¡Tirad la llave!
¡Encerradlo y tirad la llave! ¡Que no cause más daño! ¡Tirad la llave, que se pudra en la cárcel! Son ciudadanos de bien los que se enganchan a este discurso que les parece humanitario, empático y, sobre todo, protector. Ya expliqué en La ineficaz venganza los argumentos por los que esta campaña oportunista y manipuladora sobre la prisión permanente revisable no es necesaria, ya que nada va a solucionar. Quiero ir un poco más allá. Quiero ir a la hipocresía social, a la falsedad argumentativa y al fraude político que supone liberar las emociones colectivas y luego pasar la urna a hacer colecta.
Voy a hablar hoy de los guardianes de la llave. Esa llave que se quiere perpetua no irá al fondo del mar, sino que simbólicamente colgará del cinturón de funcionarios públicos que tendrían que hacer frente al problema de manejar a internos sin esperanza a los que la actitud positiva en prisión no les supondría mejora alguna, a los que cometer nuevos delitos no les perjudicaría nada. Trabajar con presos sin horizonte, ya lo ha dicho la ex directora general de Instituciones Penitenciarias, es un escenario que en nada se parece al existente actualmente. Y, a pesar del oscurantismo gubernamental, sabemos que el índice de agresiones sufridas ya por los funcionarios de prisiones sigue aumentando y se sitúa en torno a las 3.000 en los pasados diez años.
No crean que ese es un problema que parezca relevante para ese Partido Popular que tanto cree en el endurecimiento del ya severo tratamiento penal en España. Si piensan solucionar todos los problemas enviando a más gente a prisión y con penas de duración casi indefinida, podían al menos ocuparse de las condiciones con las que el sistema penitenciario pueda hacer frente a esa mano dura que presuponen tan rentable electoralmente.
Debe ser que lo que no da votos es solucionar el envejecimiento de los funcionarios y la falta de personal para atender a las prisiones existentes y a aquellas que mantienen módulos cerrados por falta de quién los atienda. No debe dar votos aumentar el número de psicólogos y psiquiatras que puedan dar un tratamiento adecuado al cada vez más ingente número de número de enfermos psiquiátricos que se encuentran recluidos en lugar tan poco apropiado para ellos como una prisión. ¿Qué más da? Están vendiendo una falsa sensación de aumento de la seguridad con la aplicación de una pena inhumana. Tan falsamente disuasoria como que Diana Quer fue asesinada cuando tal castigo ya existía. Están vendiendo con las tripas a sus electores que con esa pena van a asegurarles la integridad de sus hijas y les están mintiendo porque irremisiblemente van a producirse más agresiones sexuales en España. Y lo saben. Sin embargo, no les preocupa la inseguridad añadida para las personas encargadas de esos presos sin futuro. Eso tampoco da votos.
Y no es la única hipocresía. Esa sociedad que clama por la mano dura, sin más argumentos que las emociones, es la misma que se manifiesta y protesta cada vez que la construcción de un nuevo centro penitenciario se les acerca. A la alcaldesa de Zurgena le costó perder las elecciones proponer a su municipio para albergar una nueva prisión. Quieren tirar la llave, pero tirarla bien lejos de sus casas.
Tampoco es mucho problema puesto que los gobernantes actuales no están por la labor de invertir en nuevas prisiones, a pesar de basar su política criminal en aumentar las penas de cárcel -incluso para los que opinan, tuitean o crean- a golpe de titular y de represión. España es el sexto país del mundo en porcentaje de población reclusa y, sin embargo, uno de los que registra menor número de delitos graves. El primero en número de penados es Estados Unidos, pero entre los americanos y España sólo encontramos a Ruanda, Rusia, Brasil y Australia. De seguir así les adelantaremos en tan dudoso indicador. El PP ha cortado el grifo a la construcción de nuevas prisiones desde hace años y tiene sin terminar la de Siete Aguas-Valencia II y a Gipuzkoa sin iniciar la construcción del prometido recambio de la vetusta Martutene y hasta 50 módulos cerrados por falta de personal. Un personal cuyas retribuciones también han perdido poder adquisitivo, a pesar de trabajar cada vez en peores condiciones.
Lo que sí han hecho los populares en este tema es lo que tan bien han sabido hacer en todos. En cuatro años han dedicado 175 millones a privatizar la vigilancia exterior de las prisiones españolas, consiguiendo así duplicar gastos dado que, por ley, son los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado los únicos con competencias para hacerlo. Claro que para algo están los amigos. Empezaron diciendo que iban a colocar a los ex escoltas sobrantes en el País Vasco, pero ya no queda casi ninguno trabajando allí y, sin embargo, las contratas siguen y se amplían.
¡Tirad la llave porque no son reinsertables! pero tampoco gastemos un duro de más en intentarlo. Existe un programa de control de la agresión sexual en las prisiones españolas que tiene probado estadísticamente el descenso de la reincidencia en estos delincuentes. Está basado en el modelo explicativo de la delincuencia sexual de Marshall y Barbaree y trabaja de forma individualizada en torno a la respuesta fisiológica-emocional sexual relacionada con los delitos cometidos, la creación de habilidades para enfrentarse al medio y de autocontrol en situaciones de estrés y la modificación de los patrones cognitivos de los delincuentes sexuales. Evidentemente es el camino para que una sociedad moderna y democrática de respuesta a hechos que nos estremecen a todos. Incrementar los medios y la inversión destinadas a ello ofrecería mucha más seguridad que la que prometen, pero quizá menos votos y en eso es en lo que están. No se confundan.
Deseo que los partidos que han puesto nuestros principios constitucionales y nuestra dignidad como sociedad por encima del electoralismo sigan adelante con la derogación de esta medida populista e indigna. Estoy convencida de que el Tribunal Constitucional no la ha analizado aún en dos años porque está obviando darle un varapalo de tamaña magnitud al Partido Popular. Para eso sirve sentar a quien te gusta en los órganos constitucionales.
Y me empeño, y no cejaré en ello, en que comprendan que algo tan sencillo como arrojar la llave no va a resolver nada. Ni siquiera su miedo.