Fernández Díaz se monta su 'Homeland' particular a costa de los refugiados
Jorge Fernández Díaz ofreció una de las frases más descarnadas escuchadas en la crisis de los refugiados que Europa se ha autoinfligido en los últimos meses. Esa en la que habló de las “goteras” –un problema de fontanería que hay que arreglar tapando como sea la vía de agua– para referirse a la situación desesperada de todas aquellas personas que huyen de la guerra de Siria y de otros conflictos bélicos. No le pareció suficiente al ministro de Interior, empeñado en una cruzada personal contra el cumplimiento de la ley (quizá no sepa que la Convención de Refugiados de 1951 obliga a España y al resto de socios europeos).
¿Podía caer más bajo? Sería injusto negar esa posibilidad a un político de su trayectoria. Fernández Díaz dijo el martes que no se puede descartar que entre los miles de refugiados que entran en Europa procedentes de Siria pueda haber yihadistas infiltrados del ISIS. Es lo que tiene la xenofobia. Si no se invierte en ella, puede ser complicado obtener los réditos políticos necesarios.
No sé si con estas declaraciones Fernández Díaz pretende justificar la respuesta cicatera del Gobierno a la primera cifra de refugiados propuesta por la Comisión, luego superada por los acontecimientos. O quizá quiera que los refugiados que finalmente lleguen a España sean observados y vigilados como una especie de enemigo interior.
Hay que aceptar que el ministro no es el único político europeo que ha ido tan lejos como para arrojar una sospecha colectiva sobre decenas de miles de personas (también lo hizo el secretario general de la OTAN, otro cargo de confianza de la industria del miedo). ¿Qué información tienen para sustentarla? La agencia Reuters preguntó a una serie de expertos en antiterrorismo que colaboran habitualmente con gobiernos y servicios de inteligencia. Una idea que se repite en varios comentarios en ese y otros artículos es que en realidad es al revés. ISIS no tiene necesidad de exportar miembros radicalizados a Europa. Lo que hace en realidad es importarlos, como explica Claude Moniquet, que dirige un think tank sobre asuntos de inteligencia en Bruselas: “Es difícil apreciar qué ventajas tiene para ISIS exportar a sirios o iraquíes, gente que habla árabe, que conocen Irak y Siria y que pueden ser necesarios allí”.
Veámoslo así. ISIS promueve que musulmanes europeos de ideas yihadistas vayan a combatir y morir en Siria ¿y envía de vuelta a Europa a sirios que sólo hablan árabe y que no van a pasar desapercibidos?
Pero pongamos que esa opción existe. Tienen a una persona perfecta para cometer un atentado y hay que colocarlo en Europa. ¿Lo envían a Libia para que atraviese el Mediterráneo en una patera y se juegue la vida en un trayecto en el que han perecido miles de personas o le entregan documentación falsa y una cobertura para que coja un avión y se presente en una capital europea? Si esto último está fuera de sus posibilidades, es probable que no estén en condiciones de cometer un atentado.
Hay otra explicación de los expertos que no se puede desdeñar. En el peor de los casos, se puede sospechar que ISIS utilice la intervención de eso que llaman los “lobos solitarios”, jóvenes franceses o alemanes que escapan de la vigilancia de las fuerzas de seguridad y a los que se radicaliza en Internet. Partiendo de esa hipótesis, habría que ponerse nervioso por los musulmanes que ya viven en París, Berlín o Londres, no por los que vienen de Oriente Medio. Por cierto, los políticos occidentales se cuidan muy mucho de asignar una culpa colectiva a la población europea de fe islámica, pero resulta que con los refugiados no hay tales miramientos.
Uno puede aceptar que la policía y los servicios de inteligencia se planteen y analicen todo tipo de posibilidades sobre cómo podría producirse un atentado terrorista de dimensiones catastróficas, las que todos podemos entender y otras mucho menos probables o incluso irreales. Tienen incluso que pensar en lo impensable. Pero una cosa es que de puertas para adentro se contemple todo eso y se actúe en consecuencia, y otra que un ministro de Interior grite “¡Fuego!” en mitad del cine y ponga la sombra de la sospecha sobre las 14.000 personas que llegarán a España.
No necesitamos que un ministro ponga los pelos de punta a los ciudadanos con una trama que podría dar mucho juego y muchas temporadas en una serie como Homeland o 24. En el mundo real, necesitamos otro tipo de políticos.