Nobel de economía a la regulación de los mercados
Durante mucho tiempo sus nombres se declinaron juntos. Se decía Laffont y Tirole, por este orden, como si fueran uno sólo. Me consta que Jean Tirole tiene un carácter reservado e introvertido, pero no tengo la menor duda de que, en su discurso de recepción del Premio Nobel de Ciencias Económicas 2014, habrá un lugar especial para Jean-Jacques Laffont.
Guardo el recuerdo de una anécdota personal en la 7th Conference of the International Water and Resource Economics Consortium, que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Económicas de Girona en junio de 2001.
Era la primera vez que yo presentaba un trabajo en una conferencia internacional, una ponencia sobre la explotación de recursos naturales en un contexto de selección adversa (término que hace referencia a un fallo del mercado profundamente estudiado por Laffont y Tirole). Uno de los libros de cabecera sobre la cuestión era, y sigue siendo, A Theory of Incentives in Procurement and Regulation, escrito precisamente por ellos.
Empecé mi intervención agarrotado, demasiado pendiente del guión. La situación no mejoró cuando reconocí en primera fila al mismísimo Laffont. Creo honestamente que aquella presentación fue un desastre. Lo pensaba entonces y lo sigo pensando ahora.
En la ronda de preguntas posterior a la presentación, Laffont tomó la palabra para hacer algunas observaciones. Su intervención fue pausada y constructiva, haciendo una lectura en positivo de los elementos que le habían parecido interesantes en mi trabajo. Fue indulgente con todo lo demás.
Al terminar la sesión se acercó para discutir largamente (primera acepción del diccionario de la RAE). No me trató de modo paternal, ni tampoco me apabulló con una exhibición intelectual. Me trató de igual a igual, aunque evidentemente no lo éramos, y haciéndolo me sacudió los complejos del doctorando primerizo.
Puede que la anécdota no tenga nada de extraordinario, pero no son pocos los economistas académicos que hacen de los congresos verdaderas batallas de egos. Algunos incluso disfrutan descuartizando el trabajo del compañero, sin ánimo constructivo, como si la búsqueda de respuestas a un problema económico fuese algo secundario. En fin, ese tipo de querellas del economista en su torre de marfil es tema diferente.
Más adelante Laffont aceptó amablemente presidir mi tribunal de tesis, pero ya no le fue posible. Su enfermedad truncó muchas cosas. La Toulouse School of Economics perdió a uno de sus referentes y la Ciencia Económica perdió a un grande.
El Nobel a Tirole nos recuerda la ausencia de Laffont, su binomio académico. Congratulémonos al menos porque el premio lleve implícito el reconocimiento a sus trabajos sobre el poder de mercado y la regulación, como reza el comunicado del Banco de Suecia. Si Piketty ha reabierto el debate sobre la distribución de la riqueza, que el Nobel a Tirole reabra el debate sobre el papel del Estado en la economía.
¿Qué es el poder de mercado?
En los mercados perfectamente competitivos, tanto las empresas como los consumidores carecen de capacidad para fijar los precios o influir sobre ellos (esto es lo que significa tener poder de mercado). Los precios se determinan entonces por la libre interacción de la oferta y la demanda.
La teoría económica ha demostrado que, sin poder de mercado, tanto el precio como la cantidad intercambiada de un bien son óptimos. Óptimo no significa “ideal” o “deseable”, situación que para muchos correspondería a un precio nulo y una cantidad infinita (a todos nos gustaría tener mucho a cambio de nada) sino “lo mejor entre lo posible”. Tampoco “lo mejor” significa “lo mejor para la empresa” o “lo mejor para el consumidor”, sino lo mejor para el bienestar social.
En la práctica, sin embargo, el poder de mercado constituye más la regla que la excepción. A medida que las empresas adquieren capacidad de influencia sobre los precios, el mercado se aleja de la situación óptima y adopta estructuras que incrementan progresivamente los beneficios empresariales al mismo tiempo que deterioran el bienestar social. La última etapa de esta dinámica es la formación de oligopolios y monopolios.
Esto sucede, muchas veces, por cuestiones técnicas relacionadas con la estructura de costes empresariales y, otras, porque la dinámica competitiva no es tal (¡cuántos de los que se definen liberales actúan en contra de la competencia!). Cada uno de estos casos requiere soluciones diferentes.
No es suficiente con fomentar las condiciones necesarias para el libre mercado. Cuando la competencia no es técnicamente factible, la búsqueda de la eficiencia pasa por implementar alternativas que los economistas llaman de “second best” (lo segundo mejor entre lo posible). Y para esto hacen falta instituciones que definan, ejecuten y hagan cumplir un marco reglamentario adecuado. Sin árbitro, no hay partido.
Laffont y Tirole dedicaron sus mejores años al estudio de la competencia imperfecta, la reglamentación, la economía industrial, la teoría de incentivos, la información asimétrica y tantas otras materias que siempre abordaron de manera brillante y original. Ambos crearon escuela. El Nobel lo va a recoger Tirole, pero el legado intelectual es de ambos.