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Podemos: núcleo, entorno y afuera

Plano general del escenario del Teatro Nuevo Apolo, donde se ha celebrado el acto de clausura de la Asamblea Ciudadana de Podemos. \ Marta Jara.

Francisco Jurado Gilabert

El día en que Podemos presentaba los resultados definitivos de su larga y densa Asamblea Ciudadana, se seleccionó el hastag #NacePodemos para centralizar los comentarios en redes sociales. Desechando la idea de que haya algo casual, no premeditado, en cada movimiento de esa “maquinaria de guerra electoral”, la elección de ese HT, conlleva varias preguntas.



Si con el cierre de la Asamblea Ciudadana #NacePodemos, antes ¿qué era? ¿Ese movimiento distribuido que obtuvo cinco eurodiputados no era Podemos? ¿Los meses en los que la creación de círculos y de perfiles en redes sociales se desbordó, no era Podemos? ¿El partido “herramienta” que ya había roto el bipartidismo en las encuestas en septiembre y octubre, no era aún Podemos?



Para justificar los métodos empleados en la elección de los documentos ético, político y organizativo, así como para la votación de candidatos, se ha apelado a la eficacia y a la necesidad de un equipo de dirección compacto y afín, de confianza. Como si fuera un requisito indispensable para cosechar el éxito electoral. Sin embargo, ya se había llegado a una posición propicia e ilusionante funcionando de otra manera. De entre los diagnósticos sobre el éxito de Podemos, se han desechado unos cuantos y se ha concentrado todo en el liderazgo, y a través de ese liderazgo, o sobre él, se ha construido toda la estructura fuerte de la organización.



Podemos se conforma en una suerte de tres capas o dimensiones: el núcleo, copado por el equipo mediático y su gente de confianza, la que, a partir de ahora, gestionará los órganos de dirección. Una segunda capa, el entorno, compuesto por los círculos, por la gente más o menos implicada directamente en el partido, aunque en un nivel más descentralizado, entre el núcleo y la periferia. Por último, encontramos al afuera, compuesto por los inscritos en la web y los que potencialmente se podrían inscribir, es decir, todo el mundo.

La estrategia de validación, tanto de los documentos como de las elecciones a los órganos, ha consistido en llegar al afuera, puenteando, llegado el caso, al entorno. Y cuando hablo de puentear no lo hago gratuitamente, ya que el esfuerzo de muchos círculos en preparar sus borradores, en consensuarlos, en elaborar sus propias listas y presentar sus candidatos, era un esfuerzo baldío, desde el principio. Por supuesto que las votaciones han sido legítimas, pero el factor mediático y la posibilidad de votar en bloque (documentos y listas) ya anticipaba los resultados mucho antes de celebrarse.

Esta estrategia de validación cuenta con sus ventajas y sus inconvenientes. Entre las primeras se encuentra superar una de las barreras naturales de los movimientos sociales, enredarse en procedimientos y debates internos que hacen imposible llegar al afuera, atascando procesos hasta reducir al propio movimiento y condenarlo a la marginalidad política. La conexión con ese afuera ya está establecida y es favorable, por lo que es inteligente mantenerla. Pero, por otra parte, con esta estrategia se corre el riesgo de frustrar y desmovilizar al entorno, a las personas que ponen mucho tiempo y esfuerzo en la construcción de los pilares sobre los que se sustenta la cúpula y todo el edificio.



Es cierto que el entorno suele ser más crítico y exigente que el afuera, que la micropolítica desgasta y cansa más que la política del mitin y el plató y que, cuando el viento es favorable, el afuera suele ser un público muy agradecido y fervoroso, más tendente al aplauso que a la crítica. Pero el beneficio del afuera es más volátil que la fidelidad del entorno. Y cuando el contexto no sea tan favorable y “pinte en bastos”, los aplausos se tornan rápidamente en críticas. No en vano, la paciencia de la gente con los representantes políticos ha llegado a mínimos históricos. Si llegase el momento en el que el camino se tuerza –no es lo mismo hacer oposición a la casta que gobernar y no convertirte en casta–, será el entorno, los círculos, los activistas, el capital más sólido sobre el que se pueda sostener Podemos.

Como, por ahora, la labor de Podemos ha sido la de oposición, dispone de un gran capital en la confianza y la ilusión que ha depositado la gente en este proyecto. Pero el depósito, que es un tipo de contrato civil, consiste en que el depositante (la gente) cede la tenencia de una cosa (confianza e ilusión) al depositario (Podemos, sus dirigentes) para que se encargue de custodiarla, debiendo éste restituirla cuando el depositante la reclame. No se traslada el dominio ni la posesión de la cosa, pues su mero uso se considera hurto de la misma. No es oportuno, entonces, confundir confianza con fidelidad.



Ya dijo Pablo Iglesias hace unos días que lo más difícil estaba aún por llegar, no le falta razón pero, entonces, convendría replantearse, en términos de prácticas y discurso, si el trato que se le está dando al entorno es el más conveniente para mantener la cohesión interna, la ilusión y las ganas de trabajar de las miles de personas anónimas que ponen su granito de arena desinteresado para que el proyecto salga adelante.



La respuesta a esta cuestión no la van a encontrar en el afuera, sino en esa micropolítica que cansa y desgasta, en las reuniones y asambleas, cara a cara, en los debates de baja escala en las redes sociales, no en las campañas con hastags que inciten a seguir, en vez de a interactuar. Al final, lo mediático puede no ser sólo causa, sino también efecto y, entonces, habremos errado en la hipótesis.

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