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Sacar a Franco del Valle de los Caídos

La cruz del Valle de los Caídos. / Efe

Rosa Paz

Hay infinidad de cosas que ocurren aquí, que en un país normal se habrían resuelto hace ya décadas por consenso de todos los partidos. No hay más que mirar alrededor, a los países de nuestro entorno, para ver, por ejemplo, que en ninguno de ellos tienen expuestas las tumbas de sus dictadores en faraónicos mausoleos. Ni se les pasaría por la cabeza. Ni a los gobernantes –incluidas las respectivas oposiciones parlamentarias– ni tampoco a la inmensa mayoría de los ciudadanos.

Aquí, sin embargo, han pasado 35 años desde que se aprobó la Constitución, y la sepultura de Franco sigue colocada al pie del altar mayor del Valle de los Caídos, bajo la cruz cristiana más alta del mundo y, lo más grave, en un recinto en el que se encuentran también los restos de miles de víctimas de la Guerra Civil y de la represión posterior de la dictadura.

Es una situación anómala, atípica en una democracia consolidada, en la que lo habitual es hacer una lectura compartida de la historia y eliminar los elementos de exaltación de regímenes totalitarios. Pero aquí la derecha sigue sin condenar el golpe de Estado de Franco contra la legitimidad democrática de la República; la tumba del dictador se mantiene en un lugar preeminente y todavía quedan en las cunetas miles de cadáveres de fusilados al amanecer, sin que se hayan abierto las fosas comunes, identificado sus restos y entregados a sus familias para que les den digna sepultura.

Así son las cosas aquí cuando han pasado más de 70 años del final de la guerra, 38 desde la muerte del dictador, 35 de la Constitución. Y lo sorprendente es que, cuando al PSOE se le ocurre plantear una proposición no de ley para que los restos del dictador sean trasladados al lugar donde decida su familia, con el objetivo de dignificar el recinto de Cuelgamuros –algo que, sin duda, podía haber hecho cuando gobernó–, el PP responde que a ellos lo que les importa es “gobernar mirando hacia el futuro y no mirar hacia el pasado”. Como si por ignorar el pasado éste fuera menos ignominioso. Si hasta algunos de sus apoyos mediáticos argumentan que la intención de los socialistas es “poner en evidencia a los populares ahora que están logrando que España salga de la crisis”. ¡Vamos!, que el Gobierno no sólo no tiene intención de trasladar la sepultura de Franco sino que, además, se demuestra que el tema le incomoda.

Claro que el PSOE ha estado dos décadas en el poder y podría haber sacado la tumba del Valle de los Caídos, y no lo hizo. Pero la dignidad de la democracia pasa por hacerlo, por despojar al colosal monumento de su carácter de homenaje al dictador, por limpiarlo de connotaciones franquistas y por convertirlo en el cementerio de los 33.847 muertos que allí yacen.

Y más vale hacerlo tarde que no hacerlo nunca. A los partidos democráticos, incluido el PP, les corresponde consensuar la forma de acabar con esa anomalía democrática y de hacerlo cuanto antes. Porque si se sigue dejando pasar el tiempo y se mantiene esa monumental ignominia, será difícil no pensar que la derecha española está demasiado anclada en el pasado y la izquierda no tiene –no ha tenido– el coraje suficiente para resolver asuntos de decencia democrática, que son de simple sentido de la justicia. De sentido común.

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