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Kant y las paragüeras

Azafatas en el trofeo Conde de Godó

Elisa Beni

“Nos contratan para ser vistas, esa es nuestra principal función”. “Sólo tenemos que sonreír y ser felices”.

Las paragüeras de Jerez se revuelven y nos devuelven a la hermosa imagen de la libertad conquistada por las mujeres para elegir lo que siempre combatimos. La nueva mujer pergeñada por el neoliberalismo es libre ya para elegir vivir de exhibir su cuerpo como un jarrón chino, alquilar su útero, quedarse en casa con los niños o ser puta. La nueva mujer ya puede elegir todo aquello que la sociedad patriarcal quiso imponerle siempre. ¡Viva el neoliberalismo redentor! Ya no te putean sino que eliges putearte. No te explotan de becario, que eres tú el que libremente eliges aprender durante 14 horas sin ver un duro.

¡Venga ya, feministas de mierda, que queréis limitar mi derecho a congelarme con el escote y la minifalda a ocho grados y a tener fiebre cada noche! ¡No soy una mujer objeto! ¡Que he elegido yo que me contraten al peso y a la cinta métrica -nunca mucho más alta que los pilotos que son bajitos- para animar el cotarro, que a los hombres les gusta ver niñas monas!

La libertad del capitalismo desbocado, en la que sólo cuenta el deseo y el dinero que tengas para satisfacerlo. Ese concepto de libertad humana que se extingue en la propia individualidad y que siempre, siempre, por el mero hecho de aparentar ser una elección unipersonal y privada, consigue un objetivo ético y moralmente aceptable. Y digo aparentar porque cuando una paragüera nos recrimina: “a mi como mujer no me están defendiendo, me están quitando el trabajo” o “estamos en contra de que nos quiten el trabajo, en mi caso todo lo que salga es bueno que la matrícula de la Uni son mil euros” a lo mejor tenemos que entender su voluntad viciada por la necesidad en la provincia con más paro de España.

Más allá de eso, es conveniente atreverse a introducir la idea de que incluso lo que aparentemente es bueno para un individuo no lo es para la colectividad, ni para la sociedad en la que vive. Decir esto en el momento actual semeja casi revolucionario aunque, en realidad, es la máxima por la que hemos llegado hasta como humanidad hasta el momento presente.

Las elecciones individuales y el ejercicio de la libertad no están exonerados de un sentido moral. No todo aquello que elija el individuo es moralmente aceptable. La moral no es un concepto religioso, sino una conquista de la especie que nos ha permitido mejorar nuestra vida en sociedad desde los albores del homo sapiens hasta la actualidad. Ya es hora de explicar que la pretendida facultad de las mujeres para elegir prostituirse, o alquilar sus úteros o someterse a cualquier otra clase de explotación sexual, no es una opción moralmente aceptable. No lo es desde el punto de vista de la moral individual pero tampoco desde la moral social y desde esta última se lo reprochamos, porque sus opciones personales repercuten en el cuerpo social y en la posición que el resto de las mujeres ocupamos.

Kant -el filósofo de la moral de la razón- formuló su imperativo categórico para expresar la fórmula que el individuo debería utilizar para valorar si su elección personal es una elección moralmente aceptable. “Actúa de modo y manera que la máxima de tu voluntad pueda ser elevada a categoría de ley universal”, afirmó en una de sus formulaciones. Así vendríamos a que la opción de una mujer aislada sobre, por ejemplo, ganarse su vida cobrando por tener relaciones sexuales sería moralmente buena si la máxima “ganarse la vida cobrando por sexo con desconocidos es bueno” pudiera ser elevada a ley que sirviera como aserto moral universal y que tal opción pudiera devenir en norma de vida general. Aún no han encontrado los interesados en mantener este mercado forma de convencernos de que prostituirse sea una opción moral que mayoritariamente favorezca a las mujeres en general. Están en ello.

Eso mismo pueden aplicarlo a todas las demás cuestiones que esbozábamos. Díganme si la opción individual “me gano la vida de florero adornando con mi carne el márketing de un deporte” o la opción “alquilo mi útero y el control de mi vida a cambio de un dinero a unos desconocidos” puede convertirse en norma moral universal del tipo: “es bueno ganarse la vida de florero” o “es bueno gestar por dinero para desconocidos”. Si creen que sí, pasen a difundir en su entorno que esa norma es la mejor para todas las personas que le rodean.

La manipulación de la moral liberal ha conseguido instalar en muchas mentes la idea de que se es más libre cuando nuestras elecciones no tienen en consideración el bien social. Y no es así. Existimos en sociedad y nuestros derechos y libertades lo son en tanto que formamos parte de un ente superior de colaboración entre seres humanos que nos hizo adelantar como especie sobre todas. Somos libres e iguales en tanto que somos en sociedad, por tanto una consideración moral de nuestros actos pasa por la consideración de la moralidad que estos tengan para el resto del grupo humano en el que nos inscribimos. Matar puede ser una opción beneficiosa para un individuo concreto pero es terriblemente desestabilizadora para el conjunto de la sociedad, en tanto no podemos convertir en ley universal que cada uno se deshaga de quien le molesta, y por ello socialmente lo castigamos. La ley no es sino la última barrera de la sociedad para impedir que las elecciones individuales la destruyan.

Explico todo esto a las paragüeras de Jerez para que entiendan que las feministas y quienes quieren acabar con este bochornoso espectáculo -como ya han hecho Australia o en el País Vasco- no les estamos limitando ninguna libertad sino que estamos asegurando la libertad y la dignidad de las mujeres como grupo social, lo que constituye un bien muy superior al de su propia voluntad. Lo que tienen que hacer es luchar por que las becas y no las tetas cubran el coste de sus estudios universitarios. Esa elección sí les aseguraría un bienestar moral remarcable incluso en estos tiempos en los que la acción humana parece haberse independizado falsamente de la cuestión social.

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