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Desiguales por género

Las trabajadoras copan las profesiones mal remuneradas.

Belén Carreño

En un fragmento de La Vida es Sueño (Pedro Calderón de la Barca), un sabio se preguntaba: “¿Habrá otro más pobre y triste que yo?”. El sabio “volvía el rostro” y descubría a otro igual que recogía las hojas que desechaba. Las probabilidades de que ese otro sabio fuera una mujer son muy elevadas. Dentro de las bolsas de pobreza y desigualdad que persisten en el mundo, las mujeres conforman un colectivo de ‘ultrapobres’ dentro de los pobres; de discriminadas dentro de los apartados, de olvidadas dentro de los que ya no importan.

Tal y como subraya el informe de Intermón-Oxfam que se publica hoy en todo el mundo para debatir en el foro de Davos, “la creciente desigualdad económica también agrava la desigualdad entre hombres y mujeres”. Solo hace falta echar un vistazo al reparto de la riqueza mundial: el 99% está en manos de hombres, según el Banco Mundial. Según Oxfam, de las 62 personas más ricas del mundo solo nueve son mujeres.

La brecha de la desigualdad por la que sangran las economías es un auténtico torrente en términos de género. Aspectos como la diferencia salarial o la participación en el mercado de trabajo apenas se han movido en la última década. Y aún quedan restricciones aún más incomprensibles. En 155 países sigue habiendo al menos una ley que impide la igualdad de oportunidades económicas a las mujeres. Aún hay cien países que impiden a la mujer acceder a determinados puestos de trabajo por su género.

Con estas restricciones es fácil entender cómo pese a que la mujer supone el 50% de la fuerza laboral apenas produce el 37% del PIB mundial. El 75% del trabajo de cuidados no remunerados lo desarrollan mujeres en todo el mundo. Su paso por la economía informal les lleva a no tener apenas protección social en muchos países. Sin cobertura sanitaria y sin derecho a una pensión, son el eslabón más frágil de la cadena.

El informe de Intermón Oxfam incide en que “la mayoría de los trabajadores peor remunerados del mundo son mujeres” y que estas desempeñan “los empleos más precarios”. La industria textil de los países en desarrollo se aprovecha de esta debilidad de las mujeres trabajadoras que aceptan peores condiciones laborales para disparar la rentabilidad de su negocio. Aunque este es un caso llevado al extremo, la brecha salarial y la diferencia de condiciones es un problema transversal en todo el mundo, incluidos los países más avanzados.

Precisamente, otra de las organizaciones más preocupadas por esta asimetría en los ingresos es el World Economic Forum (WEF), el organismo que arropa el foro económico de Davos. El WEF lleva ya diez años midiendo la igualdad de género en casi todo el globo terráqueo para concluir que las economías más igualitarias en cuestiones de género son también las más desarrolladas y las que mejores datos registran en los índices de desarrollo humano.

Pese a los avances en materia de sanidad y educación que registra el Gender Gap Index de Davos, no hay lugar para el optimismo en materia socioeconómica. Según el último informe, publicado en noviembre de 2015, la posición de la mujer en la economía se ha frenado en todo el mundo desde 2009. “El lento avance en cerrar la brecha económica entre hombres y mujeres significa que las mujeres están ganando este año la misma cantidad que los hombres en 2006”, concluye el estudio. De proseguir esta evolución, la brecha salarial no se cerrará antes de 118 años.

Y es que la mejora económica no es suficiente para remendar la brecha de género. Esther Duflo, una de las voces más prestigiosas del ámbito económico del momento, galardonada con el premio Princesa de Asturias, publicó en 2012 un artículo en el que estudiaba la correlación entre la igualdad de género de un país y su desarrollo económico y humano. Según Duflo, el desarrollo conlleva empoderamiento de la mujer, y el empoderamiento de la mujer a su vez acarrea cambios en la toma de decisiones públicas que, de nuevo, mejoran el desarrollo. Sin embargo, Duflo concluye que el desarrollo por sí mismo no es suficiente para garantizar el avance en áreas como la lucha contra los estereotipos de género.

La economista defiende que el desarrollo económico no basta para alcanzar la igualdad efectiva entre hombres y mujeres y que es necesario tomar decisiones políticas en favor de la mujer para conseguir este efecto durante un largo tiempo. “Habrá costes generados por esta redistribución –quitar poder en la parte de los hombres para dárselo a las mujeres-”, advierte Duflo, que anima a los políticos a tomar acciones realistas sopesando estos costes.

El FMI y la OCDE también tienen clara la correlación entre desigualdad económica y género. Ambas instituciones exigen en recientes informes a los políticos que hagan intervenciones contundentes para garantizar el acceso a la educación (especialmente secundaria y terciaria) y al mercado de trabajo de las mujeres. La OCDE propone que se fijen objetivos de género claros en las políticas públicas porque la visibilización de los datos de género acelera la consecución de objetivos.

Por su parte, el FMI dedicó en 2015 un extenso informe a la interacción de la igualdad de género y la desigualdad en los ingresos para constatar que “la mayor igualdad de género y la participación económica de la mujer están asociadas con un mayor crecimiento, resultados más positivos en desarrollo y menor desigualdad de ingresos. Dada esta fuerte correlación, la igualdad de oportunidades es un aspecto económico relevante, además de una razón de derechos humanos”.

Las cifras de esta incorporación plena de la mujer en la economía son impactantes. Según la consultora McKinsey, si la equiparación de oportunidades fuera total, se podrían sumar 28 billones de dólares a la economía mundial para 2025. Si la equiparación de derechos fuera más discreta, por ejemplo, que cada país de una región consiguiera alcanzar los resultados del país más avanzado en su zona, se aportarían 12 billones de dólares en la próxima década. Esta mejora sería especialmente acusada en regiones como India o Latinoamérica.

Los primeros rayos de la recuperación económica han devuelto a la primera línea del debate europeo y español la necesidad de equiparar los derechos de hombres y mujeres. Un crecimiento económico justo ha de ser también por definición igualitario entre géneros. Los mecanismos para conceder a la mujer iguales oportunidades, como la discriminación positiva, tienen costes, pero los beneficios saldarán con creces la factura. La igualdad como fin y como medio es la única fórmula para conducir el progreso.

Este artículo forma parte del informe sobre desigualdad publicado por Oxfam Intermón.

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