Siglos de destrozos contra la libertad
Años 50. El escritor y guionista norteamericano Dalton Trumbo sale del cine con su familia. Otro padre le aborda en el vestíbulo –delante de su mujer e hijos- y le pregunta si es la persona que acaban de ver en la pantalla. Trumbo responde que sí y el otro le lanza violentamente el contenido de un vaso a la cara arguyendo que él ama a su país. El agredido responde: “Yo también”. La proyección incluía una crónica de Hedda Hopper, efímera actriz que triunfaría como gacetillera por su lengua viperina y, sin duda, por su ideología profundamente ultraderechista. Hopper está enarbolando la bandera de la “Caza de brujas” del Macartismo. Y la arenga ha cuajado en ese “patriota” de cerebro hueco que sin preguntarse nada más increpa y asalta al que le han indicado. Es una escena impactante - por su simbología de todo tiempo- de la película Trumbo. La lista negra de Hollywood (2015) que acaba de estrenarse en España.
Dalton Trumbo fue uno de aquellos que, como cantara José Antonio Labordeta, “hicieron lo posible por empujar la historia hacia la libertad”. Y el Macartismo uno de los episodios más erráticos y miserables en la vida de los EEUU, absolutamente impune, por cierto. Como suele suceder. Se desarrolla en el contexto de la guerra fría, cuando el enemigo a abatir de la época lo han fijado en la Unión Soviética. Fanáticos de extrema derecha, liderados por el senador republicano por el Estado de Wisconsin, Joseph McCarthy, inician un proceso político que el tiempo demostró carente de toda razón y garantías jurídicas. En él acusaron a artistas, intelectuales, periodistas, funcionarios, militares incluso de “ser comunistas” –que no estaba prohibido- y de ejercer “Actividades antiamericanas”.
El Macartismo fue una aberración, cuajada de listas negras, delaciones, presiones, y todo tipo de irregularidades, que se llevó por delante a decenas de víctimas del oscurantismo. Y Dalton Trumbo figura muy destacada entre los afectados dentro de la industria del cine, de la cultura, que tanto irrita a las cortas mentes de la involución. Sufrió cárcel –por desacato al Congreso en el interrogatorio-, exilio, y, como tantos otros, vio cerradas las puertas para trabajar. Pero ocurrió que, además de tenaz, era uno de los escritores más brillantes que haya dado Hollywood. Baste señalar que escribió el guion de Espartaco (1960), bajo seudónimo, y ganó un Oscar. Uno de los dos que obtuvo. Kirk Douglas se lo encargó afrontando que le hundieran su carrera como les pasó a otros. Pocos se levantaron, por cierto, a gritar “Yo soy Espartaco” con todos los perseguidos. Pocos, pero notables. De forma que constituyeron el germen para que la ominosa época del Macartismo acabara… aunque sin responsabilidades penales, solo por declive.
No es una historia del pasado. Arthur Miller escribió por aquellos días precisamente sobre “Las Brujas de Salem” utilizando los juicios que se sucedieron en 1692 en Massachusetts como alegoría de la “Caza de rojos” del Macartismo. Borrando la memoria de las atrocidades anteriores cada día, la lucha contra la libertad asiste hoy a otra de sus batallas cruciales. Los ciudadanos parecen contemplar indiferentes al aumento exponencial de la ultraderecha e incluso el fascismo sin paliativos en plena Europa, en numerosos parlamentos ya. Otro descarrío como Donald Trump se dispone a enfilar su camino a la Casa Blanca como candidato ya único del Partido Republicano. Y allí vemos al obediente rebaño, ungido de lobo fiero, agrediendo a quienes les marcan sus pastores. Incluida la negación de socorro, por ejemplo, a los refugiados. Los que nos trajeron hasta aquí, los causantes de la crisis, los que no supieron afrontarla, como mando y solución.
Y qué decir de la España en eterna campaña electoral y bajo el gobierno, aún, del PP. Ese partido, inmerso en la corrupción, que ha empleado la legislatura en sembrar de mordazas el ordenamiento jurídico mientras practicaba precisos recortes sociales y aumentaba la Deuda Pública a nivel de soga al cuello. Varios periodistas ya han sufrido sus rigores. El irracional Macartismo de hoy se lanza desde los púlpitos de las ondas, las televisiones o la prensa. Se diría que está en vigor un Comité de Actividades Antiespañolas, que básicamente consisten en ser de izquierdas, pensar, no resultar demasiado convencional y cuestionar los privilegios de una minoría a costa de los demás. Cuentan hasta con patéticos bonobos que señalan a quién disparar, como hizo Jiménez Losantos con varios políticos de Podemos, sin la menor consecuencia judicial. O con otros similares que llevan escrita en la expresión el servilismo y el lucro que su actitud les proporciona.
Con políticos como el director de la Policía, Ignacio Cosido, que se ha atrevido a calificar de “amenaza a la democracia” a Podemos, en la cadena de los obispos 13Tv, y que aún sigue en el cargo. Su correligionario, Rafael Hernando, portavoz del PP, diciendo: “A Sánchez le ha movido la ambición, a Iglesias sus intereses en Irán y Venezuela y a Rivera las mentiras”. A su homólogo del PSOE “acusando a Podemos de ser la vieja izquierda comunista”, como haría textualmente el propio McCarthy. Albert Rivera, su socio de los últimos meses, vuelve a recordar “lo antiguo” que es “el comunismo”, alternando con la eterna cantinela de Venezuela. Y es que el discurso oficial retoma a IU como amenaza comunista. Y ABC remata la faena con una desorbitada columna de Gabriel Albiac en la que habla de “la alianza Garzón-Iglesias” como “el rancio estalinismo y el juvenil fascismo” que parece ser le recuerda a “el reparto militar del continente entre Stalin y Hitler”.Y todos ellos se quedan tan anchos. Y sus seguidores también.
Cuesta creer que personas con un mínimo de inteligencia y de honestidad puedan engullir este cúmulo de despropósitos. Al punto, de sumarse a las filas de estos ejércitos y combatir lo que les indican. Al igual que aquél que remojó a Dalton Trumbo, mentes blandas sueltan un Venezuela cada vez que se les nombra a Pablo Iglesias o cualquier miembro de Podemos. Pronto dirán también “comunista estalinista y fascista” a Alberto Garzón al que empiezan a temer electoralmente. Parece mentira pero ocurre. Personas hechas y derechas, capaces al menos de llevarse la comida a la boca con la cuchara, responden como activados por un botón al mecanismo dictado, la misma asociación: Venezuela, Venezuela, convertida en el cúmulo de ni se sabe cuántos males superiores al resto del planeta. Sin preguntarse siquiera por qué, este país latinoamericano cuenta con noticias diarias en los medios españoles, de repente, desde que nació Podemos.
España retrocede a grandes zancadas mucho más allá que a los tiempos de Las Brujas de Salem: vamos directos a la Inquisición de los Torquemada. Un país serio no se puede permitir contar en la judicatura con una fiscal como Marisa Morando que este jueves llamaba puta (“Las señoritas están en su derecho de alardear de ser putas, libres, bolleras o lo que quieran ser, pero…” ) a la portavoz del Ayuntamiento de Madrid Rita Maestre por el alucinante caso en el que ha sido condenada: el de su protesta en sujetador en una capilla de la Universidad Complutense cuando era estudiante. Y en absoluto tampoco el llevar detenidos y mantener encausados con duras medidas cautelares a unos titiriteros que denunciaban montajes policiales con una ingenua pancarta. Ni que se vea en problemas un actor como Alberto San Juan por arriesgarse a evidenciar lo absurdo de ese caso representando otra vez la obra.
Todas las libertades están en riesgo, cuando no perdidas algunas. Los ataques homófobos -en Madrid particularmente- van en aumento, porque a los retrógrados ultraderechistas les preocupa mucho con quién se meten otros en la cama. En Tarragona hace unos días, dos activistas antitaurinas fueron apaleadas y pateadas por seguidores de “La Fiesta”, acaudillados por una Hedda Hooper local, de la que tantos ejemplos tenemos en España. Mientras la chusma de la plaza no movió ni un dedo para evitarlo y llegó a jalear a los agresores. Cuesta creerlo, sí. Entrar en lo que pasa por esas cabezas. Parece imposible que individuos de la especie humana sientan y actúen así contra quien no coinciden con sus atavismos. Y , en la misma línea, asombra ver a auténticos mostrencos creerse superiores por pertenecer a la raza blanca y a países europeos no proscritos. El racismo también está aumentado. Como el machismo.
El peligro reside en esas personas que se niegan a sí mismas la capacidad de razonar. No se explica la falta de curiosidad intelectual, social, humana, que lleve a indagar qué persiguen con todo ello, a quién beneficia y quién pierde. A dudar al menos de quienes claramente por un plato de lentejas perjudican al conjunto de la sociedad. A pensar en las consecuencias de sus propias actitudes. Ni que aprecien tan poco la libertad y los derechos.
Cada paso cuenta, cada avance, cada retroceso. “La historia no devolverá jamás la razón que hoy se nos lleva. Cada milímetro que el mercado y el capital ganen a la razón hará falta luego reconquistarlo, contra la historia, con los mismos esfuerzos con los que en su día se le arrancaron”, escribía en un libro divulgativo el filósofo de moda: Carlos Fernández Liria.
Siglos de destrozos contra la libertad, sí. Y siempre alguien se levanta y, una vez más, logra forzarla para que pueda ser, como concluía Labordeta.