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Frente a las nuevas elecciones...la lucidez de Saramago

Mariola Urrea Corres

El resultado electoral del 20-D inauguró en España una nueva etapa política que estaría claramente identificada por la condicionalidad que ha impuesto la aritmética parlamentaria y la fragmentación de la representación de los partidos en el Congreso. De hecho, el reparto de escaños, si bien dejaba claro que ninguna fuerza política disponía del número suficiente para poder superar con éxito una sesión de investidura y garantizar un mínimo de estabilidad en la acción de gobierno, demanda al sistema y a las personas que lo integran, la capacidad de trabajar en un nuevo escenario y articular acuerdos de investidura, pactos de gobierno o, incluso, coaliciones capaces de aglutinar con éxito el número de escaños suficientes que eviten la convocatoria de nuevas elecciones.

La última ronda de consultas que ha iniciado el rey, tras la cual se certificará la imposibilidad de encargar a alguien la responsabilidad de formar gobierno, dará lugar a la disolución de las Cortes y a la convocatoria de elecciones. De esta manera, nuestros representantes asumen el fracaso que implica su incapacidad para alcanzar acuerdos y pretenden trasladar a los ciudadanos la responsabilidad de volver a pronunciarse. Todo ello, con la vaga esperanza de que el resultado de esas nuevas elecciones o bien resulte más contundente, o bien dé lugar a posibles combinaciones de acuerdos en las que el margen para la transversalidad se reduzca a la mínima expresión.

No es fácil anticipar la respuesta que los ciudadanos se van a reservar ante un escenario desconocido para la cultura electoral y democrática española. Sin embargo, antes de llegar al resultado que conoceremos la noche del 26 de junio, resulta interesante preguntarse por los objetivos que cada una de las opciones políticas plantea, así como por el tipo de campaña que les resulta interesante diseñar.

Parece claro que la apuesta del PP y de Mariano Rajoy no es otra que la de recuperar parte del voto perdido en las elecciones del 20-D bajo la confianza de que el votante, que ya les castigó en diciembre, preferirá ahora la garantía que aporta una pretendida estabilidad.

En el caso del PSOE, la estrategia electoral resulta más complicada de articular. No en vano debe garantizar que su suelo electoral no se derrumbe lo que, de producirse, daría por concluido el liderazgo de Pedro Sánchez. Para ello, no parece sostenible mantener el acuerdo firmado con Ciudadanos si aspira a disponer de suficiente margen de maniobra en una campaña que se presenta complicada para seguir aglutinando en torno a sus siglas el voto progresista.

En el caso de Podemos, resulta evidente, una vez reforzado el liderazgo interno de Pablo Iglesias, que su estrategia pasa por superar al PSOE en votos y hacerse con la hegemonía de la izquierda. Aunque todavía hay margen para el desencuentro, conviene analizar la manera en que podría materializarse la confluencia con Izquierda Unida y afrontar así el sorpasso.

Para Ciudadanos las elecciones resultan un desafío en la medida en que el único resultado aceptable para ellos pasa por conservar los escaños logrados a costa de la derecha y, en su caso, aumentarlos hasta seguir siendo relevantes para la gobernabilidad del país ya sea con el PP (con o sin Rajoy) o con el PP y el PSOE.

Mientras el marco político y electoral se va despejando, quizás no esté demás recuperar la trama sobre la que José Saramago construyó su novela Ensayo sobre la lucidez. Es un buen manual para conocer los efectos que puede provocar un resultado electoral no previsto como el que se describe en ella. ¿Quieren saber qué ocurriría si el 26 de junio todos decidiéramos votar en blanco?. Lean a Saramago.

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