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Veinte años después del asesinato por ETA de Francisco Tomás y Valiente

José María Calleja

Hace veinte años que la banda terrorista ETA asesinó a Francisco Tomás y Valiente, presidente del Tribunal Constitucional entre 1986 y 1992 y una de las personas de mayor estatura moral e intelectual que se han dado en España en los últimos años.

Espanta aún hoy recorrer los alambicados pasillos y escaleras de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid hasta llegar al despacho en el que Tomás y Valiente fue asesinado en 1996 mientras hablaba por teléfono, ajeno a que unos pistoleros le pudieran volar la cabeza y preocupado porque eso nos pudiera pasar a otros.

Febrero es un mes especialmente sangrante dentro de la aciaga contabilidad criminal de la banda: el uno de febrero de 1980 seis guardias civiles fueron asesinados en una emboscada entre Ispaster y Ea (Bizkaia). Un seis de febrero,  también de 1996, fue asesinado Fernando Múgica Herzog en San Sebastián. Un seis de febrero (1981) apareció asesinado en Olabarria (Guipúzcoa) el ingeniero José María Ryan, previamente secuestrado, tiroteado a sangre fría. Un ocho de febrero (2003) fue asesinado Joseba Pagazaurtundua mientras leía el periódico en una bar de Andoain (Guipúzcoa). Un nueve de febrero (1976) fue asesinado Víctor Legorburu. Un 22 de febrero (2000) fue asesinado en Vitoria Fernando Buesa. Un 23 de febrero (1984) fue asesinado el senador socialista Enrique Casas en su casa de San Sebastián. Un 26 de febrero (1985) fue asesinado en Pasaia (Gipuzkoa) un pobre hombre, Angel Facal Soto, mientras se comía un bocata sentado en el alfeizar de un bar… La lista es interminable e incluye todo el catálogo de víctimas de la banda a lo largo de su historia.

Horrorizan las cifras de la matanza, los datos que hablan de un plan de exterminio planificado, sistemático. Un plan felizmente fracasado, derrotado por los propios ciudadanos vascos, por la policía, por algunos jueces, por la política, por la fatiga interna causada en los propios terroristas.

Desde octubre de 2011 sabemos a ciencia cierta que ningún atentado terrorista invadirá ninguna campaña electoral, como ocurrió con el de Tomás y Valiente en las generales de 1996.

Hablar de estos asesinatos ahora puede resultar engorroso para algunos, molesto, casi un ejercicio de arqueología política para otros. A mi juicio es tan necesario como sano desde un punto de vista democrático en un país en el que tanto cuesta hacer ejercicios de memoria.

Las últimas noticias que tenemos de la banda, encarcelada en su casi totalidad, nos hablan de la irritación de los etarras presos con Sortu. El grupo político reprocha a los reclusos no haberse adaptado a 'los nuevos tiempos' y les pide que apuesten por salidas individuales “cauces legales y con una aplicación individual”, dijo, nada más y nada menos que Rufi Etxebarria. Políticos en libertad que les piden a los presos que se olviden de la Amnistía y que parecen escenificar un trasunto de las contradicciones irresolubles entre Rambo y el Pentágono .

Una treintena de dirigentes –35, por ser exactos-- de la antigua Batasuna, el Partido Comunista de las Tierras vascas y ANV acaban de pactar con la fiscalía de la Audiencia Nacional y con dos asociaciones de víctimas su renuncia a la violencia, practicada en tantos meses  de febrero, y se han comprometido a reparar el sufrimiento de las víctimas. Gracias a ese pacto los políticos se han quedado en la calle, adaptados a los 'nuevos tiempos' en los que los presos ven que se han quedado a solas con sus penas.

ETA ha sido derrotada, los que la apoyaron desde tramas civiles dicen cosas que jamás hubieran imaginado ellos mismos y los odios alentados por los asesinatos se rebajan a pasos agigantados. Hay libertad y quedan rescoldos de rencores y miedos que desaparecerán.

En este clima resulta doblemente terrible que gentes como el ministro del Interior, Fernández Díaz, digan que a ETA le encantaría un gobierno del PSOE con Podemos. O tiene muy mala fe o no se entera de lo que dice ETA. Puede ocurrir que coincidan ambas cosas.

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