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Hoy la política se hace en los medios

Carlos Elordi

En la historia reciente de España nunca ha habido un momento político tan mediático como el que estamos viviendo en estas semanas. Todo lo que ocurre se produce únicamente en el escenario de los medios. Desde los sondeos al festejo de apoyo a Artur Mas a la puerta del juzgado, pasando por la aparente crisis interna del PP. Todos los movimientos de los políticos están destinados únicamente a salir en los medios, y casi siempre solo para quitarle espacio al rival. Pero no está dicho, ni mucho menos, que el espectáculo cotidiano del titular de impacto o de la exclusiva televisiva refleje la dinámica política real del país. El día que esta salga a la luz más de uno podría llevarse una sorpresa.

Sobre el desmesurado protagonismo de los medios –que en Europa sólo es comparable al italiano-, caben algunas reflexiones. Una es una paradoja. La de que influya tanto un sector que lleva años en profundo declive, que por vía de los despidos ha reducido al mínimo sus plantillas y en el que buena parte de sus principales exponentes está poco menos que al borde de la quiebra. Sólo la hipótesis de que los medios están siendo más que nunca instrumentos de intereses ajenos a los mismos, o cuando menos los medios más potentes, puede explicar tal contradicción.

Otra es que los partidos políticos son, al menos en estos momentos, incapaces de articular un discurso público autónomo, que llegue a la gente y la convenza. Con la excepción de los partidos nacionalistas, todos los demás parecen haber renunciado a esa tarea y prefieren limitarse a fraguar mensajes, imágenes impactantes, revelaciones o infundios para que sean difundidos por los medios. Tal material explica el actual protagonismo de éstos. Pero, a la espera del aluvión de propaganda pura y dura que llegará cuando empiece la campaña,  dicha práctica vendría a confirmar que los partidos tienen muy poco nuevo y auténtico que decir.

En ausencia de ideas políticas y de debate sobre lo que habría que hacer para que España salga del marasmo en que se encuentra, los sondeos marcan el devenir político, agitan a la opinión pública y también influyen en ella. Son la gran noticia, que se repite con una frecuencia cada vez mayor, y que, con su contundente diagnóstico de lo que está pasando, anula cualquier intento de análisis serio de la dinámica política realmente existente. No hay duda alguna de que buena parte de ellos son investigaciones profesionales. Cabe alguna más sobre el mensaje final que expresan, fruto de interpretaciones subjetivas que pueden estar sesgadas, pero que son los que salen en los medios. El margen de error que reconocen los autores de los sondeos y que no pocas veces es tan grande que podría llevar a conclusiones opuestas a las que pregonan los titulares, pasa desapercibido, muchas veces ni se cita. Los empresarios de las encuestas, no pocas veces vinculados a intereses más conspicuos, también están en la pelea política. Y el arma que manejan es poderosa.

Pero esas dudas no explican la formidable inestabilidad de la opinión política que se registra desde hace un tiempo y que se sobrepone a cualquier eventual manipulación. Más allá de los resultados de éste y otro sondeo, esa es la realidad que marca la actual situación y que también contribuye a explicar el protagonismo de los medios. Porque si hay un rasgo claro de la actual geografía política es el de que la fidelidad de electorado a los partidos que votó en el pasado está bajo mínimos. Sin necesidad de encuestas, basta pulsar el ambiente social próximo a cada uno para concluir que la mayoría de la gente, sin distinción de supuesta coloración política, ha dejado de ser dependiente de sus querencias y su voto puede ir a cualquier parte.

Y también que ese destino puede ser modificado sobre la marcha. Con todas las reservas que se pueden hacer sobre los sondeos, la negativa evolución del voto a Podemos y la positiva del de Ciudadanos lo confirman. Pero no cabe excluir nuevas sorpresas. La ciudadanía está inquieta, una buena parte de ella no sabe aún a qué carta quedarse y puede que todavía espere una nueva revelación escandalosa para decidirse finalmente.

Esa inquietud es superficial y profunda a un tiempo. Superficial porque puede orientarse en función sólo de un acontecimiento concreto, de un mensaje aislado que le conmueva particularmente. No tiene nada de extraño, porque ese comportamiento es lo que marca la cultura de nuestro tiempo en buena parte de los ámbitos de la vida privada y social. Y los medios, no sólo los periodísticos, son los grandes sacerdotes de esa ceremonia de lo fugaz y lo inmediato.

Pero también profunda en lo que a la política se refiere. Porque esa masiva disponibilidad a cambiar de opción refleja que la gente está empezando a ser más libre y que no está dispuesta a entregarse a nadie. Que hay muchos electores de derecha de siempre que no tienen problemas en  dejar de votar al PP y que lo mismo pasa con no pocos del PSOE. Y eso, por muchas vueltas que se le dé, es una expresión de madurez política. La cuantía de la reducción del peso del bipartidismo que registren los resultados del 20-N será una forma, particular sin duda, de medirla.

Pero llegados a este punto, cualquier predicción que se haga en estos momentos vale para muy poco. Sabemos algunas cosas. Que el PP está cayendo por la pendiente, que sus dirigentes no dan una a derechas y que puede perder sin remisión las elecciones. Pero también que el poder que detenta Rajoy puede dar aún mucho juego. Comprobamos que el PSOE aguanta bien aunque que no sube. Aunque no está dicho que no vaya a dar un sprint final. Conocemos el momento dulce que Ciudadanos vive en los sondeos, tras su éxito real y formidable en Cataluña. Y que los porcentajes de voto que empiezan a darle las encuestas podrían permitirle romper el muro del bipartidismo en algunas de las provincias más pequeñas. Y, por último, vemos, y palpamos, que Podemos se ha estancado a la baja.

Sabemos todo eso, pero no está dicho que dentro de quince días o de un mes sepamos cosas nuevas que modifiquen sustancialmente la impresión que hoy tenemos de lo que puede ocurrir. Habrá que estar muy atento a los medios. Éste es su gran momento.

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