Terrorismo machista. Ya basta
Si entendemos que, por lo general, llamamos terrorismo al intento de imponer una idea política por medio del terror y del uso de la violencia, entonces podemos llamar terrorismo machista a la violencia de género, aunque en este caso no se busque revertir una situación, sino perpetuarla. Históricamente, el sistema patriarcal ha minusvalorado, cuando no alentado, la violencia contra las mujeres de manera que la violencia usada contra unas pocas sirviera como amenaza y correctivo para todas. Todo sistema de dominación, y el patriarcado lo es, tiene que usar la violencia para imponerse y luego para mantenerse, aunque esa violencia no sea utilizada masivamente. Basta con que ocurra de vez en cuando, basta la mera amenaza para que todas las víctimas potenciales sepan que es mejor no rebelarse. Históricamente esto no admite discusión posible. El asesinato o la violencia contra las mujeres por el hecho de ser mujeres –es decir, por el hecho de no ajustarse a lo que, como mujeres, se espera de ellas, ya sea lo que la sociedad espera de ellas o lo que un hombre cualquiera espera o desea-, no ha estado penada o mucho menos penada que la situación contraria. Eso quiere decir que este tipo de violencia estaba permitida, alentada como correctivo o socialmente legitimada, aun cuando existiera una pena formal. Aun ahora esto sigue ocurriendo en muchos países. En aquellos países en los que la igualdad formal es un hecho y el reproche penal por matar a un hombre o a una mujer es el mismo, aun en estos casos, la legitimación cultural se sigue dando en el caso de los asesinatos machistas.
Culturalmente sigue muy presente la idea de que los hombres tienen ciertos derechos (o muchos) sobre las mujeres con las que se relacionan sexual y afectivamente, y esto redunda en cierta tolerancia social cuando el asesino en cuestión no puede soportar el hecho de que “su” mujer le hace saber que no le pertenece. Tolerancia social a la que se une –o que fomenta- la tolerancia institucional y política, así como el relato que se sigue haciendo desde los medios de comunicación: la mató porque la quería, la mató por celos, la mató porque ella hizo algo que no debía o, simplemente, porque estaba loco. Lo cierto es que la mató porque él creía –el sistema le había hecho creer- que estaba legitimado para matarla, que tenía derecho a matarla; la mató porque ella, con su comportamiento, había dañado su sentido de la masculinidad. El sistema enseña a los hombres (las encuestas con los jóvenes dan cuenta de ello) que la masculinidad depende del comportamiento de las mujeres con las que se relacionan, especialmente de aquellas sobre las que han adquirido ciertos derechos; luego son las mujeres con su comportamiento las que desatan la violencia en algunos hombres.
Así pues, en realidad, ellos matan por una determinada idea política. El machismo es, también, una idea política o más bien, un sistema de ideas de representaciones, de sentimientos, de normas culturales, de mandatos simbólicos…un sistema ideológico en definitiva. Uno que sostiene que hombres y mujeres no somos iguales, que las mujeres tienen que hacerse cargo de determinados roles, de determinados comportamientos, y los hombres de otros. Y, entre estos, la idea que genera más violencia es aquella que hace creer a los hombres que las mujeres, algunas mujeres, les pertenecen y que, por tanto, tienen derecho a exigirles determinados comportamientos, incluso determinados sentimientos. Esa es una idea política. Los asesinos matan porque están convencidos de que esta idea es cierta y que, por tanto, les ampara cierta legitimidad moral. Ellos están en lo cierto, ellos tienen razón, ellos son las víctimas; ellas son las que han provocado la situación que les ha conducido a ellos a la violencia, a perder los nervios, a la furia. Ellos matan para restablecer el orden, para poner en orden su mundo, un mundo que ella, la culpable, amenaza con subvertir: no le muestra respeto, se ha ido con otro, se ha reído de él, le ha dejado en ridículo, le ha traicionado etc.
Esta idea, por supuesto, no crece en el vacío; ellos no están locos, no son maniáticos o psicópatas. La idea que les lleva a matar está muy extendida y tiene muchos defensores; en ese sentido ellos son normales. No son muchos los hombres que matan, afortunadamente, pero son bastantes más los que sin matar ni defender el asesinato, sienten que sí, que ella no merecía morir seguramente pero que tanta feminista conduce a algunos hombres a hacer locuras. Son todos esos que sostienen que dicha violencia se acabaría si las mujeres fueran como deben ser; es decir, son esos que cuando asesinan a una mujer en lugar de sentir dolor por la víctima sienten cierta solidaridad con la situación que ha conducido al asesino al crimen; son los que en lugar de empatizar con la víctima inundan las redes culpando de la situación no al asesino ni a la idea machista, sino a quienes intentan acabar con el machismo; son todos esos que cada vez que un machista asesina a una mujer sacan a relucir las muertes por tráfico, los asesinatos en los conflictos bélicos o los malos tratos a los ancianos.
Son cómplices también esos medios de comunicación que insisten en decir que “una mujer muere” en lugar de decir que “otra mujer es asesinada”, o que hablan de violencia doméstica en lugar de hablar de violencia machista o de género. Son cómplices todos los que se empeñan en explicar que los asesinos son psicópatas en lugar de entender que dichos individuos son personas normales, bien adaptadas, que quieren a sus padres y a sus perros, pero que no soportan que su mujer elija irse con otro o que le deje sin más. Son cómplices también las instituciones y los gobiernos que en lugar de considerar que la ideología machista está provocando el asesinato de miles de mujeres consideran que dichos asesinatos se deben a la mala suerte, a que hay mucho loco suelto, o que, en todo caso, son cosas que pasan; que basta con detener al asesino de turno y juzgarle adecuadamente.
La lucha feminista ha conseguido que una buena parte de la sociedad y de su clase política lo entienda y lo comparta: que los asesinos matan porque son machistas; que el machismo mata, además de ser injusto e incompatible con la democracia y los derechos humanos. Sin embargo, una parte de la derecha y los sectores más conservadores, no es que no lo entiendan, es que se niegan a considerar al machismo culpable de estos crímenes. Aunque no lo digan con estas palabras, porque la palabra “machista” está mal vista, lo cierto es que su idea de sociedad no combate la desigualdad sexual, sino que está basada en ella. Por eso la derecha y la iglesia –además de todos los machistas, por supuesto- se suelen oponer con todas sus fuerzas a cualquier intento de combatir el machismo en la escuela, ya sea mediante Educación para la Ciudadanía en España o una asignatura contra la desigualdad de género en Francia. O la introducción de Agentes de Igualdad en la escuela, como acaba de proponer la diputada de Podemos en Valencia, Cristina Cabedo (y como queremos proponer también en Madrid) Los machistas (personas e instituciones) piensan que la desigualdad de género es normal y se niegan a vincularla con la violencia. Nosotras decimos que ya basta; que exigimos de esta sociedad que combata el terrorismo machista y la ideología que lo sustenta.
El 7 de noviembre las feministas hemos convocado una gran manifestación en Madrid contra la violencia machista. Para que se considere un asunto de estado y se le dé la máxima importancia, para que las instituciones hagan todo lo necesario para combatirla, para que los medios la traten como lo que es y no contribuyan a dulcificarla, para que los asesinos machistas sean considerados por todos y por todas lo que son: asesinos al servicio de una idea perversa que hay que combatir y erradicar. Basta ya. El 7 de noviembre la sociedad entera a la calle; exigimos apoyo de todos los partidos políticos y de todas las instituciones; exigimos que esta manifestación sea considerada tan importante como aquellas otras en las que se pedía el fin de otros terrorismos. Ya basta.