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España es menos religiosa

El arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela.

Andrés Ortega

Cuando en 1931 Manuel Azaña proclamó que “España ha dejado de ser católica”, su afirmación tenía un sentido político, no de realidad social. Pero 82 años después, es ésta la que se está imponiendo: la española se ha convertido en una de las sociedades menos religiosas en una Europa ya de por sí descreída. Hay un creciente apoyo a una auténtica separación entre Iglesia (católica) y Estado.

Según una encuesta y un estudio llevados a cabo por el Monitor Religioso 2013, de la Fundación Bertelsmann (Alemania), España está entre las sociedades menos religiosas y prima en ella algo más la “espiritualidad”. De los 13 países analizados (Alemania, Francia, Suecia, España, Suiza, Turquía, Israel, Canadá, Brasil, India, Corea del Sur el Reino Unido y Estados Unidos), el abandono de la tradición religiosa, según este informe, es especialmente marcado en España y en Corea del Sur.

El 40% de los españoles piensan que no hay poder superior divino, proporción sólo superada por Suecia (41%) y Francia (47%). Eso sí, España está, preocupantemente, entre las sociedades que ven una mayor amenaza en el islam (60%) e incluso en el judaísmo (más del 30%). Cuidado que de una cuestión religiosa no pasemos en este país a otra. En cuanto a política y religión, la proporción de los que creen que “sólo políticos que creen en Dios son aptos para un cargo público” es la más baja en España (8%).

En España hay una brecha religiosa entre generaciones. De las tres estudiadas (más de 45 años, entre 30 y 44, y entre 16 y 29 años), en esta última, la más joven, sólo un 11% se define como “muy religioso” frente al 24% para la segunda y el 40% para los más mayores. La diferencia se aprecia también en la caracterización de simplemente “religioso”: 58%, 67% y 85%, respectivamente.

Todo ello puede explicar el nerviosismo de la jerarquía de la Iglesia católica en España, al menos de la saliente, y su insistencia –hasta que lo han logrado– para que la asignatura de Religión vuelva a ser curricular y vuelva a puntuar. La religión está perdiendo terreno, aunque un 71% de los ciudadanos se declaren católicos, según el CIS, un 3% se manifieste seguidor de otras religiones; el 16%, “no creyente”; y el 9%, “ateo”. Claro que la Conferencia Episcopal considera católicos a 34,5 mi­llones de un total de 47 millones de habitantes en España.

Dada la pérdida de religiosidad de la sociedad española, se entiende menos la dependencia del Partido Popular ante los postulados más cerrados de la Conferencia Episcopal y los sectores catolicistas más extremos ante temas como el aborto. Responde más bien al temor en el PP a una rebelión de su extrema derecha tras la sentencia del Tribunal de Estrasburgo sobre la doctrina Parot y otros hechos.

En general, según esta encuesta, la religión está perdiendo brío en todos los países estudiados, también por generaciones, con lo que quizás empiece a ser menos verdad que, en términos de secularización de las sociedades, Europa sea una excepción en el mundo. Si bien el propio informe concluye que “a pesar de la secularización, Europa no es un continente secular”. Pero incluso en EEUU la religión, asunto central, está perdiendo algo de fuelle.

Claro que como apunta Michael Shermer en su columna “Escéptico” en Scientific American, estos datos no deben llevar a pensar que la democracia y la apertura económica –dos factores subyacentes a estos cambios a los que apunta el informe– están acabando con Dios, ni que Dios, como dijera Nietzsche, haya muerto.

Y si las Navidades son propicias a pensar que la religión está muy viva, hay que considerar que el cristianismo supo apoderarse de forma inteligente de las festividades paganas próximas a los ciclos naturales. Coincidiendo con el solsticio de invierno, muchos pueblos de nuestras zonas celebraban hace siglos en estas fechas, con grandes y largas fiestas, el triunfo del sol sobre la larga noche del invierno.

Era época de esperanza, de renacer, de seguridad, de que llegaría la primavera y después el verano, tras estos fríos y cortos días. Los romanos lo llamaron sol invictus, el regreso del sol triunfante, y los cristianos, a principios del siglo IV, decidieron hacerlo coincidir con su celebración de la Navidad. La tradición grecorromana también pesa. Sol invictus ha vuelto a triunfar, como cada año.

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