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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Aves de RaPPiña

Rajoy, Rato y numerosos empresarios, en la presentación de las memorias de Aznar, en 2012. / Kote Rodrigo / Efe

Ana R. Cañil

“En las cumbres más altas solo pueden vivir las aves de rapiña y los reptiles”, espetó uno de los accionistas de Bankia al presidente de la entidad, José Ignacio Goirigolzarri, y a la decena de consejeros que soportaron la rabia, las quejas y hasta las lágrimas de los estafados. Este hombre que mencionaba a las aves carroñeras fue el mismo que el año pasado se desnudó en medio de la junta, para escenificar cómo le habían dejado los administradores de la antigua Caja de Ahorros de Madrid. En Bankia hay que exigir responsabilidad a Rato, pero sin olvidar que el grueso de esa administración ruinosa se fraguó en la década de Miguel Blesa, el amigo de Aznar.

El accionista de la junta que habló de los carroñeros trae a la memoria Aves de raPPiña, un libro publicado por el periodista Jesús Mota en el año 2001, segunda parte de otro anterior, La gran expropiación. Las privatizaciones y el nacimiento de la clase empresarial al servicio del PP (ambos en Temas de Hoy). Los títulos, vistos hoy desde la perspectiva actual, se las traen si tenemos en cuenta que el primero salió a la luz en 1998, dos años después de que el equipo de Aznar llegara al poder, tras la patética salida de los socialistas envueltos en la corrupción.

Ni la estafa de las preferentes ni la desfachatez de las tarjetas 'black' ni lo que está pasando con Miguel Blesa, Rodrigo Rato, Bárcenas o los estilos a lo Federico Trillo y Vicente Martínez Pujalte –“legal, sí”; ético, depende del concepto de cada uno– pueden ser entendidos en toda su dimensión sin revisar lo que sucedió a partir de 1996, cuando el entonces equipo médico habitual –Aznar, Rato y Piqué– comenzó las privatizaciones, tímidamente iniciadas por el PSOE. El proceso llevo a la instalación de una clase empresarial al servicio de los populares y se establecieron muchos de los usos y costumbres que hacen más fácil comprender lo que nos sucede hoy.

Aznar y Rato entregaron las cinco grandes empresas públicas españolas –Telefónica, Endesa, Argentaria, Tabacalera y Repsol– a cinco hombres de su absoluta confianza, amiguetes y compañeros de pupitre: Juan Villalonga, Rodolfo Martín Villa, Francisco González (FG, hoy BBVA), César Alierta y Alfonso Cortina, respectivamente. Por entonces se quedó descolgado Miguel Blesa, el otro íntimo de Aznar junto a Villalonga. Sin problemas, había para todos. Su tardanza en alcanzar recompensa fue premiada con su aterrizaje en Caja Madrid.

Allá por el 2001, cuando Aznar ya disfrutaba de su mayoría absoluta y el proceso de las privatizaciones estaba casi culminado, Mota clavaba el método por el que el cash flow de las grandes empresas españolas se puso “al servicio de Aznar y Aznar al servicio de los directivos de las empresas que generan el cash flow”. Acabado el proceso –propio de un Gobierno liberal y de derechas–, el gran fraude consistió en que los presidentes nombrados para pilotar las salidas a bolsa continuaron al frente de las empresas privatizadas. El método fue fácil. Antes de privatizar, los elegidos nombraron a presuntos consejeros independientes –amigos de absoluta confianza a su vez– que, como era obvio, ratificaron después a los presidentes que les habían nombrado como independientes.

A partir de entonces, la finca nacional fue toda suya, por derecho, por cuna, por amistad, por inteligencia y valía pensaban ellos; por ambición, jeta y servilismo pensaban unos pocos que fueron silenciados.

“Debe insistirse –escribía Mota en el prólogo de Aves de RaPPiña– en que ningún país occidental mantiene o sostiene unas relaciones tan estrechas e inconvenientes, por utilizar un término moderado, entre el poder político y un grupo de empresas que concentran el 15% de la capitalización bursátil del mercado español y constituyen un centro de poder económico que no debería rozar con la esfera políticaAves de RaPPiña; y también debe recordarse que pocas sociedades, entendidas primero como ciudadanía y después en términos de inversores y consumidores, hubieran sufrido con paciencia los costes que esta interdependencia entre Gobierno y empresas ha obligado a pagar a los accionistas y usuarios de los servicios públicos”.

Insistimos, el texto es de 2001 y, por muy clarividente que fuera, era imposible adivinar lo mucho que nos quedaba por soportar.

Aún hoy, una mayoría de los presidentes nombrados por Aznar y Rato en aquel proceso pilotan las grandes empresas de este país. O ellos o sus herederos, elegidos a dedo. ¿De qué se extraña entonces Rajoy cuando en la reunión del grupo empresarial del Puente Aéreo le preguntan por los excesos cometidos con la puesta en escena de la detención de Rato? Casi todos los que salían en la foto son beneficiarios del hacer y el estilo empresarial del dúo Aznar-Rato, aunque hace meses que han cortado cualquier contacto con el exvicepresidente y exgerente del Fondo Monetario Internacional.

Salvo un par de ellos, como César Alierta –habitual amigo de sus amigos–, el resto, ni una llamada al caído Rato. Da miedo. Lo siento Rodrigo, los servicios prestados ya están amortizados con los consejos de estos años, se tranquilizan unos cuantos. El asunto es que, si miedo les da acercarse a Rato, más pánico tienen aún a la ineptitud de Rajoy y la que se avecina si no se mueven.

Sí, el accionista que en la Junta de Accionistas de Bankia recordó que las aves de rapiña viven en las cumbres puede que no haya leído a Mota, pero con su metáfora dejó claro quiénes iban a seguir transitando por las altas montañas nevadas. Trillo y Pujalte conocen desde 1996 aquel estilo y también saben bien quién trepó a las cimas y no descendió. ¿Y por qué ellos no iban a dar una mordidita al sistema? Total, es legal. No podían prever que hablar de ética y fraude político a estas alturas de la fiesta ya no era una broma.

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