Rajoy no vale para hacer frente a esto
Nadie sabe lo que va a pasar a partir del lunes. El gobierno no tiene plan alguno. Como mucho, hipótesis de actuación a corto plazo que se pondrán en práctica, o no, en función de cómo evolucionen los acontecimientos o de que hagan sus adversarios. Las elecciones de este domingo en Cataluña pueden ahondar hasta extremos insoportables la crisis de Estado que España vive ya desde hace unos cuantos años y, no obstante, Mariano Rajoy y los suyos siguen navegando a la vista, concentrados en su único objetivo, el de no perder La Moncloa. Y eso confirma que el mayor problema de la política española, del que cuelgan todos los demás, es que el país tiene unos gobernantes que no están a la altura de sus responsabilidades y que en una situación normal nunca deberían haber llegado al poder.
Este viernes Soraya Sáenz de Santamaría ha dicho que sea cual sea el resultado de las catalanas el gobierno no va a cambiar de política, que cualquier eventual negociación tendrá que producirse dentro del marco de la constitución y que no se hará concesión alguna a Cataluña en materia de financiación. Y se ha quedado tan ancha. Aunque esa postura represente una nueva negación de la realidad por parte de este gobierno. Porque cualquier vía de negociación con el futuro gobierno catalán pasa por una reforma de la constitución y por un nuevo planteamiento de la financiación de las autonomías. Lo dicen, en Cataluña y en toda España, hasta exponentes de posturas muy opuestas al independentismo. Porque está claro que el motor principal de la movilización soberanista, además de las insensateces del PP, ha sido justamente el rechazo del actual statu quo.
Pero Rajoy no quiere aceptarlo. Porque él y sus asesores han llegado hace tiempo a la conclusión que la suerte de las generales y su permanencia en el gobierno se juega a la carta de la intransigencia con las reivindicaciones catalanas, al “mantenella y no enmedalla” que tanto ha hecho por llevar las cosas al disparadero actual. Y no sólo no saben cómo salirse de esa lógica, porque nunca han hecho el esfuerzo de pensar en otra distinta, sino que ahora ya no pueden. Porque han galvanizado al grito de “España, una” a su electorado más tradicional, en el que confían para ganar en precario en diciembre, y cualquier mínima modificación de ese rumbo colocaría a este en su contra sin mayores contemplaciones. Rajoy, hoy más débil que nunca aunque quiera aparecer omnipotente, es preso de su estúpida política catalana. Lo peor es que el conjunto de los españoles también lo está.
Jugar al equilibrio y a la imparcialidad, cargando contra Artur Mas y el independentismo catalán para compensar dialécticamente la terrible responsabilidad que la derecha española tiene en el entuerto no sirve para nada. ¿Qué aporta descubrir a estas alturas que en Cataluña hay nacionalistas, gentes y políticos que no quieren ser españoles y que creen, y ahí radican los males de ese y de todos los nacionalismos, que ser catalán es una condición superior, cuando eso se sabe desde hace tiempo inmemorial? ¿Para qué vale denunciar sus ensueños cuando se ha hecho todo lo posible para que éstos sean compartidos por una mayoría?
Si los sondeos no se equivocan, los resultados del 27-N serán la confirmación de la estulticia del gobierno del PP en este capítulo decisivo de la política española. También de los enormes errores que el PSOE cometió en el mismo durante la época Zapatero. ¿Cuántos votantes del PP y cuantos miembros del establishment económico y social español comprenderán que la incapacidad política de Rajoy y de los suyos ha contribuido decisivamente a que las cosas han llegado a ese punto? ¿Alguien se atreverá a pedirles cuentas de lo que han hecho?
Quién sabe si eso puede ocurrir tras las elecciones generales si éstas le van mal al PP. Pero aunque se detecta cierto malestar en algunos ambientes de la derecha, hoy por hoy es impensable que antes de esa fecha pueda consolidarse una maniobra, interna o externa, para poner a alguien distinto de Rajoy a la cabeza de la lista del PP. A menos que la crisis catalana explote en las próximas semanas de forma incontrolable y se lleve todo por delante.
Porque la lógica, y el seguimiento de cómo han venido actuando hasta ahora, hace pensar que los independentistas no van a precipitar los acontecimientos. Al menos hasta que se celebren las generales españolas. Entre otras cosas, porque bastante tendrán con lidiar con sus contradicciones internas –la CUP puede jugar un papel determinante- y con tratar de evitar que el desgarro que la pelea electoral ha producido dentro de la sociedad catalana no devenga en males mayores. Aunque no cabe descartar que haya momentos de tensión, o algo más, si como es previsible, la bandera de la campaña electoral del PP para las generales es la intransigencia y la caña al soberanismo.
Pero si Rajoy se mantiene en La Moncloa su planteamiento, lo disfrace de lo que sea, va a seguir siendo el mismo que el actual. Por lo que la inestabilidad está garantizada y podrá pasar cualquier cosa: y crucemos los dedos para que no se agrave por culpa de un empeoramiento de las circunstancias económicas y financieras internacionales, que no pocos de los expertos más respetables creen que es altamente probable.
En un país normal, quienes quisieran batir al PP incluirían en su programa una propuesta de negociación seria con los independentistas catalanes, justamente para hacer lo que Rajoy no sabe. Pero aquí nadie parece atreverse a avanzar en ese terreno. De hecho, la única hipótesis de movimiento en el mismo es la de una coalición entre el PP y el PSOE para hacer frente al vendaval. Y, de paso, para arrumbar cualquier posibilidad de cambio en los demás capítulos de la política española.
Habrá que esperar a ver qué ocurre en las próximas semanas. Pero cabe sospechar que esa ausencia de alternativas por parte de la oposición se deba, sobre todo, a que ningún partido de fuste va a atreverse a proponer nada que podría rechazar la mayoría de sus electorados. En los que está cada vez más extendida una nueva forma de nacionalismo español que justamente ha surgido del radicalismo anti-catalanista que se ha difundido en todos los ámbitos.