Historia de dos carteles
Ahora que todos, expertos y aficionados, nos lanzamos a interpretar el éxito de Podemos (y con qué claridad ven algunos a toro pasado sus principales valores), yo me he acordado de los carteles electorales de mi barrio. Los de IU y Podemos, los que ven en la foto de arriba.
La mayoría aparecían así, emparejados en la misma pared. El potencial votante de izquierda de mi barrio se los encontraba juntos, y podía compararlos. Las elecciones tienen mucho de mercado, y está bien poder ver las dos ofertas en un mismo vistazo. No sé si los militantes de Podemos lo hicieron con intención, pero allí donde había un cartel de IU plantaban uno de los suyos. Y el contraste entre ambas imágenes parece claro, y dice mucho de las diferencias entre ambas formaciones.
¿Qué ve en ellos un votante? Pongamos un votante de los que hemos convenido en llamar “indignado”, para entendernos. Más o menos de izquierda, que a veces ha votado a IU, a veces quizás al PSOE cuando tocaba echar al PP del gobierno. Va por la calle y se encuentra esos dos carteles. ¿Qué le dicen ambas imágenes?
Son como el día y la noche. O mejor dicho: el ayer y el hoy. O el ayer y el mañana.
A un lado, Willy Meyer, que lleva décadas en política activa, que ha sido concejal, diputado y suma diez años en el Parlamento Europeo. Un hombre de partido, lo que el votante común identifica como “el aparato”. Al otro lado, Pablo Iglesias, joven, activista pero alejado de aparatos partidistas, que nunca ha pisado moqueta y que pone voz a un discurso anti-clase política (“la casta”) muy extendido entre una ciudadanía que, aunque pueda ser injusto, ve a Meyer como parte de la misma “casta”.
A un lado, Willy Meyer, un político de pasado intachable y que seguramente ha trabajado bien en Europa, pero que no tiene carisma ni mucha capacidad comunicativa. Al otro lado, Pablo Iglesias, que no es un animal televisivo como podríamos creer, sino alguien que ha estudiado a fondo la importancia de la comunicación en política, y tiene muy pensado cada gesto y palabra que hace o dice delante de una cámara.
Si seguimos mirando los carteles, junto a Meyer aparece Paloma López: sindicalista, con una larga trayectoria de cargos en CCOO, un sindicato de largo y valioso historial en defensa de la clase trabajadora, pero que hoy recibe una valoración pésima por parte de muchos trabajadores: unos decepcionados por un sindicalismo institucional y de pacto social, otros por haber comprado el discurso antisindical. Con López, IU decía querer conectar con los trabajadores, pero su vinculación sindical genera rechazo en no pocos.
Al otro lado, junto a Pablo Iglesias aparecen no uno sino cuatro candidatos: solo uno de ellos tiene historial conocido, y para bien: el ex fiscal Jiménez Villarejo, merecedor de prestigio y aprecio por sus denuncias contra la corrupción. Los otros tres son gente de la calle, como cualquiera de nosotros, totalmente alejados de “la casta”, y así se les presenta en el propio cartel: Teresa Rodríguez, “Maestra de escuela pública”; Lola Sánchez, “Autónoma en paro”; Pablo Echenique, “Científico del CSIC”. Fueron elegidos en primarias, pero cualquiera diría que salieron de un casting, difícil que fuesen más representativos de “la gente” versus “la casta”.
He dicho primarias, sí. Aunque algunos no le dimos tanta importancia al tema, hay que reconocer que son un plus para muchos votantes: las primarias abiertas de Podemos, frente al rechazo de IU (a veces con argumentos un tanto pintorescos), que además no supo defender su método de candidatura, broncas internas incluidas, lo que dejó la sensación de más de lo mismo en los votantes: otra muestra de “la vieja política”.
Lo dejo ahí, no voy a entrar en cuestiones estéticas, porque además saltan a la vista: la imagen dinámica, joven, cercana, de la foto de grupo en Podemos, tomada en exterior, frente a la rigidez y formalidad de la pareja Meyer-López, una foto de estudio que podría pasar por el retrato de una pareja celebrando sus bodas de plata durante un crucero. Otra vez lo nuevo y lo viejo, ayer y hoy (o mañana).
Son solo dos carteles, pero este mismo análisis lo podríamos hacer si comparamos las estrategias de comunicación de unos y otros, sus discursos públicos, sus actos de campaña, su trabajo en redes, su imagen de marca… El trabajo del equipo de Podemos es brillante, y tiene razón Pablo Iglesias cuando dice que será objeto de estudio en el futuro para politólogos y expertos en comunicación. Hay que reconocerle todo el trabajo a sus principales cerebros, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa, Ariel Jerez, el propio Iglesias, todos encabezados por el valioso Iñigo Errejón.
Merece ser estudiado el discurso construido por Iglesias y los suyos. Todo aquello que algunos votantes de izquierda rechazábamos (el desplazamiento del eje izquierda-derecha hacia una clave ellos-nosotros, la casta vs la gente; la apelación al sentido común, la ausencia de señas de identidad reconocibles por la izquierda, la mención continua al patriotismo…), hoy reconocemos que funciona. No por eso nos va a gustar, a mí al menos sigue sin apelarme, pero reconozco que sabían lo que hacían.
Siendo asombrosamente eficaz su estrategia, esa eficacia se amplificaba en contraste con su principal competidor en el sector de votantes a que se dirigían. La grisura comunicativa de IU, prolongación de su falta de cintura a la hora de adaptarse a las nuevas formas de acción política (que nos pueden gustar más o menos, pero es obvio que funcionan), hizo más potente el discurso y la imagen de Podemos.
Podemos no ha atacado directamente a IU, no ha buscado sus debilidades. Le ha bastado construir un discurso que era exactamente el reverso de todo aquello que los ciudadanos identifican como fallos del sistema político: primarias frente a aparato, transparencia frente a corrupción, crowdfunding frente a créditos bancarios, la calle frente a los actos cerrados, el círculo abierto contra la agrupación de afiliados… En ese juego de contrarios, IU no ha sabido situar bien su espacio, mientras Podemos trazó una clara línea roja.
Por supuesto que el secreto de su éxito no es solo imagen, comunicación o redes sociales. Como tampoco lo es su visibilidad mediática en tertulias televisivas o en un medio digital como Público, pese a su importancia. Sobra decir que tampoco se explica por el programa, que en la práctica no se diferencia del de IU. Y ni siquiera el rápido crecimiento de su militancia en círculos, que es más un efecto que una causa.
¿Entonces? ¿Qué más hay además de carteles, inteligencia comunicativa, discurso hábil, redes sociales y actos multitudinarios? Hay sobre todo votantes. Muchos votantes. Cientos de miles de votantes que llevaban años sin partido al que votar, que estaban cansados de “la vieja política” (saco al que caían todos los presentes en las instituciones, por injusta que sea la generalización), y que no querían abstenerse porque estaban más politizados que nunca. La enorme repolitización ciudadana de estos años de protesta ciudadana no encontraba papeleta llegado el momento de votar. No lo era por supuesto el PSOE, atado al hundimiento del régimen, pero tampoco IU, alcanzada de lleno por la onda expansiva del rechazo ciudadano a la clase política, percibida también como una pieza más del sistema, parte del problema antes que la solución. Además de muchos votantes, de izquierda o no, que nunca votarían a una IU que siguen identificando con el PCE.
¿Y tú, por qué votaste a Podemos?
¿Y tú, por qué votaste a Podemos?He preguntado en mi entorno, a modo de encuesta sin ningún valor sociológico, pero que a mí al menos me dice mucho sobre esa relación IU-Podemos. Pregunto a gente que el domingo votó Podemos, y estos son algunos de sus motivos. Entre ellos hay de todo, ex votantes de IU y del PSOE:
“Por cambiar, por votar diferente”.
“Por la posibilidad de aglutinar un voto amplio de izquierdas que no se reconocía con lo existente”.
“Porque el domingo me levanté diciendo ”no voy a votar porque esto es una mierda“, y quiero dejar de creer que es imposible”.
“Porque me saben a pueblo, a organización ciudadana, de base”.
“Porque confío en que pelearán para que terminen los desahucios, los recortes y el paro”.
“Por su discurso cercano a los problemas reales, y alejado del enfrentamiento declarativo entre partidos que menosprecia al ciudadano”.
“Porque me gustan las ideas que transmite Pablo Iglesias, y su concepto de crear un partido del pueblo”.
“No quería dejar de pasar la oportunidad de votar al espíritu del 15M”.
“Por la oportunidad de cambiar la lógica política”.
“Porque hacen política de otra forma”.
“Por ser un partido ciudadano, transparente, sin la radicalidad de IU, sin corrupción, y que ha transformado el discurso de burgueses y proletarios a ciudadanos y casta”.
“Porque es el único partido que defiende los derechos más básicos”.
Supongo que si preguntan en su entorno, encontrarán respuestas similares: hartazgo, frustración, rechazo al más de lo mismo, y unas ganas locas de cambio. Y esas ganas las han recogido Podemos con un discurso movilizador como hacía mucho que no se escuchaba por aquí. Desde el 82, tal vez, y no es casual la apelación de Iglesias a la victoria de González en aquellas elecciones y lo que representaron.
Nada de esto era fácil. Otros lo han intentado antes, sin éxito. Hay que aplaudir la inteligencia y el trabajo de quienes pusieron en pie algo así en solo cuatro meses. Pero sin esos votantes que estaban a la espera, no habría sido posible.
Termino volviendo a los carteles. Quizás los interpreto a toro pasado, pero mirando de nuevo las fotos, el lema, los colores, yo veo en el de IU algo de desgana, de rutina, mientras que el de Podemos inspira ganas, confianza. Ilusión, esa palabra que tanto han repetido. Yo no les voté, pero entiendo que más de un millón lo hiciera. Creyeron que, como llevan meses repitiendo, sí se puede. Y han podido.