Tarjetas opacas: pago por los servicios prestados
“En aquellos años parecía que el dinero era infinito”, explica un analista de El País sobre cómo se pudo producir el caso de las tarjetas opacas. Al principio parece una frase ajustada a lo que pasó. Tal y como dice Íñigo de Barrón podríamos tener la sensación de que, efectivamente, hubo unos años en los que parecía que el dinero era infinito. Pero esa es una imagen trampa de la realidad. Es una idea que se repite para que esa repetición termine construyendo una realidad que no ha existido nunca. Al leer esa frase yo me detuve a pensar: ¿Ha existido algún momento en el que yo pensara que el dinero era infinito? ¿Tengo algún conocido o amigo que pensara que el dinero era infinito? ¿Hemos hecho nosotros uso del dinero como si fuera infinito? Esa idea del dinero infinito que ahora muchos utilizan como explicación de tantas cosas es el equivalente del “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.
Que no nos engañen, lo de Bankia no es fruto de una mala gestión sino de un determinado modelo de gestión política del dinero. El dinero no era infinito, pero el expolio estaba perfectamente planificado y sistematizado, y no sólo en Caja Madrid. Las tarjetas opacas son, simplemente, el pago por los servicios prestados, es decir, por el silencio y el dejar hacer; se trata del pago a los colaboradores necesarios. Cuando el neoliberalismo se dispuso a conquistar el control absoluto sobre los mercados y sobre todo lo que era común o público (la sanidad, la educación, las pensiones, los ahorros, las ayudas sociales…; la electricidad, el agua, el gas, el transporte… el espacio público, las calles, la cultura…) hubo de apartar a los encargados de custodiar estos bienes: los políticos elegidos democráticamente. Y nada mejor que comprarles, sobornarles. Permitirles tener acceso a la riqueza.
En los últimos 30 años lo que hemos visto es que los políticos con capacidad real de decisión entran directamente en el club de los millonarios. Bien legalmente, con la entrada directa en los consejos de administración, en un falso circuito de conferencias o de autoexplotación del propio nombre cobrando cantidades astronómicas, o como supuestos consejeros cuyos consejos se supone que valen millones. Nada de eso es real. Ni Felipe González sabe nada de energía, ni los consejos de Aznar valen un euro (no es más que un presuntuoso ignorante) ni una conferencia de Blair o Zapatero vale lo que se paga por ellas. Es un mundo ficticio, nada de eso guarda ninguna relación con la realidad. Se trata, simplemente, del pago por los servicios prestados. Es el pago por hacer políticas que poco a poco han ido socavando el control democrático de la economía y la han convertido en un espacio de totalitarismo empresarial y financiero. La otra manera es la ilegal, aunque de una ilegalidad tan blanda que más bien parece una incitación. Tráfico de influencias, cobro de comisiones, desvío del dinero público… Son acciones ilegales pero difíciles de probar, absolutamente extendidas en las propias organizaciones y que conllevan penas tan bajas que claramente compensan. Las tarjetas opacas de Caja Madrid entran en una categoría difusa. ¿Eran legales o sólo inmorales? Si eran inmorales, ¿lo eran por la cuantía o la categoría de los gastos? ¿Quién es más responsable: el que las dio, el que las usó o quienes lo permitieron? Y, sobre todo, ¿qué otras empresas u organismos públicos o con participación pública, sindicatos, partidos…entregan a sus directivos, consejeros o personal, tarjetas de crédito, dietas exageradas, regalos? ¿Qué salarios tienen esas personas? ¿Por hacer exactamente qué? ¿Qué responsabilidad tienen los partidos o sindicatos en conocer/no conocer la cuantía de estos sueldos, estos regalos, estas prebendas?
Las tarjetas opacas de Caja Madrid no son nada extraordinario dentro del sistema. Formaban parte de la retribución normal de los consejeros. En realidad, son el pago a supuestos socialistas, supuestos comunistas y supuestos sindicalistas, además de a los suyos, por callarse. Por no plantear una sola duda, una sola pregunta, una sola crítica a las políticas o actuaciones de los responsables de la caja. Unos tenían más prebendas que otros, pero allí callaron todos. Nos están mareando con la lista de gastos de los poseedores de las tarjetas pero el consejo de Caja Madrid estaba compuesto por mucha gente supuestamente capaz y avezada que parece que nunca vio nada extraño ni inmoral, ni indecente, ni pernicioso en su administración. Unos callaban porque ya tenían tarjeta y supongo que muchos otros tenían dietas, créditos ventajosos, prebendas variadas, regalos, créditos blandos… o, simplemente, tenían la esperanza de llegar a algún otro consejo de administración. De consejos de administración está el mundo lleno.
Los partidos y los sindicatos se hacen ahora los muy sorprendidos e indignados, que es lo que toca. Pero dado que todas estas personas estaban en Caja Madrid, y que hay políticos en muchas otras empresas públicas y que acceden a éstas por su militancia en esos partidos y sindicatos… ¿No tiene la obligación el partido o el sindicato de conocer las dietas, los sueldos, los regalos que sus representantes (aunque no lo sean legalmente) cobran? Por supuesto que sí, pero jamás quisieron saber o quizá sabían de sobra. Estar en un consejo de administración es un premio y eso incluye todo lo que esa pertenencia lleva aparejada.
La política se ha convertido en una de las pocas maneras que tiene una persona corriente, de familia de clase media, de hacerse rica, incluso inmensamente rica. Mientras esa posibilidad siga abierta estaremos en manos de quienes pagan para comprar voluntades y políticas. Para poder rescatar la democracia hay que romper la alianza entre poder financiero y política. La única manera es poner cortafuegos efectivos y dar a la ciudadanía la capacidad de revocar el mandato a quienes dejan de representarla para representar los intereses de las empresas. Asegurarse de que sólo entran en política personas que verdaderamente quieren servir al bien común y no les importa dedicar a ello su capacidad, su tiempo y su esfuerzo; que no les importa, incluso, ganar menos de lo que ganarían en la empresa privada.
Decir que si no hay un sueldo elevado nadie se metería en política y se perdería así los mejores talentos es otro de los mitos no demostrados del capitalismo; como el de que quien trabaja y se esfuerza termina ganando dinero o el de que los muy ricos no roban. La realidad es que la política y las empresas están llenas de incapaces, mediocres y ladrones. Puede que hubiera un tiempo en el que hiciera falta inteligencia o brillantez, además de decencia personal, para alcanzar puestos de relevancia política, pero hoy es lo contrario. Y, sin embargo, el mundo está lleno de políticos y políticas no profesionales; gente que dedica lo mejor de sí para mejorar la vida de todos y todas, buenos políticos: son los y las activistas políticos y/o sociales. Gente hay. Lo que falta es que estas personas, críticas con el poder, coherentes con sus ideales, y no personalmente ambiciosos ni corruptos, tengan acceso a los puestos de poder en los partidos políticos o en los sindicatos. Lo que falta también es un control democrático real por parte de la ciudadanía de los procesos de elección de sus representantes, así como capacidad para revocarlos cuando falten a su mandato. Falta también legislación destinada a controlar los conflictos de interés que surjan entre los políticos y las empresas o el mundo del dinero y, desde luego, faltan penas verdaderamente disuasorias y ejemplarizantes. Por ahora no hay ninguna voluntad de imponer nada de esto porque los que ahora están al mando, aquí y en Europa, ya son empleados de las grandes empresas. Y además, o quizá precisamente por esto, son los peores. Si no fuera por su origen social privilegiado, por su carrera como “pelotas”, por su absoluta falta de escrúpulos, la mayoría de las personas que hoy ostentan poder político, empresarial e incluso cultural, no serían nada.
Que no nos confundan con la lista de gastos. Lo de Caja Madrid es la punta del iceberg de un sistema podrido.