El Ministerio de Michael Corleone
“Joder, si tenéis algo, dádmelo. Dámelo”. “Lo ideal es: si eso está en el juzgado y sale, nadie va a sospechar que sale de la Policía ni de investigaciones policiales”. “Muchas veces, cuando lo publicas, generas una presión mediática que al final haces que cosas que interesan, lo tengan”. “Esto es un torpedo a la línea de flotación”.
Hay que imaginarse a Jorge Fernández Díaz salivando de emoción al escuchar al director de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel De Alfonso, desgranando los indicios, nada concluyentes, con los que cuenta para empapelar a dirigentes independentistas catalanes. Ves al ministro frotándose los manos cuando oye a su agente doble en Cataluña explicar que tiene algunas pistas interesantes para luego lloriquear diciendo que no está del todo claro y que debe tener cuidado porque él está hasta el final con el ministro, pero, claro, tiene mujer e hijos, y ya sabemos que no se suele tener misericordia con los espías.
No es Mortadelo y Filemón. No es Anacleto, agente secreto. No es Austin Powers. No es nada divertido, incluso si por momentos puede sonar a chapuza.
Es el ministro de Interior, el jefe político de las Fuerzas de Seguridad del Estado, el responsable de la Policía y la Guardia Civil, intentando armar un caso contra sus rivales en Cataluña, dirigir al responsable de un organismo público para que escarbe en la tierra, saque algo que parezca sucio, se envíe a la Fiscalía para que le dé forma jurídica y se filtre a sus periodistas de cabecera en los medios de confianza para que los titulares den apariencia de corrupción a todo el caso y se pueda condenar a sus enemigos mucho tiempo antes de que la investigación judicial dé sus frutos. Antes de que alguien sea imputado, es necesario que haya condena.
En una escena de El padrino, Michael Corleone sorprende a su hermano y a los duros subalternos de su padre ofreciéndose para matar a Sollozzo y al capitán McCluskey. Todos se ríen de él. No se puede matar a un capitán de la Policía de Nueva York así como así. Pero Michael les recuerda que McCluskey es un policía corrupto. ¿No tenemos periodistas en nómina para que circule esa historia?, pregunta al consigliere Tom Hagen. Este asiente. Problema solucionado. Sólo son negocios, dice Michael a su hermano. Sólo negocios.
Para Fernández Díaz, es eso y mucho más. Pero el método Corleone sí que le interesa y lo utiliza en la conversación conocida estos días porque ya lo empleó antes. Es lo que ocurrió con la información de que el anterior alcalde de Barcelona, Xavier Trias, había tenido una cuenta millonaria en Suiza, trasladada luego a Andorra, y que publicó El Mundo en un artículo firmado por Eduardo Inda, Esteban Urreiztieta y Fernando Lázaro, que fue citado en otros muchos medios de comunicación. El ministro se indignó cuando en el Congreso diputados de la oposición le acusaron de “crear mentiras y filtrarlas a los diarios”. Lo negó y anunció que las pruebas habían sido remitidas a la Fiscalía y que muy pronto el caso se judicializaría, es decir, un juzgado iniciaría la investigación propiamente dicha.
Nunca llegó a un juzgado. Pocas semanas después, la Fiscalía archivó el caso porque no había indicios de que esa cuenta existiera.
¿Un fracaso? No, si tenemos en cuenta los titulares que generó. Lo mismo se podría decir de los informes fantasma sobre Podemos, redactados en los sótanos del Ministerio, que originaron portadas de periódicos y minutos en las aperturas de informativos de televisión. Gracias a los servicios, nunca gratuitos, de Manos Limpias, esos informes llegaron al Tribunal Supremo, que los desestimó con una celeridad casi sorprendente en sus venerables magistrados. Quizá porque la Fiscalía del Supremo ya había advertido de que ahí no había nada que se pudiera utilizar.
¿Otro fracaso? No exactamente, esos titulares sirvieron a los intereses del partido de Fernández Díaz, el Partido Popular que preside su gran amigo, Mariano Rajoy.
Las conversaciones con Daniel De Alfonso en el despacho del ministro revelan que Fernández Díaz es un tipo persistente, además de tener un retorcido concepto de la legalidad. Su fracaso anterior no le había desalentado. Continuaba con su empeño de crear investigaciones judiciales, ayudado por su poder sobre la policía y su influencia en los fiscales, como mínimo con el objetivo de generar una “presión mediática” contra sus enemigos. Los policías –por si hay que recordarlo, funcionarios públicos– eran sus detectives privados y los fiscales, sus asesores jurídicos. Al menos, así los veía él.
Fernández Díaz ha utilizado recursos públicos para ajustar cuentas con sus adversarios políticos y acabar con sus planes. Sólo por eso debería ser destituido (o, como está en funciones, deberían convencerle de que hiciera un discreto mutis, en la línea inaugurada por José Manuel Soria) y probablemente alguien con más conocimientos de Derecho que él debería pensar seriamente si tiene que ser procesado por malversación de fondos públicos. El tipo legal puede discutirse, pero uno se pregunta: ¿es legal que un ministro movilice a policías y fiscales para ganar las elecciones? ¿Para acabar con sus enemigos políticos? Si la Policía está al servicio de los intereses políticos de un partido, ¿cómo puede representar a un Estado democrático?
Este medio ya ha publicado en varias ocasiones que el Ministerio de Interior creó una unidad de policía política para servir a las órdenes de Fernández Díaz. Se concedieron privilegios a un grupo de comisarios para que produjeran informes policiales, supuestamente con pruebas e indicios sólidos, con la intención de atacar en los medios de comunicación a los rivales del PP, en concreto Podemos y los partidos independentistas catalanes.
En esa locura en que se convirtió la cúpula policial, se produjeron reyertas entre comisarios, e incluso algunos de estos que eran aliados acabaron enfrentados a muerte. En algún episodio, hasta se vio implicado el CNI. Hay serias sospechas de que la investigación judicial del caso del pequeño Nicolás fue filtrada a algunos medios para reventarla. En esa historia también aparecieron los comisarios de confianza del ministro. Como también en la operación contra Gao Ping.
En todas estas revueltas es difícil separar a los buenos de los malos, aunque todos vistan de uniforme y cobren de los Presupuestos Generales del Estado, incluidas medallas al mérito policial (sic) con derecho a pensión.
Es lo que tiene la impunidad. El ministro te da luz verde para que hagas lo que quieras, sólo busca resultados. Si en el camino, hay guerras entre comisarios, policías imputados, conversaciones entre policías y espías grabadas y difundidas por otros policías... como decía Michael Corleone, son sólo negocios. Los negocios dirigidos por Jorge Fernández Díaz.