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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Cosas que a lo mejor no has pensado sobre el caso Woody Allen

Woody Allen y Dylan Farrow.

Beatriz Gimeno

El abuso sexual contra niños y niñas es un crimen mucho más extendido de lo que parece. Posiblemente nos quedaríamos pasmados si supiéramos cuántas mujeres de las que conocemos tienen recuerdos bloqueados o dolorosamente conscientes de un padre, un abuelo, un hermano o un amigo de la familia que la daba besos un poco más cerca de la boca de lo normal, de una mano que se posaba descuidadamente en el muslo y desde ahí subía mucho más de lo que ella encontraba normal, o de episodios directa, brutal y claramente sexuales.

O quizá no se produciría ese pasmo que supongo; quizá se sepa y no importe, porque lo cierto es que el secreto ayuda a ignorarlo y a no convertirlo en una preocupación social, tampoco personal. Mientras siga siendo un secreto seguirá estando, naturalmente, muy extendido.

Las personas que han sido abusadas no lo cuentan porque nada invita a contarlo; porque toda la vida adulta de esa persona, de esa mujer, se va a construir sobre la necesidad de olvidar; porque sienten vergüenza; porque saben que nadie va a creerlas y que, por el contrario, las van a culpabilizar a ellas.

Un sistema que se basa –entre otras muchas cosas– en el privilegio sexual de los varones sobre mujeres y niños/as, ya se ha preocupado de que estos comportamientos fueran, primero, hace tiempo, normales e irrelevantes; y cuando dejaron de ser considerados normales, un secreto guardado bajo las llaves de la vergüenza y la culpabilidad... de la víctima.

Resulta que una gran parte de la intelectualidad izquierdosa ha salido en tromba a defender a Woody Allen como salieron a defender a Polanski. Aducen una presunción de inocencia que es selectiva, puesto que no la usaron cuando se trataba de condenar a los curas por abusar de los niños, por ejemplo. Y es que aquí no estamos hablando de condenar judicialmente, eso lo dirá la ley, sino sólo de decidir de parte de quién nos ponemos o, al menos, de parte de quién no nos ponemos.

Se recalca mucho la necesidad de preservar la presunción de inocencia, olvidando que en los casos de violación o abuso sexual la presunción de inocencia tiene que convertirse más bien en presunción de credibilidad de la víctima, ya que –no lo olvidemos– estos comportamientos se amparan muy frecuentemente en un poderoso sistema de desacreditación social, legal, familiar... de aquella.

Ha costado años, mucha injusticia y mucho dolor, conseguir que se crea a las mujeres cuando denuncian una violación. Y es evidente que esta credibilidad sigue siendo muy frágil, ya que parece depender de la calidad del violador. En todo caso, lo que está claro es que una mujer que denuncia violación o abuso sexual siempre está expuesta a que su testimonio se ponga en duda; y contra eso –y lo ha dicho también la ley– no hay otro remedio que instaurar la presunción de credibilidad.

Defender enfáticamente la presunción de inocencia de Woody Allen desde las páginas de un periódico, es decir, cuando no se trata de resolver un caso judicial, sino de enfrentarse a una cuestión ética, es posicionarse claramente en contra de quien dice ser víctima. Pedir pruebas en un delito en el que, por su propia naturaleza (si es un abuso a un menor no suele emplearse la fuerza), no suele haberlas sólo sirve para desacreditar el testimonio de la víctima.

Y, desde luego, nunca hay testigos. Este es un crimen sin testigos, así que siempre es la palabra de uno contra la de la otra. Gracias a la lucha de las mujeres, del feminismo, poco a poco la ley ha ido admitiendo que en estos casos hay que creer las acusaciones porque son verosímiles y porque resulta tan costoso hacerlas que nadie las haría gratuitamente.

El viejo argumento de que la niña o el niño que denuncia “no distingue entre fantasía y realidad” ha sido desacreditado. A ese argumento no le falta más que decir que estas niñas sueñan violaciones de su padre porque, en realidad, están enamoradas de él. Freud, el gran patriarca, se esforzó toda su vida en creer y hacer creer que los padres, en realidad, no violaban y que las niñas, en realidad, lo imaginaban porque lo deseaban. Así que, finalmente, tranquilos, las violaciones no existen, los padres son buenos y las niñas unas putillas.

Yo no pido pena de muerte ni cadena perpetua para nadie, ni siquiera para los delincuentes sexuales. Admito la posibilidad de perdón para todos los crímenes, también para los sexuales. No creo que se deba meter a ancianos en la cárcel por hechos acaecidos muchos años atrás; creo en la posibilidad de reinserción para cualquier tipo de delito y, por supuesto, también considero la posibilidad de que, en alguna ocasión, pueda condenarse a un inocente, lo que hay que tratar de evitar.

Pero también creo que el primer deber de una sociedad ante una denuncia por abuso sexual en la infancia es creer a la víctima y no culpabilizarla, porque los números, la experiencia, lo que sabemos de la prevalencia de estos delitos, nos indica que es muy posible que sea verdad. Hay muchas, muchísimas más violaciones que no se castigan que denuncias falsas de violación; en una proporción incomparable.

Yo no sé, naturalmente, si Woody Allen violó a su hijastra o no. Pero la creo a ella. La creo porque creo que su testimonio es lo suficientemente verosímil como para creerla; la creo porque en un caso de abusos sexuales en la niñez hay que partir de que es muy difícil denunciar algo así y de que son muchos más los casos que quedan en el secreto que los que se denuncian.

La creo porque está demostrado que la inmensa mayoría de niñas y mujeres que denuncian abusos y violaciones dicen la verdad. Y la creo porque ante una persona que cuenta una historia tan terrible, lo difícil es no conmoverse, y más si no tenemos ninguna razón para no hacerlo..., excepto que él es un genio del cine y ella no es nadie; sólo una mujer que dice que de niña fue violada por el genio del cine.

Y, sin embargo, nos encontramos con que muchos hombres de buena fe y supuestamente no machistas, que no conocen a ninguno de los dos, son mucho más proclives a defender la inocencia de él que la verdad de ella; cuando veo a estos hombres, compañeros míos de otras luchas, revolverse inquietos porque una mujer sin importancia denuncia a un hombre importante por abuso sexual, cuando ves cómo buscan desacreditarla a ella y defenderle a él y no gastan ni un segundo de su tiempo o ni una sola letra de sus artículos en defender la credibilidad de la víctima o de tantas víctimas, o en sentir siquiera un poco de empatía por alguien que posiblemente haya sufrido una de las peores cosas que le pueden pasar a una niña/o, te das cuenta hasta qué punto los privilegios sexuales están interiorizados y hasta qué punto la fratría masculina, para según qué cosas, sigue funcionando.

Lo peor es que no se trata de llevar a Woody Allen a la cárcel sin pruebas, esto no va de eso. Va de privilegios sexuales, va de hombres que creen que pueden imponer su deseo a niños o niñas porque éstos no tienen ningún poder y porque han aprendido que el cumplimiento de ese deseo es casi un derecho; de hombres que saben que la niña no hablará porque desde muy pronto aprenderá que lo que le ha sucedido es vergonzoso y culpa suya; de hombres que saben que si aun así ella habla, seguramente muchos años después, se dirá de ella que está loca y varios médicos encontrarán que, efectivamente, está loca; va también de madres que intentan ayudar a sus hijas y que entonces se encuentran con que se dice de ellas que sólo las mueve el afán de venganza contra esos hombres y que han manipulado a esos niños.

Esto va de patriarcado, de la importancia que la sociedad concede a los abusos sexuales contra las niñas y niños, de cómo se considera a abusadores y víctimas y, por tanto, de la credibilidad que se concede a los testimonios de éstas.

Por cierto que él encontrará –ya ha encontrado– intelectuales, políticos, personas poderosas que le defiendan. Seguirá haciendo cine, le aplaudirán, seguirá siendo rico, famoso y teniendo una buena vida. Ella será dada de lado, la llamarán mentirosa, la desacreditarán y bucearán en su familia para sacar trapos sucios. Si finalmente se sale con la suya, y puede demostrar que fue violada, entonces será acusada de acabar con la carrera de un genio.

Haga lo que haga, ella no despierta ninguna simpatía porque la percepción es que debería haberse callado. Incluso es posible que ella llegue a arrepentirse de haber hecho pública la denuncia, lo cual demuestra lo perverso del sistema y la correlación de fuerzas. Yo la creo.

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