Obama y la Inteligencia Artificial
Su inteligencia no tiene nada de artificial, pero tiene la política hacia la Inteligencia Artificial (IA) bien pensada. Seguramente hay pocos presidentes en el mundo capaces de sostener una conversación sobre esta materia, pero Barack Obama lo demuestra en la prestigiosa revista Wired, que le ha pedido dirigir su edición de noviembre además de concederle una entrevista a su director Scott Dadich y al del Media Lab del MIT (Massachusetts Institute of Technology), Joi Ito. Obama también es el primer presidente de EEUU que ha publicado un artículo académico, tras pasar la estricta revisión de otros expertos, la llamada peer review, el pasado julio en el Journal of the American Medical Association sobre su reforma sanitaria. Sin duda recibió ayuda para escribirlo, pero ello no quita mérito al logro.
En España hay investigadores muy buenos en esta materia de la Inteligencia Artificial que vuelve a avanzar velozmente (algunos hablan, en otro paso más, ahora de “razón sintética”), y también españoles en el MIT, en Stanford, en otros centros, o en las grandes y pequeñas empresas de Silicon Valley, un cluster, como se ha dicho, que “cree en el futuro, lo inventa e invierte en él”.
Pero el tema no ha llegado a la política en España, donde ha caído el número general de patentes, pese a lo que nos jugamos. Sí a otros países de la UE y al propio Parlamento Europeo que está elaborando un informe sobre la robotización. La ponente, la socialista luxemburguesa Mady Delvaux, piensa que estas máquinas “podrían plantear un reto a la capacidad de la humanidad de controlar su propia creación”. Obama va incluso más lejos con su preocupación de que la IA elimine el azar que está en la base de nuestra evolución: “Parte de lo que nos hace humanos son las torceduras, las mutaciones, los valores atípicos, los defectos que crean el arte o una nueva invención”, que supuestamente la IA evitará.
No obstante, para Obama “este es el mejor momento para vivir”, porque “estamos mucho mejor preparados para asumir los retos que enfrentamos que en cualquier otro momento de la historia humana”. “La verdad”, afirma, “es que, si uno tuviera que elegir en cualquier momento en el curso de la historia para vivir, elegiría ésta”. Añade, claro: “Aquí en Estados Unidos, en este momento”.
Sin duda bien asesorado (es una ventaja de ser presidente) y con la enorme experiencia de dos mandatos en la Casa Blanca, Obama, no por ello maoísta digital, señala que “la forma en que he estado pensando en la estructura normativa para la IA que emerge es que, al principio de una tecnología, hay que dejar florecer un millar de flores”. Es decir, abrir “un camino” para que la IA “llegue al mundo real”, aunque la realidad ya vaya más rápida que la política. “El Estado debe añadir un toque relativamente ligero, invirtiendo fuertemente en investigación, y asegurarse de que hay una conversación entre la investigación básica y la investigación aplicada”. Luego ya intervendrán los legisladores.
Su visión de la tecnología no se limita a grandes empresas y centros de investigación: “Necesitamos investigadores y académicos e ingenieros; programadores, cirujanos, y botánicos. Y lo más importante, necesitamos no sólo la gente del MIT o Stanford o de los Institutos Nacionales de la Salud [INH, de EE UU], sino también a la madre en Virginia Occidental que maneje una impresora 3D, la chica en el lado sur de Chicago que aprenda a codificar, el soñador en San Antonio que busque inversores para su nueva aplicación, el padre en Dakota del Norte que aprenda nuevas habilidades que le ayuden a dirigir la revolución verde”. De nuevo, aquí hablamos demasiado poco de esto.
La presencia de Obama al frente de esta edición de Wired, no es casual pues la Casa Blanca acaba de hacer público un documento titulado “Prepararse para el futuro de la Inteligencia Artificial”. Es decir, una estrategia nacional para la IA. EEUU quiere seguir a la cabeza en este campo, asegurarse la primacía. De hecho, el Estado se propone invertir, pero no excesivamente (pese a que Obama hable de una “Misión Apolo para la IA”) y de forma selectiva. No en las grandes empresas –las llamadas GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), que dominan las inversiones en IA (aunque hay otras importantes como Tesla), frente a las chinas BAT (Baidu, Alibaba y Tencent)– pues estas compañías que se han enormizado en poco tiempo tienen ya mucho dinero y están invirtiendo de manera ingente en este terreno, sino a otras más pequeñas.
Hay que decir que el Pentágono también está impulsando este tipo de investigación, para no perder terreno frente a los avances civiles, y se han producido varias reuniones entre el secretario de Defensa, Ashton Carter, y las principales empresas de Silicon Valley, con, en el horizonte no tan lejano, las armas autónomas que puedan identificar objetivos y dispararles por sí solas. El Pentágono, que ha puesto la IA en el centro de su estrategia de futuro, ya no lo rechaza de plano como posibilidad no tan lejana. Algunos, como el New York Times, lo llaman el “acertijo Terminator”. Rusia y China también están en ello.
El documento de la Casa Blanca propugna en primer lugar “impulsar la IA para el bien común”, pero no relega, claro está, la seguridad (y conviene no olvidar a Snowden y sus revelaciones). Obama plantea seis desafíos a Silicon Valley: 1) Abordar la desigualdad, de modo que las nuevas tecnologías jueguen en sentido contrario, es decir no en contra de los bajos salarios y la gente con formación muy básica (aunque cabría también añadir a las clases medias); 2) reforzar la ciberseguridad (que está cobrando aún mayor importancia con el Internet de las Cosas, las relaciones directas entre máquinas, y el reciente ataque al proveedor de internet Dyn, que maneja y redirige tráfico, es un ejemplo); 3) asegurar que la IA nos ayuda como humanos en vez de hacernos daño; 4) evitar que los terroristas usen estas tecnologías para organizarse y atentar; 5) desarrollar herramientas que conviertan en central la resistencia al cambio climático y la energía limpia; y 6) facilitar la participación de los ciudadanos en su Gobierno. Aquí se reflejan unas prioridades, en las que todos deberíamos estar.