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Trump era esto: el terrorismo nazi de Charlottesville

Un manifestante con una bandera confederada en la marcha neonazi de Charlottesville (Virginia)

Ruth Toledano

Y lo sabíamos. Y más debían saberlo en Estados Unidos, donde las huestes del Ku Klux Klan al menos se veían obligadas a taparse la cara cuando hacían sus siniestras apariciones públicas. Con la llegada de Trump a la Casa Blanca ya no necesitan esconderse. Tampoco los neonazis de la Alt-Right necesitan esconder las banderas con la esvástica, que hasta ahora apenas podían exhibirse en la nación que se vanagloria de haber derrotado a Hitler. Esas banderas de la ignominia han vuelto con Trump, el aliado que le negó el saludo a Merkel.

No ha habido sorpresas. Desde el minuto cero de la descabellada elección de Trump como presidente de los Estados Unidos sabíamos que pasaría algo como lo que ha pasado en Charlottesville, y que sucedería muy pronto. Porque solo Trump podía representar en el poder a esa Derecha Alternativa que es el Alt-Right Movement: Trump es, como ellos, racista, xenófobo, machista, misógino, homófobo, islamofobo, ultranacionalista, nativista. Y el Alt-Right es esa deplorable América profunda que le concedió su voto con la inestimable ayuda virtual de los supremacistas blancos y neonazis del colectivo 4chan, que le hizo una impagable campaña en internet.

En el paroxismo de su identificación con la ultraderecha, Trump puso al frente de su campaña electoral a Steve Bannon, director del sitio web Breitbart.com, con quien se entiende, principalmente, en materia de racismo y de sexismo. También comparten antisemitismo, por lo que es de suponer que la poderosa presencia del yerno Jared Kushner se debe a la inmensidad de su fortuna, de sus lazos con los círculos de la alta sociedad, de su influencia mediática y de su sionismo. “Mi yerno es judío y es fantástico, un tipo muy exitoso en el sector inmobiliario”, ha dicho Trump. Quería decir que es fantástico a pesar de ser judío y porque tiene un emporio de lo que el suegro ha llamado “bienes raíces”: si tienes tantos bienes no importa qué raíces tengas. Trump ve tan fantástico al yerno judío que incluso le encargó la paz de Oriente Medio. Parece humor bizarro del Breitbart, pero no: le pareció que Kushner se entendería bien con el abogado David Friedman, joyita ultra de los colonos de Cisjordania, a quien puso de embajador en Israel para abundar en lo de esa paz.

Y ya tienen, tenemos, en Charlottesville una persona asesinada, más dos muertos en un helicóptero y 20 heridos en el atentado que sufrieron las personas que plantaron cara a los violentos. Envalentonados, los del Ku Klux Klan y los de las esvásticas nazis han escenificado en esa pequeña localidad de Virginia la violencia que podría extenderse por aquel país y contagiarse y retroalimentarse en el resto de aquel continente y en los otros. No en vano Trump hace tan buenas migas con Nigel Farage: el eurófobo y ultranacionalista británico que impulsó el Brexit se convirtió, con la única justificación de sus afinidades ideológicas, en la primera figura política internacional en mantener un encuentro con él como presidente electo. No en vano la líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, celebró el triunfo de Trump como “el principio de un nuevo mundo”.

El nuevo mundo de Trump no es, sin embargo, sino la reedición de uno muy viejo: las fotos de los racistas portando antorchas en la noche de Charlottesville son el retrato de un terror conocido que solo debería volver a verse en las imágenes del pasado. Y el nuevo mundo de Trump ha vuelto a propiciarlas, como demuestra que el presidente bocazas no las haya condenado como merecen, equiparando a los neonazis con los manifestantes. “Todos debemos estar unidos y condenar todo lo que representa el odio. No hay lugar para este tipo de violencia en América. ¡Mantengámonos juntos!”, ha escrito en su incendiaria cuenta de Twitter. ¿Todos? ¿También los supremacistas violentos? La respuesta es sí, teniendo en cuenta que en la rueda de prensa que ofreció después no les adjudicó siquiera la responsabilidad sobre el atropello mortal que sufrieron quienes protestaban contra ellos. “Condenamos en los términos más claros esta escandalosa demostración de odio, fanatismo y violencia procedente de muchos sitios”, declaró.

En ese “muchos sitios”, que pone en el mismo lugar al asesino y a la víctima, dejó Trump la clave de sus afinidades, que hasta un senador republicano como Cory Gardner se atrevió a puntualizar, refiriéndose a los acontecimientos de Charlotteville como “el mal” y no dudando en calificarlos de “terrorismo nacional”. La Casa Blanca tuvo por fin, horas después, que calificar los hechos de lo que fueron: terrorismo. “Váyanse y no vuelvan”, ha dicho, por su parte, el gobernador de Virginia a los supremacistas blancos y neonazis, “no son bienvenidos en esta comunidad, debería darles vergüenza”. Dijo que no hay lugar para ellos en los Estados Unidos y recordó que es un país de inmigrantes y que a Jameston, Virginia, llegaron los primeros barcos con ellos en 1607.

Pero lo cierto es que con Trump en el poder sí hay lugar para los supremacistas blancos y los neonazis, y que por ello se han fortalecido. Se veía venir porque han venido con él. Y, lamentablemente, Charlotteville solo ha sido un trágico ensayo. “Si no estás indignado es que no prestas atención”, fue el último post en Facebook que escribió Heather Heyer, la mujer asesinada allí por uno de esos nazis que se han manifestado a cara descubierta tras haber aupado a Trump a su indigno poder.

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