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Bangladesh, fábricas y pobreza

Un hombre busca entre las ruinas del complejo textil de Bangladesh.

Roger Senserrich

El hundimiento de la fabrica en Dacca, Bangladesh, es una tragedia terrible que ha generado una oleada de indignación en el Primer Mundo. Más de cuatrocientos muertos en un accidente industrial es algo desolador; ha habido pocos desastres de esta escala en años recientes. Muchas voces se ha alzado condenando las condiciones laborales en la fábrica, incluso exigiendo restricciones a la importación de productos fabricados en esas condiciones. El capitalismo y su infinita búsqueda del beneficio por encima de cualquier cosa son la causa última de esta tragedia.

Ciertamente es fácil caer en el moralismo y lamentarse sobre las inhumanas condiciones laborales de la clase obrera en Bangladesh, pidiendo un cambio de rumbo. Lo que es más difícil de recordar, sin embargo, es que esas mismas fábricas son probablemente lo mejor que le ha pasado a los pobres de Bangladesh en décadas.

Bangladesh aparte de ser pobre, tiene la doble maldición de tener muchísima población (150 millones de habitantes) en muy poco espacio, y carecer de recursos naturales. El país es decimoprimero en densidad de población, con 1.200 habitantes por kilómetro cuadrado. Como comparación, estamos hablando del triple que Japón o cinco veces la densidad de Alemania; los únicos estados por encima son sitios como Macao, Mónaco y otras ciudades estado.

El único recurso natural del país son los monzones y el delta del Ganges, que permiten una agricultura intensiva de cultivo de arroz. También, por desgracia, provocan gigantescas inundaciones de forma periódica (1987, 1988, 1998, 2004, 2010...) que llegan a dejar más de dos tercios del país bajo el agua. Las áreas rurales de Bangladesh son lugares atestados de gente, con una presión demográfica fortísima y catástrofes naturales periódicas. Estas durísimas condiciones de vida en el campo han hecho que, como muchos otros países en vías de desarrollo, veamos un fuerte emigración de campesinos desde áreas rurales hacia zonas urbanas.

Empecemos por una idea muy clara: los obreros que trabajan en las sweatshops en países del Tercer Mundo lo hacen porque quieren ya que, aunque parezca mentira, la alternativa es mucho peor. Los campesinos del país no hacen las maletas y se van a vivir a Dacca por el clima o los balnearios, sino por la misma razón que ha movido agricultores hacia la gran ciudad desde tiempo inmemorial: oportunidad económica.

Los salarios de un trabajador del textil del país suenan espantosamente bajos, lo cierto es que son bastante mejores que los de un campesino partiéndose la espalda cultivando arroz: en el 2010, un 25% más altos en época de cosecha, y más del doble durante el resto del año. Lo que a un europeo nos puede parecer una miseria, para muchos trabajadores de Bangladesh es la primera oportunidad desde hace generaciones para ganar un poco más de dinero. Desde principios de este siglo el país ha experimentado las mayores tasas de crecimiento económico de su historia; las fábricas, peligrosas, desagradables, horrendamente mal vigiladas, han salvado más vidas a base de sacar a gente de la pobreza más abyecta que cualquier programa de ayuda o boicot que podamos imaginar.

¿Tiene el país otra alternativa? Bangladesh, ahora mismo, es un país que puede ofrecer al mundo dos cosas: mano de obra abundante y barata, y puertos comerciales para exportar al resto del mundo. Como país no tiene nada más, aparte de enormes llanuras inundables. No tienen tecnología, no tienen capital para invertir en otros proyectos, no tienen una mano de obra educada ni dinero para crearla y desde luego no tienen la infraestructura para montar empresas de internet. La mejor manera de salir del pozo económico donde estaban era, sencillamente, aprovechar que pueden ofrecer bienes a mejor precio que China, donde la mano de obra está empezando a escasear y los salarios están subiendo. Y eso están haciendo exactamente.

Lo mejor de esta historia, sin embargo, es que la situación de los trabajadores en Bangladesh probablemente seguirá mejorando los próximos años. Lo que veremos, igual que vimos en Japón, Corea del Sur, China, y estamos empezando a ver ahora en muchas zonas de la India, es que a medio plazo la “oferta” de campesinos dispuestos a emigrar a la ciudad empezará a agotarse. Los salarios en el campo, de hecho, están empezando a reflejar esta realidad, con un fuerte aumento de los salarios entre 2005 y 2010.

Mientras tanto, en las ciudades, las fábricas empezarán a tener que competir por un número más reducido de potenciales obreros, creando incentivos a invertir más en bienes de equipo para aumentar la productividad. Mayor productividad y menos mano de obra disponible equivale a mayores salarios y más poder de negociación. Con el tiempo, fabricar camisetas dejará de ser económicamente viable, ya que otros países con menos fábricas y más campesinos podrán hacerlo más barato. Pero Bangladesh, como Japón, Corea, China, India y demás países que han salido del agujero a base de exportar, buscarán otros productos de mayor valor añadido, y poco a poco saldrá de la pobreza.

¿Suena ingenuo? bueno, eso es lo que dicen los datos: la pobreza se ha reducido espectacularmente en las últimas décadas. Aunque la crisis económica en Europa ha sido (y será) espantosa, el resto de la humanidad está viviendo una auténtica edad dorada, precisamente porque miles de millones de campesinos asiáticos están dejando zonas rurales y entrando a participar en la economía global. Ciertamente, no es un camino fácil; por cada Indonesia o China en Asia hay un Vietnam o Filipinas que han intentado exportar hacia la prosperidad, y se han quedado a medias. Aun así, el camino está marcado, y el país, por primera vez, tiene algo parecido a un futuro decente.

Queda por ver un último detalle importante: la responsabilidad del accidente. El derrumbamiento de la fábrica nos recuerda que, aun con el progreso de los últimos años, las condiciones laborales de los obreros recuerdan a las de Occidente en lo más duro de la revolución industrial. El principal culpable de la tragedia, sin embargo, es el propio Estado: Bangladesh es uno de los países más corruptos de la Tierra, a pesar de ser una (casi) democracia. Los gobernantes del país han tolerado durante años las prácticas empresariales que vulneraban activamente sus leyes; la fábrica no cumplía con los requisitos del propio país que la albergaba.

Esto, por supuesto, no exculpa a las empresas occidentales que producen en el país. Por muy buenas que sean las inversiones para el país, debemos exigir que cumplan las leyes locales, en vez de apoyarse en mafiosos locales para explotar el sistema. Bangladesh debe poder decidir sobre cómo viven sus ciudadanos y sus condiciones de trabajo (es un Estado soberano, al fin y al cabo), y las empresas deben actuar como ciudadanos responsables y cumplir la ley, no perpetuar una corrupción y desgobierno que ha acabado costando cientos de vidas. Si una empresa quiere operar en el mercado global, tiene que tomar responsabilidades globales; generar riqueza no es una excusa para saltarse las reglas.

El derrumbamiento fue una tragedia, sin duda; y en un país con un Estado funcional probablemente no hubiera sucedido. Aun así, con o sin accidentes, estas fábricas han hecho de Bangladesh un lugar mucho más próspero. Podemos y debemos exigir a nuestras empresas responsabilidad en sus inversiones, pero no olvidemos que sus inversiones han creado oportunidades para gente que nunca antes las tuvo.

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