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Orgullo español

La Vía Laietana, llena de manifestantes

Suso de Toro

Nos enseñaron con un entusiasmo muy sospechoso que los súbditos del Reino de España deberíamos estar orgullosos de haber dejado atrás una dictadura y haber construido una democracia ejemplar y etcétera.

Pero nunca me sentí orgulloso, sabía perfectamente igual que cualquiera que tuviera uso de razón entonces que no era cierto. Franco murió en la cama luego de firmar sus últimas penas de muerte como rúbrica a la aplicación de la Ley de Sucesión y la instauración de una monarquía, para ello escogió y educó al nieto del que había sido rey Alfonso XIII de Borbón. Y se fueron ejecutando uno a uno todos los pasos previstos, el “atado y bien atado”, de acuerdo con los EE.UU. (Vernon Walters se encargó de ello a pie de obra) y la colaboración de Alemania Federal.

Inicialmente estaba previsto la legalización únicamente del PSOE, arrebatado a los viejos republicanos en el exilio y tomado por un grupo de jóvenes sevillanos auspiciados por la socialdemocracia alemana pero la realidad obligó a ampliar las legalizaciones y el PCE y demás organizaciones de izquierda fueron legalizadas. El PCE de Santiago Carrillo consideró su legalización un triunfo en si mismo, y lo era, pero tan agradecido quedó que se transformó en el verdadero legitimador desde la izquierda de lo que se estaba fraguando y se fraguó: una constitución monárquica que reconocía los derechos personales y la existencia de “nacionalidades históricas” pero redactada y condicionada por la amenaza del Ejército, que llegó a redactar algún punto del propio texto constitucional. Los españoles votaron mayoritariamente esa constitución porque sabían perfectamente que no había otra opción salvo el franquismo puro y que, tras las músicas melodiosas, “libertad sin ira”, lo que había era un lo tomas o lo dejas. Es bastante insultante decir que aquello fue un éxito del pueblo español y algo de lo que sentirse orgulloso, fue nuevamente un trágala.

Y unos años después el estado mismo se reformuló en una maniobra nacida de su mismo vientre, el 23-F fue la desautorización de un Adolfo Suárez excesivamente audaz para el Rey, el Ejército y los poderes del estado y se había tomado demasiado en serio lo de ser demócrata. Tras aquella noche en que absolutamente todas las ciudades de España estuvieron bajo control del Ejército y la Guardia Civil, el Rey convocó a los partidos estatales, excluyendo explícitamente a los vascos y catalanes que tenían representación parlamentaria, y les informó de la nueva situación y los “pactos del capó”. Apartado Suárez, en adelante la política del estado fue reinterpretada y reconducida. Que alguien crea a estas alturas que Juan Carlos nos salvó de lo que él mismo había promovido y que diga que el 23-F fue un triunfo de la democracia y del pueblo español, cuando todo quisque estaba acongojado y escuchando el transistor en su casa, es pedirnos que nos hagamos imbéciles. No veo nada que deba dar orgullo a nadie en lo ocurrido entonces.

Y que al final de ese camino el Consejo de Europa redacte un informe sobre las graves carencias democráticas de la democracia española, al que hay que sumar las denuncias de organismos internacionales sobre la falta de independencia judicial y sobre el podrido sistema de medios de comunicación no es para sentirse orgulloso de ser súbdito de un reino así. Pero no son precisos informes, basta buscar en la BBC o en canales internacionales las imágenes de la represión a la ciudadanía catalana y saber que a los gobernantes catalanes presos se les exige que cambien de opinión política para liberarlos, para saber que el Reino de España no es una democracia en su práctica. Lo que hubo de avances tras la muerte de Franco han sido interpretados de tal modo que todos estamos bajo vigilancia y no somos ciudadanos, somos súbditos que debemos temer.

Una vez más debo decir que el problema de España no es Catalunya, es España misma y su idea de nación homogénea e hipercentralizada en un Madrid mastodóntico que vacía su espacio alrededor y busca someter al resto del territorio. España no es una nación, nunca lo fue y no lo puede ser por medios democráticos, es un estado que afirma ser nación y para ello está envileciendo a la población con un nacionalismo brutal. El “¡vivan las caenas!” que clamaban los oprimidos reclamando la vuelta del absolutismo es ahora el “¡soy español, español, español!¡A por ellos, oé!”, que gritan las víctimas de los dueños del estado cuando marchan, voluntarios, a agredir a la ciudadanía que quiere libertad y república. Un orgullo de ser español que implica el orgullo de perseguir la libertad y de ser servil a los amos.

Y no podemos exigirle responsabilidades a quienes son manifiestamente enemigos de la libertad y la justicia, pero sí a quienes estas décadas jamás defendieron la república y ahora suscriben o se inhiben ante el ataque del estado a las libertades de la población catalana o de quien se rebela y pretende ejercer la libertad de expresión. El PSOE e IU sí tienen mucho de que autocriticarse y corregir, porque han sido parte del régimen y no han creado una cultura cívica alternativa al nacionalismo españolista, totalmente vivo entre una parte de la población ignorante y temerosa, el franquismo sociológico. Una cultura pública que defienda la libertad y reconozca la diversidad nacional, válida para el conjunto de la población española.

En la práctica han mantenido ese nacionalismo de estado que es ahora la bandera y las cortinas patrioteras que tapan las injusticias sociales y democráticas. Han sido culpablemente incapaces de dar motivos de orgullo de ser ciudadanos de un estado democrático.

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