arribista de escasas convicciones que sólo busca el triunfo social a través de los enredos políticos de la Dictadura. En los 38 últimos encontramos un político inteligente que gobernó menos de cinco años y con gran dignidad y que encontró al final de su vida toda clase de desgracias familiares, profesionales y de salud.

A diferencia de otros políticos, Suárez es un personaje muy trasparente en su vida... salvo en el tema más relevante de su existencia que fue su dimisión. Tanto los historiadores profesionales (como Juan Francisco Fuentes con su Adolfo Suárez. Biografía política, 2011) como los periodistas que han aportado biografías más próximas (Carlos Abella, José García Abad, Abel Hernández, Gregorio Morán, Victoria Prego) y hasta los colaboradores que se han decidido a narrar vivencias o recuerdos (Fernando Ónega, Manuel Ortiz) nos proporcionan una trayectoria propia de un arribista que quiere triunfar en una Dictadura.

Sin otra cualificación profesional que una mediocre licenciatura en Derecho, supo aproximarse a personajes del régimen que le proporcionaron, primero, medios de vida y, luego, el acceso a cargos políticos de cierta importancia (gobernador civil, procurador en Cortes, director general de RTVE). La carrera del arribista culmina cuando, a la muerte del dictador, es nombrado ministro secretario general del Movimiento, es decir, ministro del partido único que, a la altura de 1975, era un cascarón sin nada dentro.

Pero ese arribista llega a la Presidencia del Gobierno por decisión del rey y, en connivencia con el monarca y con Torcuato Fernández-Miranda (que a la muerte del dictador prefirió presidir las Cortes que el Gobierno) diseña y ejecuta una política de salida de la dictadura con la que conecta con la oposición democrática.

El terceto formado por el rey, Fernández-Miranda y Suárez (a los que luego se unió Gutiérrez Mellado), en negociación cada vez más pública con la oposición democrática, hizo aprobar en las Cortes de la dictadura la Ley de Reforma Política que creó el marco normativo para celebrar elecciones democráticas y, al tiempo, legalizó partidos y sindicatos y se implicó especialmente con el Partido Comunista de España. Porque con los comunistas no sólo se arriesgó con su legalización (una operación inteligente cuyo eventual riesgo sólo se entiende por el fanatismo de los altos mandos militares de la época), sino que también propició la detención de los asesinos fascistas de la matanza de Atocha. El tema no es baladí porque otro presidente no se habría implicado en la persecución de los asesinos.

Con el motor del cambio democrático funcionando a muchas revoluciones, era muy difícil que Suárez se retirara cuando se iban a celebrar las elecciones de 1977. No lo hizo pero no fue capaz de crear un partido que le fuera fiel. Montó un partido de retales donde la ambición predominaba sobre la inteligencia política cuyos dirigentes quisieron desde muy pronto escorarle a la derecha (cuando él ya se había convertido en un político centrista) y, además, desplazarle.

Así se explica su inesperada dimisión en enero de 1981 aunque en la misma influyeron probablemente otros factores que a día de hoy desconocemos (¿presiones militares, comportamiento del rey en la línea de su abuelo que nombraba y cesaba presidentes del Consejo de Ministro a su gusto?).

Hay que decir que, mientras presidió el Gobierno, Suarez cada vez tenía más conciencia de su nueva personalidad. Cuando en 1979 el periodista Gregorio Morán publicó Adolfo Suárez. Historia de una ambición, que era un texto demoledor, tuvo la inteligencia de no darse por enterado y no intentó ninguna operación dirigida a impedir la difusión de la obra. No todos los gobernantes actúan así.

Después del cese, Suárez creó otro partido, el Centro Democrático y Social, con el que volvió a equivocarse creyendo que alcanzaría un score electoral digno y continuado. Con su nuevo partido, Suárez cometió algún error histórico (como cuando, a través de Agustín Rodríguez Sahagún, derribó al alcalde socialista de Madrid, Barranco, sin comprender que la Alcaldía que alcanzó era un triunfo efímero del que luego se valdría el Partido Popular para apalancarse y arruinar Madrid).

Tras su paso por el Centro Democrático y Social, Suárez se convirtió en el protagonista de una tragedia griega, como se titulaba el libro que le dedicó García Abad. Porque al dejar la política acudieron a buscar a Suárez la ruina y la muerte. Sin apenas medios económicos, con la muerte rodeando a su mujer y a su hija, Suárez sólo descansó cuando la enfermedad de alzhéimer le arrebató la conciencia y la memoria. Es probable que el Decreto de 1992 que regula el estatuto de los expresidentes se dictara para paliar su situación económica.

Cuentan sus colaboradores que Suárez se preparó psicológicamente ante la eventualidad de ser secuestrado por ETA, con objeto de morir con la dignidad de un presidente del Gobierno. Esa actitud le hizo actuar con valentía el 23F. Pero si la última actuación de Suárez como presidente fue enfrentarse a un delincuente es porque el afán arribista de sus años jóvenes había sido trastocado por el cargo de presidente del Gobierno: el cargo cambió al personaje y, desde julio de 1976, el personaje se esforzó por dar dignidad al cargo.

En enero de 1981 probablemente se creyó obligado a dimitir pero su dimisión fue voluntaria. Eso explica también que un personaje que había alcanzado el summun de lo que podía esperar un arribista político, la Presidencia de un Gobierno, abandonara el cargo porque ya no podía ejercitarlo con dignidad.

La figura de Suárez evoca el prototipo del personaje público que muere joven. Fracasado como presidente y como fundador de un segundo partido, tragado por la enfermedad de su familia, es posible que no tuviera conciencia de la importancia de su obra, la obra de un arribista transformado en un presidente digno que dirigió la operación que nos trajo la democracia a España.

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