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Un país secuestrado por un mentiroso

Mariano Rajoy.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Nadie como Rajoy para secuestrar la esperanza. Incluso en este tiempo de escepticismo y desdén hacia los políticos, él es capaz de rebajar el listón de la decencia hasta niveles insospechados. Tiene secuestrado a su partido gracias al hecho de que es un remedo moderno de una monarquía feudal. Los dirigentes se reúnen para escucharle y romperse las manos aplaudiendo sus divagaciones y pronósticos errados. No importa cuántas veces la realidad haya demostrado que no se enteraba de nada. Ahí están todos para ovacionarle en una estampa más propia del siglo XX y de ciertos regímenes que no se basaban precisamente en el sufragio universal y la división de poderes.

Lo malo es que a causa de los endemoniados resultados de las dos últimas elecciones –y aún tendremos tertulianos que tengan claro lo que han dicho los españoles con su veredicto en las urnas–, los rehenes no son sólo los votantes del PP, sino todos los españoles. Han pasado casi dos meses después de los últimos comicios y aún no se ha avanzado casi nada en la formación del Gobierno.

Ciudadanos cedió y se mostró dispuesto a apoyar la investidura de Rajoy, poniendo de entrada un precio alto, pero eso no es raro en el comienzo de las negociaciones. Ni por esas.

Rajoy prometió a Albert Rivera que llevaría sus condiciones a la reunión del Comité Ejecutivo Nacional. “Como comprenderán”, dijo, no voy a tomar esa decisión por mi cuenta. “Debo someter el documento a la aprobación del Comité Ejecutivo de mi partido”.

Eso ya exigía mirar a otro lado, porque todos sabíamos que estaba mintiendo (¿se iban a rebelar?), pero, qué demonios, los políticos tienen derecho a tomarse su tiempo y utilizar procedimientos y normas como excusa para buscar el mejor momento en el que tomar una decisión difícil. Pero dijo de forma explícita que llevaría a ese órgano de dirección la oferta de Ciudadanos para que fuera debatida y, en su caso, aprobada.

Llegó la reunión, los súbditos aplaudieron y el presidente en funciones se presentó ante los periodistas. Habló durante 17 minutos en una introducción que no incluía nada que no conocieran los que le estaban escuchando. Tuvo el detalle de recordarnos en qué fecha se celebraron las últimas elecciones. Nada dijo sobre las condiciones de Ciudadanos, unas exigencias que los dirigentes del partido de Rivera dijeron que no iban a cambiar ni en una coma (esa obsesión de los políticos por las comas cuando quieren sacar pecho).

Así que una periodista tuvo que preguntarle por lo que todos sabíamos. Había dicho antes de esa reunión que iba a consultar a su partido sobre las condiciones presentadas por Ciudadanos, comentó.

“¿Y quién ha dicho eso?”, respondió Rajoy. Usted lo dijo, deberían haber gritado todos los asistentes a la rueda de prensa puestos en pie. “Yo nunca lo he dicho. Yo he convocado al Comité Ejecutivo de mi partido para que me autorizasen a negociar. Lo otro lo dice usted. Nunca me habrá oído a mí decir eso”.

Los políticos españoles exageran con frecuencia cuando utilizan la palabra 'mentir'. Al menos, en el Parlamento británico tienen la delicadeza de emplear todo tipo de eufemismos o giros verbales para no llegar tan lejos. Al final, no siempre puedes estar seguro. Para mentir, hay que decir algo falso a sabiendas de que es falso.

En el caso de Rajoy, no hay margen para la duda. Mintió en la rueda de prensa del miércoles, a menos que sufra de desdoblamiento de personalidad o sea como Norman Bates en Psicosis. Mintió porque le da igual Ciudadanos o el PSOE, le da igual la Constitución o el papel del rey en la formación del Gobierno, le da igual que se haya votado dos veces o que haya que votar otras tantas. Mintió como cuando prometió antes de las elecciones de 2011 que solucionaría el problema del paro en seis meses cuando sabía que eso era imposible. Mintió como cuando le dijo a Montoro al llegar al poder que no iban a subir el IVA y luego le ordenó lo contrario. Mintió como cuando Alemania y la Comisión Europea le obligaron a pedir el rescate bancario y luego salió diciendo que era él el que había presionado a los demás.

Está amarrado al trono de Moncloa y se ve favorecido por el fin del bipartidismo (sí, parece mentira, él que decía que todo iba a seguir igual en 2015) y la fragmentación del Congreso, la tradicional división de la izquierda, el psicodrama que vive el PSOE con un líder acechado por otra dirigente esperando su momento para eliminarlo, y unos medios de comunicación en su mayoría domesticados por el poder o por sus problemas económicos.

Es el secuestro de un país y sólo falta la foto de los rehenes sosteniendo temblorosos una portada de periódico con la fecha del día. Sólo queda pagar el rescate y permitir que el amigo de la familia Bárcenas, el padrino de todos los dirigentes del PP a los que han pillado robando, continúe en el poder.

Queda la posibilidad de mantenerse firme, de aceptar que no se puede premiar el chantaje, de pensar que es mejor continuar con un Gobierno en funciones y volver a las urnas antes que permitir esta transacción. Es un precio muy alto, pero quizá sea el más digno.

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