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Podemos, hiperliderazgos y pluralidad

Pablo Iglesias en la Asamblea fundacional de Podemos. / Marta Jara

Iñigo Sáenz de Ugarte

De la palmada en el trasero a Pablo Iglesias a las críticas desde el estrado al liderazgo excesivo de Pablo Iglesias. Cada uno puede elegir el momento que quiera para definir la asamblea fundacional de Podemos o puede asumir que la construcción de un partido inevitablemente comporta situaciones paradójicas y hasta confusas. No es difícil conseguir que millones de personas se unan en el rechazo a una realidad política injusta y moribunda. Siempre será más complicado reunir a todos ellos en la defensa de un único proyecto, plural y también coherente.

Al final, la política debería ser como el rugby, un deporte de salvajes practicado por caballeros. ¿Pero quién decide cómo debe comportarse un caballero?

La asamblea fundacional de Podemos ha contado con instantes muy diferentes, pero con un rasgo común: ha disfrutado de un nivel de discusión que cada día es más difícil de encontrar en los partidos políticos, y no sólo en España. La entronización del líder y la imposición del poder del aparato son la norma que en España adquiere niveles de autoparodia cuando los senadores del PP aplauden a Rajoy ANTES de que empiece a hablar. O cuando el PSOE confía en que todos sus problemas se solucionarán tras elegir a un nuevo líder al que la mayoría de sus militantes ni siquiera conocía hace seis meses. Creen que tienen un nuevo Zapatero y que todo terminará sucediendo como en 2004. Como las secuelas de Hollywood: si Transformers ha tenido éxito en las taquillas, la idea de hacer Transformers 2 no puede ser mala.

Buena parte del debate que ha tenido lugar en la plaza de Vistalegre ha girado en torno a la idea de construir un partido diferente, y en ello late la desconfianza hacia los hiperliderazgos tan habituales en el PP y el PSOE. Pero las apelaciones al pueblo o la gente no nos harán olvidar un dato evidente: Podemos existe porque un grupo de personas decidió que en España había espacio político para un nuevo partido, que el modelo de Izquierda Unida estaba agotado y que muchos votantes del PSOE aspiraban a algo más que gritar en campaña 'que viene la derecha' para luego repetir en el Gobierno muchas de sus políticas económicas.

Ese grupo decidió que Iglesias era la persona que mejor podía representar esas ideas (y así ya estaban estableciendo un embrión de liderazgo), hasta el punto de que pusieron su cara en la papeleta de voto. Quizá fuera sólo una decisión táctica –Iglesias era más conocido que el partido–, pero no era en ningún caso un movimiento inocente.

Mientras otros pensaban que el desafío al sistema pasaba por promover movimientos sociales desde la calle, los primeros dirigentes de Podemos llegaron a la conclusión de que la denostada política era el terreno en el que había que dar la batalla. Las leyes se publican en el BOE porque antes se han aprobado en el Parlamento, y es allí donde querían estar.

Los hechos de los últimos seis meses les han dado la razón. Su decisión de presentarse a las europeas y el 1.200.000 votos recibidos cambiaron la política española. Por decirlo en términos un poco drásticos, el sistema pudo absorber el impacto del 15M, pero no el de Podemos.

Sólo con una cara no se ganan unas elecciones generales. Antes de las europeas, Podemos optó por la eficacia sobre el idealismo, y no le fue mal. Es seguro que sus líderes son conscientes de que Podemos debe ser algo más que el partido de Pablo Iglesias para llegar al poder, y en ese proceso están ahora: ampliar la base del movimiento, hacer ver a esos millones de votantes que ellos también son el partido, no sólo los que se limitan a aplaudir y votar una vez cada cuatro años, y al mismo tiempo dotar a Podemos de un mensaje coherente y sólido, no sólo para denunciar las injusticias (esa es la parte fácil), sino también para ofrecer un programa concreto.

En política, importa tanto lo que vas a hacer como lo que NO vas a hacer. Los votantes socialistas ya han aprendido que en lo segundo se tienen que atener a lo que diga el líder. Si este cambia de opinión, voluntariamente o forzado por las circunstancias, no importa cuál sea el programa del partido o las promesas hechas en campaña. Si no te gusta, que te den.

Por eso, si Podemos plantea a sus militantes, o como quiera llamarlos, que las grandes decisiones políticas se tomarán en una consulta en la que todos ellos podrán votar o que se podrá promover la revocación de los dirigentes, sólo eso ya será un cambio de gran calado. ¿Significa que no habrá líderes o que Podemos estará libre de los riesgos del hiperliderazgo? En absoluto. Por mucho que se apele a la inteligencia colectiva, los líderes cuentan con ventajas (experiencia, presencia en los medios, coherencia en el mensaje, capacidad de sumar votos) que no están disponibles para todos.

En la asamblea, ha habido bastantes intervenciones muy aplaudidas que pedían que las dos grandes posiciones, que de alguna manera representan Pablo Iglesias y Pablo Echenique, se unan y acuerden un texto común. Ah, el consenso –piedra angular de la Cultura de la Transición– goza de un brillo que también deslumbra a los que quieren acabar con esa forma de hacer política. Lo que tiene el consenso es que permite esconder las diferencias, básicamente ignorar la realidad. Es un poco como la carta a las reyes magos de la política: me he portado bien y quiero mi regalo, que no es otra cosa que un partido en el que todos estemos de acuerdo en todo.

Lástima que la política consista en elegir. Por mucho que hables del pueblo o de la gente, no puedes olvidar que hay muchas voces entre la gente, y no todas son idénticas. La discrepancia es legítima, e incluso necesaria, pero al final tienes que elegir.

En la construcción de un partido, la táctica y la estrategia acaban confundiéndose. El tipo de partido que quieres crear dice mucho del tipo de Gobierno que dirigirás si ganas las elecciones. Sólo los columnistas perezosos creen que las cuestiones internas de un partido no interesan a nadie. Deberían interesar a todos.

La forma en que Podemos integre las ideas e ilusiones de los círculos le hará más fuerte, pero si les da autonomía completa por ejemplo para presentarse a las elecciones municipales será un partido más vulnerable a las críticas y más propenso a las catástrofes que amenazan a los partidos: un candidato local que pacta con un partido poco presentable, un concejal que acepta ocuparse de la cartera de urbanismo, un grupo que permite que gobierne la derecha... imagínate lo peor y multiplícalo por el número de ayuntamientos a los que te presentas en las elecciones.

Son las decisiones a las que se enfrentan los partidos, no sólo los de “la casta”. Lo mismo se puede decir de los problemas de hiperliderazgo. Si cuentas con un líder que es bueno presentando sus ideas en televisión o en un mitin, como lo es Iglesias, ya puedes decir que no quieres que Podemos lo dirija “un macho alfa”, como afirmó uno de los asistentes de la asamblea, que luego escucharás a Iglesias ordenar a los asistentes que esta vez no se les ocurra aplaudir porque tiene algo muy importante que contar. Típico comportamiento de líder. O, por seguir la broma, de macho alfa.

Líderes. No puedes confiarles todo tu corazón y tu bolsillo, pero no puedes prescindir de ellos.

Bienvenidos a la política.

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