De carrozas y cavernas: no es tradición, es odio
Subyacen muchos prejuicios y estereotipos crueles en las críticas, para nada inofensivas, que se están vertiendo contra la Cabalgata de los Reyes Magos del madrileño barrio de Vallecas. Bajo el argumento, aparentemente incuestionable, de “preservar la tradición” se esconde cobardemente el sector más ultraconservador de nuestra sociedad. Un grupo minoritario de mujeres y hombres con suficiente poder político y económico y que anda resentido con quienes cuestionan sus privilegios y ponen en jaque el estatus social que ocupan. Otro año más, no le perdonarán jamás a Manuela Carmena que permita que en la noche de Reyes participen tres mujeres (una cantante de hip hop, una artista de cabaret y una cantante drag queen) en una carroza temática sobre igualdad y diversidad que recorrerá uno de los distritos de la capital.
Denuncian, quienes hacen las críticas, que con este gesto se “adoctrina a los chiquillos en lo LGBTI” (qué gusto le está cogiendo la derecha española a este término), “rompe las tradiciones”, “desnaturaliza la festividad”, “frustra el sueño de los niños”, “perjudica una noche mágica”, “no se está a la altura de las expectativas de los más pequeños”... Tan centrados están en lo suyo, que no se dan cuenta quienes hacen estas afirmaciones, o quizá sí, de que están negando con ello el abanico de realidades familiares diversas que convive en nuestro país aunque no les guste y a pesar de las campañas contrarias a los derechos humanos de HazteOir.
En la España del siglo XXI hay muchas cosas en la vida pública que no responden a los moldes de las tradiciones tal cual fueron concebidas en el nacionalcatolicismo y es así por el bien común de una sociedad democrática, plural, diversa y aconfesional. Pero no, estos días, asistimos a lo que dicen, sin mucho filtro, representantes del PP y de Ciudadanos, que ya pasado el World Pride se olvidan de sus compromisos institucionales de cumplir con la ley y se han lanzado a defender la “tradición” como si no hubiera un mañana.
La sola presencia en la cabalgata vallecana de tres mujeres que no responden a la sociedad clasista y cis-hetero-patriarcal de la que provienen estos representantes ha sido suficiente como para destapar el frasco de las esencias lgbtfóbicas. Y de paso, que respiren bien las niñas y niños este aroma estigmatizante y hostil hacia la orientación sexual y la identidad de género.
Sin duda, la polémica destila transfobia y homofobia, lleva el sello de HazteOir y viene a confirmar que todavía está muy anclado en el subconsciente de la sociedad la creencia que sigue asociando al colectivo LGBTI a algo relacionado con la perversión, la inmoralidad, la degeneración, lo antinatural… De lo contrario, no se entiende en qué podría afectar negativamente a un niño o una niña ver, solo ver, todo el glamour de La Prohibida en una carroza de “reinas magas”. El falso argumento es el de defender una tradición. Pero es mentira. Es un ataque directo a nuestros derechos, a los de todas y todos, un ataque a la pluralidad de ideas y de formas de estar en sociedad. Y lo que está provocando una alarma social y un perjuicio al interés general es este ataque, por mucho que haya quien pida medidas cautelares para suspender la salida de la carroza.
Una de las estrategias más eficientes que ha encontrado el sector ultracatólico y conservador en diferentes lugares del mundo para confundir a las familias y a las sociedades, y con ello ganar popularidad y adeptos, es el de esgrimir los valores tradicionales frente a los derechos humanos o fundamentales y poner la protección de la infancia como excusa para impulsar cualquier medida discriminatoria. Se provoca con ello una sensación de miedo e inseguridad ante el cambio a lo desconocido, como si al defender los derechos de todos sin privilegios ni discriminaciones, la sociedad fuera a perder su propia identidad y quedara expuesta a males impredecibles de los que solo se la puede proteger aferrándose de manera irracional a las tradiciones, precisamente a las tradiciones.
Con la carroza LGTBI de Vallecas no está en juego la noche mágica de las niñas y niños, está en juego la perdida de privilegios para unos y la ganancia de votos para otros. Si para ello hay que invertir el orden de la democracia y poner por delante las tradiciones a los derechos de todos, lo harán, aunque eso dé pie a discriminación, insultos y agresiones a los colectivos más vulnerables, aunque eso provoque pesadillas a las niñas y niños que sienten atracción por otros de su mismo sexo o saben que su sexo sentido no es el que les han asignado al nacer.
No corren buenos tiempos para quienes quieren cambiar las cosas de forma inclusiva y teniendo presente el principio de universalidad y no discriminación. Precisamente por ello, más que nunca, hace falta una carroza que promueva la fuerza y la magia de la diversidad, la igualdad y la tolerancia entre la gente más pequeña y con más futuro de nuestra sociedad.