El arco iris que dignifica el camino
“Hola, soy madre de una chica transexual de 15 años, apenas se abrió desde hace dos meses, no se cómo afrontar la situación. Es mi única hija, tengo dos varones. Me hago la fuerte para no confundirla más en el proceso, no sé si nunca quise ver, pero ha sido un golpe muy duro, por favor necesito orientación, cómo la ayudo, cómo manejo la situación. Con la familia, cómo. Salgo de esta depresión que me está dando. Ella está más tranquila porque cree que yo manejo ya la situación y voy a ser su guía pero no sé cómo. Ya la puse en tratamiento con terapeuta”.
Esta es el desesperado llamamiento que hace una madre en la web de Chrysallis, una asociación de familias de menores transexuales, niños y adolescentes transexuales. Chrysallis forma parte, junto con otras 30, de la Plataforma 28J, que en esta nueva edición del Orgullo recuperará en Madrid el espíritu reivindicativo de la emblemática y multitudinaria marcha LGTBI. Junto con ese espíritu, el Orgullo 2015 ha recuperado ya la colaboración del Ayuntamiento, que bajo el mando de Ana Botella lo entorpeció y boicoteó. Botella representaba a una derecha ultracatólica cuya seña de identidad, entre otras, es una homofobia y transfobia poco disimulada. En su caso, muy poco, dados los obstáculos de toda clase que se empeñó en poner a una cita que ha llegado a convocar hasta a dos millones de personas.
Esta es una de las diferencias entre alguien como Ana y alguien como Manuela. Mientras aquélla se dedicaba a poner multas a la organización del Orgullo, la alcaldesa Carmena ha izado la bandera del arco iris en el Palacio de Cibeles y ha dignificado la fachada del Ayuntamiento y la fuente de la diosa con los colores de la libertad, de la igualdad, de la diversidad. En definitiva, de los derechos humanos, que es lo que defiende el movimiento LGTBI. Y de la justicia, como bien ha resumido Manuela: “La verdadera justicia es la desaparición de las injusticias. Esta semana festiva tiene que ser aliento para quienes sufren”.
A quienes aún cuestionan la necesidad del Orgullo les recalco una de las palabras de la alcaldesa: “sufren”. Y para confirmarlo los remito a esa web de Chrystallis. Madres, padres, hermanos, hermanas, abuelos, abuelas, tíos, tías: todas esas personas que forman cualquier familia de las que se llaman normales y que se pueden encontrar con la discriminación, el miedo y la soledad de tener que enfrentar, en una sociedad a la que le queda mucho por evolucionar, la llegada de un hijo, una nieta, una hermana, un sobrino transexual. Lean los testimonios de esas personas y encontrarán la respuesta sobre la necesidad del Orgullo.
Para empezar, las personas transexuales son patologizadas desde la infancia, lo que podría evitarse si la transexualidad se considerara como una expresión más de la diversidad sexual. En la adolescencia, las personas transexuales son rechazadas por un represivo sistema de roles de género, que se impone en todos los ámbito de su desarrollo: el colegio, los medios de comunicación, el entorno cercano, los modelos culturales que genera y ofrece ese mismo sistema discriminador. Tras muy difíciles y dolorosos procesos de aceptación personal, familiar y social; tras unos procesos a veces complejos de transición, volverán a sufrir el rechazo de las estructuras profesionales y laborales. Por mucho que nos disguste, las personas transexuales aún son víctimas de un atávico e injusto tabú. Que aún no hayan sido aún plenamente incorporadas a nuestra comunidad solo debe avergonzarnos.
Berta Fernández, de 43 años, una persona reconocida en su profesión y en el mundo del deporte, dice encontrarse en una unidad psiquiátrica tras varios intentos de suicidio. “Si cuando yo era niño hubieran existido asociaciones como esta, me hubiera evitado mucho sufrimiento y perder parte de mi vida”, dice otro comentario. Raúl Pineda es un maestro de Cádiz y pide ayuda: “Tengo un alumno de 6 años que se llama Emilio, aunque dice que le gusta más el nombre de Rosa y muchas veces se presenta por ese nombre (…) Escribo porque temo por él, por su futuro cuando vaya creciendo y un posible bullying que pueda sufrir. Tampoco sé cómo actuar en esta situación”. Bartomeu tiene una hija trans de 9 años, Celeste un hijo de 6, Juani una hija de 17. María José escribe: “Estamos un poco perdidos porque tenemos un hijo que se siente niña. Nos encantaría poder acompañarle en este proceso y poder compartir el tumulto de emociones y sensaciones en los que nos vemos envueltos. Me encantaría conoceros y que me pudierais orientar en este un nuevo camino”.
Ese nuevo camino es el que han de recorrer los niños y adolecentes transexuales y sus familias. Un camino inesperado pero que, al fin, no es otro que el que recorremos todos: nos puede suceder, nos sucede. En manos de la sociedad y de sus instituciones está que ese camino sea oscuro o pueda iluminarse con los colores de la igualdad y la justicia. Un camino que ha visibilizado el Ayuntamiento de Madrid con esa larga bandera que lo dignifica porque dignifica nuestra ciudad y el mundo.