La falsa, oportunista y tramposa culpa 'in vigilando' de Esperanza Aguirre
Dice el refrán que si crías cuervos te sacarán los ojos. Esta figura retórica le viene bien hoy a Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, condesa consorte de Bornos y de Murillo, Grande de España, desde hoy exconcejal y exportavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento de Madrid. Vestida de blanco impoluto, Aguirre anunciaba esta tarde su dimisión de todos los cargos porque la ceguera le impidió darse cuenta de las fechorías de su oveja negra. “Cuando le señalaron como inmerso en asuntos que podrían ser calificados de incorrectos, le pedí explicaciones y él me las dio en privado de manera exhaustiva”. Satisfecha con aquellas, “no vigilé más”. Esta otra retórica no solo es falsa, oportunista y tramposa. Encima está dos veces mal.
La fórmula correcta es culpa in vigilando. Aguirre lo sabe porque se licenció en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid en 1974, y porque la usó hace poco más de un año cuando dejó la dirección del PP madrileño. Entonces dimitió por “noticias de indiscutible trascendencia que no hay que dar por confirmadas” de las que asumía su “responsabilidad política in vigilando” pero sin asumir culpa ni por omisión. “Tenía un gerente, un contable y un secretario general, que son los que tenían mano en estas cuestiones económicas. Y yo me ocupé de otras cosas y no de las cuestiones económicas del partido”, dijo entonces. “No estoy segura de que me haya equivocado en ello porque si lo hubiera hecho hubiera desatendido otras cuestiones importantes del partido y del Gobierno”.
Entonces el caso Púnica salpicaba a su otro protegido, hoy exconsejero de Presidencia de la Comunidad de Madrid e inquilino de la cárcel de Estremera, Francisco Granados. Y al gobierno central le pareció bien, probablemente porque se ahorraba un sueldo. Nadie explicó por qué en el primer in vigilando dimitió sólo del cargo en el partido, donde cobraba dinero del partido, y no del cargo en el gobierno, donde cobraba dinero de todos los españoles. Han hecho falta dos in vigilando para que dimita de todos sus cargos políticos, porque Aguirre sigue siendo Grande de España. Hay cargos que no se pierden por desviar dinero de los fondos públicos en beneficio propio. Hay quien diría que en eso consiste ser noble, de Jorge de Brunswick-Luneburgo a Leonor de Borbón.
“Me siento engañada y traicionada por Ignacio González. No vigilé lo que debía”, dice hoy, en un comunicado sombrío sin turno para preguntas. “Tengo como norma de conducta no eludir mis responsabilidades. Por eso dimito”. En realidad, y por segunda vez, Aguirre se está haciendo la rubia para conseguir algo muy concreto: esquivar su verdadera responsabilidad política. Y para hacerlo usa un concepto jurídico de manera completamente inapropiada, pensada para confundir a un ciudadano que lleva quince años enganchado a 'CSI'. Porque la culpa in vigilando pertenece al artículo 1903 del Código Civil, y las tramas corruptas que han llevado a la cárcel a sus dos ovejas negras son dos tramas criminales, que han sido investigadas por la fiscalía anticorrupción, y que no acaban en la Sala de lo Civil del Tribunal superior de Justicia sino en la de lo Penal de la Audiencia Nacional.
Para colmo, ni siquiera su estratagema tiene sentido. Si de pronto aceptáramos que la luna calienta, que los mares secan y que en las lunas de júpiter crece ahora mismo un pinar y, ya borrachos de pensar disparates, que Esperanza Aguirre es culpable in vigilando y esa es toda su responsabilidad, entonces tendríamos que meterla en la cárcel en el lugar de sus dos protegidos. Según sentencia del Tribunal Supremo en 2010, Sala Primera de lo Civil, “la persona a quien se imputa la culpa 'in vigilando' tiene o se reserva la dirección, control, intervención o vigilancia en la actividad desplegada por otro”. Solo que la sala de lo Civil pone multas y no penas de cárcel, igual que un psicólogo prescribe terapia y no benzodiazepinas. Como dicen en Madrid, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.
Aguirre canta el in vigilando para lavarse las manos y salir por la puerta grande, en lugar de escurrirse por la de servicio con una peluca rizada y unas enormes gafas de sol. Porque la rubia más rubia del Partido Popular, la mujer que inventó la estrategia que ahora ha hecho famoso a Trump, no solo quiere que aceptemos que no ha sido la responsable sino la víctima de sus hijos políticos, que le daban el palo a los madrileños en un callejón lejano mientras ella ganaba elecciones en el salón. “Yo la verdad es que ni tenía firma en la cuenta del partido, ni tarjeta ni cobraba sueldo. Eso sí: me encargaba de ganar en 175 de los 179 municipios de Madrid”, dijo entonces en aquella entrevista.
También quiere que creamos que abandonarlos en la escena del crimen con el rímel intacto y los tacones puestos es la evidencia de su nobleza política, de su integridad personal. “Héroe será quien sea capaz dentro del PP de abrir el debate”, decía hace dos días Soledad Gallego en una columna imprescindible y generosa. Irónicamente, un supervillano también podría servir.
El pasado marzo, Granados le dijo al juez Velasco que llamara a declarar a Aguirre para “que explique el papel que [él] desempeñaba en la Comunidad de Madrid; que indique qué influencia pudo ejercer sobre la gestión de otros consejeros, si tenía o no la supuesta superioridad jerárquica que se le atribuye en algunos informes de la UCO y para que señale qué influencia tuvo en la aprobación del Plan General de Ordenación Urbana de Valdemoro” (...) “en los conciertos de colegios y en cualesquiera otros asuntos urbanísticos, así como si los altos cargos de su Consejería lo fueron por decisión suya en calidad de presidenta por ser de su confianza”. Pronto subirá Ignacio González y será peor.
Hubo un tiempo en el que Esperanza Aguirre salía ilesa de los bombardeos, de los accidentes aéreos y hasta de las multas de aparcamiento, pero no podrá escapar a sus cuervos. Cuando el cuervo cría cuervos le sacan los ojos igual.