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Pablo se abraza a los cenizos y gruñones

José María Calleja

Defenestrado el autor y promotor de la idea transversal, a saber: para ganar las elecciones hay que atraerse votos de la abstención, de IU, del PSOE, de Ciudadanos, del PP, de Sortu, PNV, de ERC, CiU, y de todos los partidos habidos y por haber, porque esto no es un problema de derecha o izquierda.

Abandonada la posibilidad, propugnada por el mismo autor de la estrategia anterior, de dejar gobernar a los socialistas con la colaboración de Ciudadanos para, desde la oposición, armar en un par de años una alternativa de gobierno tan transversal como probable.

Hechos los cálculos en el papel, que lo aguanta todo y en silencio, en los que se valora la bajada en intención de voto --después de que muchos le hayan tomado la matrícula y se hayan hartado del actor que un día se pide vicepresidente y otro ataca a periodistas currantes-- y la subida en apoyos de Garzón.

Constatado que aquí se trata, pase lo que pase, de qué hay de lo mío, siendo yo el macho alfa. No queda otra que aliarse con los hasta ayer despreciados, humillados y apestados. Tiene aquí el abrazo que certifica el viraje el mismo papel que la confesión en los católicos pecadores, como teorizó Trillo en su día. Uno reniega de alguien, pero luego se amnistía con un abrazo. Uno comete un pecado, se confiesa y queda limpio de pecado.

A Pablo Manuel, Izquierda Unida le ha parecido en los últimos tiempos un grupeto de “pitufos gruñones”, una banda de “cenizos”, “aburridos”, “típicos izquierdistas tristones”, “lúcidos del pesimismo”, “amargados”. Les ha mandado el caudillo al infierno: “cuécete en tu salsa de banderas rojas y de cosas (sic), pero no te acerques”, les ha vuelto a llamar “cenizos”, se han negado a sacarlos de la UCI (Monedero), ha dicho que con ellos ni a heredar…

Un amplio catálogo de insultos, desprecios y humillaciones, propios de la adolescencia transversal, de cuando el arriba y abajo (no es serie de televisión), de cuando la gente y los cielos para todos, y tal.

Pero ahora estamos en la vuelta al pasado de izquierda radical, a la madurez de aspirar al Poder de toda la vida por otras vías, de izquierdas.

Así, sin que sepamos cuál es el programa, programa, programa, y solo después de secretísimas reuniones, a la vieja usanza comunista, se nos ha informado con urgencia de la prelación de las poltronas, se ha hecho ¡zas! y se han repartido los dorsales.

Nadie sabe cuál es el programa, ese que era imprescindible conocer para cualquier pacto; sólo se sabe el fin: cortar la perdida de votos desencantados de Pablo Manuel y sumar el ascenso de votos de Baltasar.

En su papel, tan bien representado, de colaborador necesario de Rajoy para intentar marginar al PSOE, la cúpula de Podemos se amnistía de sus frases de ayer y nos vende hoy la cantinela de mañana con solemnidad contrita. Ya sabemos: los días impares, exabrupto y descalificaciones a gritos; los pares, tono  engolado, trascendente, compungido de estado. Mientras, ¡qué piropos a Pablo de Carlos Herrera! ¡qué aplausos a modo de Comité Central en tantos medios!

Esta Llamazares que trina con el regate de Garzón. “Cenizo” en funciones, no entiende el histórico de IU que Garzón lleve a IU a la liquidación por derribo, a la voladura del tinglado con tal de alcanzar él visibilidad en las listas.

Tampoco es partidario de la fisión el alcalde de Zamora, Paco Guarido, que ha logrado en una ciudad conservadora el milagro laico de gobernar llegando desde abajo y tras quinquenios de oposición paciente y tenaz.

No importa, el partido se fortalece depurándose y ya vemos como tanto los urdidores del acuerdo clandestino como los palmeros de guardia, siempre dispuestos por oficio a poner en marcha el pelotón de fusilamiento digital desde el impune anonimato, les neutralizan. Ahora ya no son relevantes. Ni ellos, ni ninguno de los que se oponga a la jugada.

Entre el trato paternalista a los disidentes y el me importa un rábano lo que digáis, se vende el apoyo aplastante al acuerdo, cuando en realidad solo votaron el 28% de los censados, un índice que no refleja precisamente entusiasmo.

Abandonada la transversalidad y el eje arriba y abajo, se trata de saber cuántos votos irán a la alianza de Pablo Manuel con los “cenizos” y cuántos saldrán espantados de esa liquidación y confirmarán que en política, la suma, tiende a restar.

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